lunes Ť 10 Ť septiembre Ť 2001
Iván Restrepo
Centroamérica, de tragedia en tragedia
Los fenómenos naturales y sus efectos suelen ser impredecibles, pero si una sociedad goza de mejor calidad de vida, la obra pública está bien hechay los recursos naturalesestán en buen estado, hay menos posibilidad de que esos efectos se dejen sentir tan negativamente, como ha ocurrido los últimos años en Centroamérica
Hace tres años el huracán Mitch causó incalculables daños en los países centroamericanos. Las aguas arrasaron cosechas, obra pública y asentamientos humanos ubicados en áreas de enorme fragilidad. Mitch dejó 20 mil muertos, pérdidas por casi 7 mil millones de dólares, miles de damnificados y más pobreza en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. También reveló el inmenso daño ambiental que registra Centroamérica debido a la destrucción de extensas zonas de bosques y selvas, corrupción oficial y los negocios entre funcionarios e iniciativa privada en el campo y las ciudades. Sin embargo, Mitch es apenas una referencia ahora que comienza la etapa más crítica de la formación de huracanes y surge el temor de que alguno toque tierra para dejar muerte y destrucción.
Ahora los medios (y de manera especial este diario) dan cuenta de otra tragedia que cobra víctimas en Centroamérica: la sequía. Si ayer fue el agua, ahora es la falta de lluvias la causa de hambre, muerte y serios problemas socioeconómicos. Aunque los presidentes de Nicaragua y Guatemala dijeron que en sus países no había hambruna por la sequía, pronto los desmintieron la realidad, los informes de las propias dependencias oficiales y los organismos internacionales, al grado que el presidente de Guatemala confirmó el martes pasado que se encontraban en "estado de calamidad".
En ambos países no tienen alimentos suficientes cerca de un millón de personas y hay 200 mil afectados por la crisis cafetalera. Por lo menos 5 mil niños y adultos del norte de Nicaragua muestran desnutrición en segundo y tercer grados. Poblados como Tototogalpa y Palancagüina, de San Lucas y Madriz, destacan por los estragos de la sequía, la falta de cosechas y agua potable. Bien lo dijo hace poco Dora Zeledón, presidenta de la comisión legislativa de la Mujer, la Niñez y la Familia: "la alimentación inadecuada convertirá a Nicaragua en una sociedad de retardados".
Pero si en las patrias de Darío y de Luis Cardoza y Aragón las cosas son graves, igual lo son en Honduras y El Salvador, donde la sequía afecta a otro millón de personas e impidió sembrar más de 300 mil hectáreas. En resumen, cálculos conservadores estiman que la crisis alimentaria afecta a 3 millones de productores centroamericanos, en especial a jornaleros y pequeños agricultores. La mitad de esa cifra se halla en situación crítica extrema.
Estos fenómenos agravan más la pobreza en que vive 70 por ciento de los 34 millones de sus habitantes y se dejará sentir más en los próximos meses, cuando muchas familias agoten sus "guardados" de cosechas anteriores, los frutos de sus huertos y no tengan forma de recibir ingresos.
La época de lluvias, que debió comenzar en mayo luego de una estación seca de cinco meses, nunca llegó y esto impidió la germinación de las siembras de maíz, frijol, chile y calabaza.
En el fondo de esta nueva tragedia, que se suma a los daños que causan los terremotos y los huracanes, se encuentra un modelo económico ineficaz para resolver los problemas de la mayor parte de la población. Por el contrario, agudiza la brecha entre pobres y dueños de la riqueza: al lado del latifundio, el minifundio extremo y la falta de trabajo para millones de jornaleros agrícolas. Corrupción oficial y privada en la obra pública, desocupación en las ciudades a las que llegan en busca de empleos los expulsados del campo por falta de oportunidades y comida; severos daños por la tala de bosques y selvas (fundamentales para evitar cambios climáticos, erosión, sequía y falta de agua) a fin de abrir tierras a la agricultura temporalera de bajo rendimiento; y a futuro, mayor número de migrantes hacia Estados Unidos en busca de trabajo.
Los fenómenos naturales y sus efectos suelen ser impredecibles, pero si una sociedad goza de mejor calidad de vida, la obra pública está bien hecha y los recursos naturales en buen estado, hay menos posibilidad de que esos efectos se dejen sentir tan negativamente, como ha ocurrido los últimos años en Centroamérica, donde la acumulación de malos gobiernos va de la mano de un abismal distanciamiento económico y social, de pobreza extrema, algo que en México también conocemos, pues la sequía y los huracanes, la corrupción pública y privada, y la concentración de la riqueza salpican nuestra vida diaria.