lunes Ť 10 Ť septiembre Ť 2001

Samuel Schmidt

Un Informe más: realidad y estadísticas

Tal vez la gran sorpresa del Informe presidencial fue su carácter convencional. Si usted se acuerda de aquellos informes en los que el presidente en turno abrumaba a la sociedad con cifras, al grado que parecía que estaban haciendo y rehaciendo el país cada año, el del primero de septiembre solamente fue un poco más modesto, pues también se ha hecho mucho menos. Sin embargo, esta vez, de nuevo, el Presidente nos llenó de cifras que para nada coinciden con lo que vemos, pero quiénes somos nosotros para contradecirlo, es su palabra contra la de millones de mexicanos que no ven una mejoría en su nivel y calidad de vida. Pero el Presidente, sin desparpajo, nos pide más tiempo, porque a final de cuentas no es suficiente ganar la Presidencia para cambiar el país, hace falta querer cambiarlo y no hacer del cambio un ejercicio retórico.

Sin embargo, aparte del convencionalismo que posiblemente se desprenda de la enseñanza de que hay instituciones, rituales y prácticas en el sistema de poder mexicano, que los políticos no se atreven a tocar y menos a tratar de cambiar, hay algunos rasgos del Informe que vale la pena analizar.

El presidente Fox intentó suplantar a la nación, fue mucho más allá del Estado soy yo, que se prestaba durante la época de los reyezuelos sexenales, al novedoso "la nación soy yo", por eso nos repitió que México tiene proyecto: él, Vicente Fox, ahora personaliza a México, él es México. Si de por sí es cuestionable que el país como tal tenga un proyecto, es indudable que el proyecto del Presidente, que todavía no conocemos, parece no coincidir con los deseos de los mexicanos, que cada día claman más fuerte porque las condiciones de vida no mejoran.

Dicho sea de paso, quién sabe de dónde salió que el salario real, que lleva devaluándose más de dos generaciones, se mejoró. Este gobierno, igual que los anteriores, se ha creído sus manipulaciones estadísticas y supone que realmente reflejan la realidad. El gobierno podrá cuadrar en el papel un cálculo en el que vea que los salarios mejoraron, pero frente al aumento de la pobreza, de la desnutrición, de enfermedades y del desempleo creciente, la realidad seguirá, tercamente, negando la estadística.

Hay un clamor nacional en contra de la continuidad de la política económica, porque, a final de cuentas, el gabinete económico que lleva 18 años en el poder ha generado una condición económica inadecuada que ha causado un gran sufrimiento. El Presidente, en un raro ataque de modestia, calculado mercadotécnicamente, dijo que ha rectificado, aunque en el área financiera y hacendaria dijo sin ambages que no piensa hacer ninguna corrección; aún más, llamó a que le aprueben la reforma fiscal que, según su secretario de Hacienda, lleva IVA a libros, medicinas y alimentos. Y en un manejo ya muy usual de la falacia volvió a su tesis de la corresponsabilidad; todos, según Fox, somos responsables: el gobierno, la sociedad y el Congreso. Si es así, bien merecemos tener un espacio en la toma de decisión, se deben abrir las puertas a las demandas sociales y liberarse el gasto público que, según él, está ahorrando, porque este freno ha precipitado la crisis económica. No es justo que seamos corresponsables para que él libere el peso de sus errores y que no lo seamos para que el gobierno reoriente prioridades y gobierne para todos y no solamente para los oligarcas que lo llevaron al poder.

Los mercadólogos de Los Pinos han de estar apesadumbrados porque el Presidente no pudo ponerse a la altura del momento histórico, en especial después de que los partidos lo habían bajado abruptamente. Hasta el Partido Verde, en cuya honestidad nadie cree, trató de sacar tajada anunciando un rompimiento irrelevante; el PAN trató de ganar respeto con el viejo truco de los aplausos fuertes; el PRI nos anunció que ahora sí va a actuar como nunca lo ha hecho; y el PRD resumió su papel de buena conciencia nacional. Con este elenco, México no avanzará hacia ningún lado.

El Presidente dio fe de haber escuchado a los partidos, les dijo que los vio en un monitor, pero lo menos que debió haber hecho es plantarse en el recinto y escucharlos de frente. El Presidente mediático debe entender que la televisión lleva mensajes en una sola vía y él escogió aquélla en la que no hay diálogo.

Fox trató de usar o abusar una vez más del bono democrático y quiso presentar como un gran logro su elección democrática. Ese tema está resuelto, nadie ha puesto en tela de juicio su triunfo y legitimidad; él ha desperdiciado esa ventaja para dar un golpe de timón y cambiar el rumbo del país. Hay decisiones que se toman de golpe y tienen un gran impacto, en cambio, hay preservaciones que condenan a un país a hundirse en los vicios del pasado, y ésta, por desgracia, parece ser la vía que escogió don Vicente.

El triunfo democrático no justifica las malas decisiones, desaciertos, un gabinete unánimemente criticado en el Congreso -no es usual que desde la tribuna los legisladores pidan la renuncia de los secretarios de Estado, aunque no se les escuche- y tampoco justifica a un gobierno que, abrumado por promesas de campaña no cumplidas, no deja de lanzar promesas de gobierno que tampoco cumplirá.

Y por si fuera poco, ahora nos tratan de sumergir en otra discusión estéril: el llamado al acuerdo político nacional.

El país no necesita un acuerdo político. Este en realidad implica que los partidos aporten la mayoría de votos para que pasen reformas mal planteadas y de poco servirá, porque solamente facilitará negociaciones oscuras de las que los políticos, los partidos y el gobierno siempre salen mal librados -y luego se quejan de la abstención electoral.

En lugar de buscar un gran acontecimiento que logre las ocho columnas y la encuesta de la televisión, sería más sencillo que el gobierno actuara con transparencia, que presente su proyecto de nación y que tras un debate de altura la sociedad lo apoye, entonces tendrán los votos, porque los ciudadanos habremos de presionar a los partidos para que actúen por el bien de todos. El país necesita que el gobierno deje de experimentar, repitiendo los vicios del pasado, prometiéndonos que ahora sí las cosas cambiarán y dejándonos con un palmo de narices, que al cabo a ellos les tocan otros cinco años, mientras nosotros nos quedamos con el daño a largo plazo. Ť

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