SABADO Ť 8 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Ť El montaje de Sergio Vela hizo retornar el esplendor de la ópera a Bellas Artes

Macbeth desplegó las alas de la poesía y materializó el sonido y la furia

Ť Trazos entre sueño y vigilia, entre aire y agua, entre Shakespeare y Calderón de la Barca

Ť Janice Baird, Genaro Sulvarán y Rolando Villazón, grandes voces en tonos oscuros, de umbral

PABLO ESPINOSA

Con la puesta en escena de Macbeth, de Giuseppe Verdi, la noche del jueves retornó a Bellas Artes el esplendor del arte de la ópera, merced a un montaje que recuerda a Bob Wilson, Peter Sellars y Peter Brook pero que, de manera sólida, refrenda el estilo vigoroso, personalísimo, de Sergio Vela, quien eligió un tono ubicado en pleno intersticio entre el sueño y la vigilia, entre al aire y el agua, entre Shakespeare y Calderón de la Barca, entre la movilidad intrínseca de un óleo marino de William Turner y la puesta en vida de esa tempestad.

Ovación a intérpretes

La conformación de un equipo de trabajo óptimo rindió sus frutos en la apuesta escénica de Vela: el desempeño actoral, la pulcritud de la línea de canto y la verosimilitud en los cantantes solistas, en especial Janice Baird y Genaro Sulvarán; un vestuario consecuente con la unidad de pensamiento, sintonizado con la capacidad de imaginería del director escénico; luces pendientes del umbral del claroscuro; trazo de la escena pleno de pulcritud, claridad, sencillez.

En confirmación de lo anterior, un par de pecatta minuta que por fortuna duraron eso, minutos: cierta tendencia, corregible, a la repetición de fórmulas logradas, por ejemplo el juego aéreo por momentos, minutos, a punto de hacer resbalar la redondez de lo logrado por culpa del exceso, así como es evidentemente fallido el intento de marcar un rompimiento de tono, puenteo, distanciamiento, entre un acto y el otro, depositado en una actriz o bailarina que recorre el proscenio sin conseguir la fragmentación del tiempo, cosa que sí logra Bob Wilson en la referencia obligada: Einstein on the beach, cuando una actriz que se desplaza sin moverse desde un extremo de la escena, pero en cuanto transcurre la música ella va apareciendo, imperceptible su diapasón, en puntos sucesivos, contrapunteados con el acontecer musicoescénico y cuando nos percatamos ya está en el otro extremo. Vuelan tan rápido la montaña y el colibrí que no se mueven.

El desempeño musical, en tanto, entabla coordenadas de una precisión calibradísima: Janice Baird cantó la noche del jueves menguada por una afección en la laringe. La sapiencia con que maneja sus haberes canoros, el tinte exacto de sus modulaciones, su elevada destreza escénica la hicieron brillar empero en los tonos opacos quemacbeth35 eligió, siempre en mezzopiano hacia el mezzoforte, e hicieron brotar alaridos de entre las butacas. Ovaciones semejantes recibieron Genaro Sulvarán, espléndido también en tintes oscuros, y la revelación Rolando Villazón como Macduff, sencillamente deslumbrante.

En las entrañas de la tragedia

Voces oscuras, eso pide Verdi. Un barítono profundo, ''de voz negra", gustaba de jugar con las palabras el compositor. Una soprano de tono oscuro, o de plano una mezzo. Janice Baird hizo de su laringe un juego de fuegos de artificio, una sorda batalla librada en la parte oscura de la flama, un batir de alas de paloma dentro de una cámara forrada en su interior con seda y lino. Ella es Lady Macbeth y su paso sonámbulo es la figura dominante a lo largo de toda la ópera, aunque su esposo Macbeth, señor de Glamis, señor de Cawdor, es quien está en las entrañas de la mismísima tragedia.

En escena, entonces, la poesía de Shakespeare: la vida es sólo un cuento narrado por un idiota, es el sonido y la furia. La vida es sueño, una barca pintada por William Turner entre un acto y otro de La tempestad de William Shakespeare. La vida es, durante tres horas y media en Bellas Artes, el esplendor de la imaginería de un director de escena que supo encontrar el hueco, la minuta, el plan de vuelo, la bitácora exacta para convertir en una larga, deliciosa epifanía el texto de Shakespeare, la partitura de Verdi, el sueño de todas y cada una de las generaciones de míseros mortales que nos hemos sentido irrefrenablemente humanos cada vez que recitamos, leemos, escuchamos, presenciamos la poesía de Shakespeare de una manera tan fidedigna como sucede en este montaje recuperador de glorias que parecían desvanecerse en el aturdido paisaje y paisanaje operístico de México.

He aquí un señor, Giuseppe Verdi, que tuvo sueños muy profundos y en ellos le fue revelada una verdad suprema: el sentido de la existencia retratado en la naturaleza humana. Banquo, Macbeth, Macduff, Lady Macbeth y un coro de brujas le advirtieron de los meandros, pasadizos, corredores secretos y demás bajezas del poder, que nunca es alto, y le hicieron saber, siempre en sueños, la manera de poner en sonidos y en silencio poesía tan elevada.

Del mismo sueño fue hecho prisionero durante muchas noches, 500 años después de que Shakespeare lo soñó por vez primera y 155 años después de que lo soñó Verdi, el director de escena Sergio Vela. La noche del jueves lo soñamos todos y cada uno de quienes colmamos el butaquerío escarlata de Bellas Artes, encabalgados en el entresueño, enardecidos en la duermevela, insertos en el equilibrio exacto del gris, que está a igual distancia del blanco que del negro, del sonido y de la furia. Un montaje de ensueño que amaridó la convivencia exacta de las artes, bodas que otorgan el supremo acto de soñar.

El poeta Shakespeare

La batuta del joven José Areán pudo echar a andar las turbinas gigantescas que asemejan los chorros de genialidad anidada en la partitura de Giuseppe Verdi (que te quiero Verdi). Una manera de explicar la grandiosidad de esta música verdiana es citar la manera en que se refería don Pepe Verdi al momento deleitoso de hablar de su admirado don Memín Shakespeare: ''es uno de mis poetas favoritos".

Tal aserto rondó durante las tres horas y media de ópera la noche del jueves en el palacio de marmomerengue: Shakespeare es ante todo un poeta. Y si lo entendió Verdi, lo entendió Sergio Vela. Tuvimos, en consecuencia, a la señora poesía desplegada en escena, en Bellas Artes.

Qué otra cosa sino poesía ese rechinar de instrumentos generadores de belleza (violines, violas, alientos metales, maderas ardientes) en el foso de la orquesta haciendo saltar a los demonios de sus tumbas, poniendo el espanto en los gestos de fantasmas, dibujando la locura en la faz tan bella, oscura su alma, de Lady Macbeth. Qué sino belleza ese prodigio de imaginería desplegado en un caudal de sueños a lo largo de toda la puesta en escena. Poesía, el espíritu poético abierto en canal, desplegadas las alas de los versos, materializados a la vista y al oído el sonido y la furia.

Lo demás es silencio.