LUNES Ť 10 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
León Bendesky
Mex-Tex
La reunión de los presidentes Fox y Bush puede marcar el nacimiento de un nuevo estilo, el Mex-Tex. Este se basaría en la gran afinidad que han tenido desde la época en que ambos buscaban la Presidencia de sus respectivos países, misma que reafirmaron en el rancho San Cristóbal y ahora, de nuevo, nada menos que en la Casa Blanca.
La atracción mutua abarca la propiedad de los ranchos, el gusto por los caballos y la costumbre de calzar botas, al igual que algunas profundas visiones de la vida en términos individuales y colectivos. Esta es una verdadera coincidencia histórica.
El estilo Mex-Tex podría asentarse bastante bien en muchas partes de México, en donde se han ido arraigando las formas de comportamiento, gustos y patrones de consumo, disposiciones urbanas e influencias educativas que se aprecian en las instituciones privadas, y hasta las aspiraciones del gran estado de Texas. Estos perfiles se aprecian mejor en regiones del norte del país que tienen un mayor efecto-demostración por la enorme frontera que comparten, como es el caso de los estados de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Además, la fuerza centrípeta del crecimiento económico que siempre ha tendido hacia el norte, ahora se refuerza de manera no sólo productiva y comercial, sino hasta territorial, con el impulso al Plan Puebla-Panamá. Yo sigo pensando que todavía el país aguanta un Plan Tijuana-Tapachula, pero tal vez ésta sea una postura premoderna que deba yo rectificar rápidamente.
Ahora bien, hay que reconocer que Texas no es la Nueva Inglaterra -por muchas razones que van desde la cultura a la gastronomía; vaya, aquélla es más cosmopolita- y que la popularidad que ha ganado el presidente Fox por sus afinidades con el señor Bush tal vez no se reproduzca en esa zona más alejada de los entusiasmos binacionales.
Los dos mandatarios se veían muy complacidos. Pero, más allá de la amistad y del protocolo, es claro que ambos Presidentes representan a dos naciones con muchos asuntos en común pero que tienen, también, muchos puntos de conflicto. El caso de los trabajadores migrantes fue uno de los principales temas de trabajo, y se abren ahí posibilidades que hasta hace poco no parecían posibles.
La legalización de los trabajadores sería una enorme ventaja para su seguridad y el ejercicio de sus derechos y éste es un asunto propio de la diplomacia mexicana. En todo caso, esa política debería tener una correspondencia interna en el fortalecimiento de la economía, del empleo remunerativo y de la cohesión social de muchas comunidades. No hay manera de que la apertura económica, es decir, la recepción de cuantiosas inversiones de Estados Unidos, que generan las abundantes corrientes comerciales, provoquen esas condiciones. Los aspectos fundamentales de una economía no son los que observan los bancos y las casas de inversión en Wall Street y que tienen que ver con las variables financieras y los equilibrios macroeconómicos; no lo son si lo que se considera es el desarrollo en todas sus dimensiones que lleve al bienestar de la población, que es, finalmente, el objetivo declarado del programa de este gobierno.
Mientras se busca el acuerdo migratorio, el gobierno espera de modo bastante pasivo que pase la recesión en Estados Unidos y que, entonces, rebote la economía mexicana, pero con los mismos patrones de funcionamiento de los últimos años y que han sido insuficientes para tener un crecimiento sostenido y, sobre todo, articulado. El periodo de crecimiento que siguió a la crisis de 1995 es atípico por dos razones. La primera tiene que ver con el efecto estadístico que provocó la caída del producto de 6 por ciento en un solo año; la otra es que se contaba con el impulso de la expansión de la economía estadunidense y, con ella, de la demanda de los productos hechos en México por las empresas del sector exportador. Cuando esa demanda se cayó, aquí la economía se desinfló como un globo de gas.
El presidente Fox se reunió con Alan Green-span, jefe de la Reserva Federal, y hasta la foto que se tomaron parecía querer dar la impresión de que ya hay seguridad de un escenario de recuperación pronta de la economía. Greenspan podrá tener la esperanza de que ello ocurra así; es más, no puede decir otra cosa, pero no lo puede asegurar. Ya demostró su falibilidad después de que había abrazado la expectativa de crecimiento que generó la llamada nueva economía y sugería que se podía seguir aumentando el nivel de la actividad productiva sin inflación. El entorno es hoy diametralmente opuesto y él no encuentra cómo darle la vuelta usando las tasas de interés como mecanismo de estímulo al gasto de consumo e inversión.
Ojalá que el señor Greenspan haya sido muy honesto con su visitante y le haya dicho que cuando ocurra la recuperación no espere un ciclo de expansión con las altas tasas de crecimiento registradas en los noventa. La senda del crecimiento económico en Estados Unidos va a estar en un nivel más bajo, del orden de 3 por ciento, y esto hará muy difícil que México alcance las tasas ofrecidas de 7 por ciento. Si esto es así, más vale que el equipo de gobierno de Fox empiece a trabajar en serio para rearmar la economía mexicana. Si no, es probable que hasta el sueño texano, que muchos tienen en este país, se siga alejando.