Ť Un recorrido entre el sueño y la realidad con los hongos
Es de tanto ruido y voces de lo que uno se va a curar a Huautla
FABRIZIO LEON DIEZ ENVIADO
huautla de jimenez, oax. Sesenta y cuatro kilómetros antes de llegar a Huautla uno percibe de inmediato que es una zona de derrumbes, envuelta en niebla. A las 19 horas inician los preparativos de la ceremonia. Doña Aurelia prepara el templo prendiendo copal e incienso y en una mesa deposita una canasta cubierta con una servilleta de tela blanca donde conserva envueltos en hojas de platanillo los hongos. Prende dos cirios que iluminan las decenas de santos. Domina la imagen de la Virgen de Guadalupe en varias versiones plásticas.
Una hora transcurre para presentarnos y cruzar pequeñas miradas, y una sabrosa plática, que sólo entendían ella, su hijo y el reportero Leónides Sandoval, los tres oriundos de la región y dominadores de la lengua mazateca.
La curandera santigua los hongos y reza fervientemente mientras el humo del incienso inunda la habitación. Luego seremos nosotros los que pasemos por enmedio del humo. Sentados frente al altar, ella ora mientras nos santigua para iniciar, ya desde ese momento, con una limpia permanente que durará cinco horas.
Los hongos mazatecos saben a tierra húmeda. No muy diferentes a los champiñones, tal vez más terrosos y con un ligero sabor amargo en el tallo, sobre todo su base, que es donde contiene la mayor fortaleza, denominada silocibina por la ciencia.
Doña Aurora pregunta la intensidad con la que quieres viajar, para decidir la dosis. Entre el temor y el desconocimiento, argumento con un "más o menos" mis necesidades. Ella interpretó que esa mediocridad era calificada con cinco hongos del tipo derrumbe, los cuales miden 12 centímetros en promedio. Si queríamos más, si los necesitáramos, ella proveería. Se apagó la luz, sólo dos velas nos acompañaron y la lluvia capataz inició junto a nosotros unas de las ceremonias indígenas más hermosas de las etnias en México.
La curandera sentada pide permiso al padre nuestro, Jesucristo, único nombre personal que se identifica ante el florido lenguaje. Tambien se mencionarán los nombres de quienes son curados. Ella no come en ese momento hongos porque, argumenta, no lo necesita y porque está cansada; tuvo ceremonias los días pasados y prefiere descansar temprano. Sin embargo, ingiere dos a lo largo de la velada; una hora después de haber comido a los niños santos, como ella los llama, el cuerpo y la mente empiezan a sentir el efecto.
Como soñar despierto
Uno vuela literalmente cuando se cierran los ojos. Es como soñar despierto y con memoria, pero cae cuando nuestros párpados se abren. Es una lucha permanente y candorosa entre el sueño y la realidad, guiado por cánticos hermosos y rezos o diálogos de una curandera que no deja de pedir por el alma y la salud de quien la contrata. La visión se amplía, se ve todo lo que existe, pero uno piensa más allá. Como una fuente de trenzas las palabras y los cantos de la señora Catarino nos conducen a la ternura del demonio que nos creemos. Si están los ojos cerrados, la oscuridad de la pantalla que tenemos enfrente nos conduce a muchas luces. Pueden ser cientos de cubos o cuadros deformes que al instante se vuelven juegos geométricos muy similares a las figuras del pintor ruso Vasareli. Túneles de colores contrastantes conducen a laberintos o despeñaderos abstractos donde al filo del barranco uno decide si se avienta. De tomar la iniciativa se puede volar, como pocas veces nos ha sucedido en los sueños, salvo que aquí es consciente; estás frente a la más larga vigilia y estás en una ceremonia. Si cierras los ojos, eso te puedes encontrar, pero si los abres, observarás a la curandera a tu izquierda que canta y platica con alguien que no eres tú, aunque seas el protagonista.
Los pensamientos con los ojos abiertos son más duros, porque te sabes alterado y fuera de tu contexto, sin tu idioma y lejos, muy lejos de tu pesero. Allí no entra el celular y un mensaje de ayuda tardará horas en llegar. Sólo con tu alteración uno se come los miedos y las cápsulas de felicidad. Con mucha facilidad te llegan todos los valores juntos y te permiten acomodar las ideas, en una alteración y velocidad mental que compiten con las sensaciones de los colores, sonidos y olores de un templo en penumbras y rociado por las oraciones y cantos mazatecos, que sólo se interrumpen si te mueves, preguntas, lloras o vomitas. Hay de todo, en efecto, en la casa de doña Aurelia, una señora curandera.
Aflojar el cuerpo y cooperar
"¿Cómo estás?", oyes que te preguntan. "Estoy bien", te percatas que contestas. ¿Cuánto tiempo ha pasado?, sientes obligación de saber, pero ya no hay tiempo de contestar, si acaso sólo te queda la obligación de aflojar el cuerpo y cooperar para que te sigan regañando los honguitos, que apenas te muestran su poder.
Hoja de San Pedro pulverizada vierte la curandera en la mitad del brazo, misma fórmula que aplica en las muñecas. Es una mezcla parecida al wasabi japonés. En otro momento hace una danza de ceras prendidas. Juega con ellas colocándolas a un lado del altar. Reza mucho más rápido y une sus pabilos antes de encenderlas. Ablanda las bases de las velas con el fuego de la primera y así continúa durante varios minutos hasta que termina de colocar las 15 ceras.
El transcurso de esta iluminación fortalece las sombras del recinto y del suelo donde estamos parados. Las cenizas en el suelo toman las formas tridimensionales que uno acepte darles. Son animales y cosas y al mismo tiempo son pensamientos exactos. Es el candor de la familia, los golpes a la esposa, el abandono de los hijos. Es la enorme flojera, el tiempo de nuestra ignorancia, la envidia en el trabajo, la falta de carácter y el cuerpo abotagado. Es el infarto temeroso, la boca podrida, los hongos en los pies. La falta de cuidado. Es el temor a la muerte, nuestro propio funeral y de los otros. Es la gracia de la nube y el camino incorrecto, son los defectos de los demás y la pérdida de tiempo. Es la adolescencia de tus hijos, junto a tu torpeza criminal. Es la estupidez del plomero y la solución. Es la rigidez de tu miembro y su flaccidez. Es el llanto por tu hermana.
La risa de saberse inútil
Es muy posible que luego de un espacio tan singular para pensar, tengas ya claro a qué fuiste y cuál es tu padecer. La señora Aurelia te lo preguntará para saber cómo curarte. Recurrirá a otra limpia que consiste en hacer pasar por tu cuerpo un huevo blanco de gallina y éste por ósmosis espiritual atraerá los males para que se identifiquen en las formas que la clara y la yema del huevo hagan, una vez que se vierten sobre un vaso con poca agua. La curandera lo observa a contraluz, busca en sus dimensiones y acerca a la luz el contenido para encontrar percepciones externas a nuestra personalidad... y las encuentra. Siguen los rezos y las explicaciones, dialogamos entretenidamente mientras fumamos los invitados. El hijo de ella se asoma a la ceremonia y se mantiene discreto atrás de ella. Las palabras son mucho más lentas que lo que uno quiere externar, por lo que es muy posible que se tenga una plática incoherente. Da risa, mucha risa saberse inútil e insignificante.
Por último viene la limpia verdadera, la absorción de nuestros demonios y discapacidades. La forma de un canto de gorrión adquiere la voz de Aurelia Aurora Catarino Oceguera. Con agua en la boca gorgorea y recorre la piel que cubre las venas de los brazos. Apenas toca nuestra henchida superficialidad y absorbe de la punta de los dedos una imaginaria sustancia que segundos después escupe a las afueras del templo, en forma de vómito, y en sus ojos parpadea un asco que es el mismo que me invade cuando me acuerdo de ello.
Ella recoge en la última hora las enseñanzas. Cuando uno se dispone a salir, cuando ya el frío se convirtió en trópico y los colores empiezan a palidecer, la curandera vuelve a la oscuridad de las velas, y con una de ellas señala los cuerpos y deja que repose la cera, mientras nos conduce a dormir, no sin antes ofrecernos un café y el agua que mantendrá en vilo las horas siguientes al sueño feroz. Ella parece que coincide... es la familia y el rito lo que nos mantiene vigentes. Es de tanto ruido y voces de lo que uno se va a curar a Huautla.