Armando Bartra
La inversión que hace falta al Plan Puebla-PanamáŤ
Hambre y éxodo; dos palabras que resumen la problemática mayor del sur mexicano y de Centroamérica.
Hambruna
En la cintura del continente habita una población de damnificados crónicos siempre al filo del desastre. En una región pródiga y de lluvias abundantes, donde por lo general son posibles tres cosechas anuales, la combinación de sequía circunstancial y persistente caída de los precios del café incuba hambrunas multitudinarias. Hoy en Guatemala, Honduras, Nicaragua y El Salvador hay un millón 600 mil personas que no tienen qué comer, muchos piden limosna y los afortunados hacen fila para recibir las raciones distribuidas por el Programa Mundial de Alimentos, que no se da abasto. En Nicaragua, donde a la devaluación del café y la falta de lluvia se sumó una plaga de ratas que acabó con los cultivos cerealeros, cientos de campesinos caminaron de Matagalpa a Managua en una Marcha contra el Hambre que exige empleo, tierra, crédito y semillas.
Diáspora
La mesoamericana es una humanidad peregrina. Las tierras que conocieron el esplendor y la caída de la civilización maya se están vaciando de nueva cuenta en una catástrofe civilizatoria de la misma magnitud. Desahuciados en sus patrias, los centroamericanos emprenden la larga marcha al norte, aunque los nicaragüenses más pobres apenas tienen fuerzas para emigrar a Costa Rica o Panamá. Y el tránsito es arduo y mortífero aun en tierras del hermano mayor, pues a la clausura policiaco-militar de la frontera entre México, Belice y Guatemala, prevista en el Plan Sur, se agrega el creciente control sobre el lado mexicano de la franja limítrofe con Estados Unidos, de modo que en Baja California 300 kilómetros cuadrados fronterizos son área restringida tanto a migrantes extranjeros como a nacionales. Aun así, una tercera parte de los salvadoreños logró escapar y vive en el extranjero, mientras México ya es un pueblo binacional, pues el más reciente censo de Estados Unidos indica que habitan ahí casi 22 millones de personas de origen mexicano, más de 20 por ciento de nuestra población y 8 por ciento de la suya.
Si éxodo y hambruna nos definen, dos son también las prioridades mesoamericanas insoslayables: soberanía alimentaria y soberanía laboral.
Comida segura
Soberanía alimentaria no significa sólo garantizar estratégicamente la producción y el abasto de productos básicos; significa también, y sobre todo, asegurar a todos los mesoamericanos el ingreso que les permita acceder con dignidad a una alimentación adecuada y suficiente. Pero en nuestros países sucede lo contrario. Así, en el último lustro del siglo XX México importó 80 millones de toneladas de granos básicos y la dependencia alimentaria se incrementó en 30 por ciento, al mismo tiempo que se perdían millones de empleos agrícolas.
Trabajo para todos
Soberanía laboral significa que todos los nacidos en la región encuentren en ella opciones de trabajo dignas, seguras y bien remuneradas, de modo que la ocasional migración sea opción enriquecedora y no compulsión de la pobreza. Pero en Mesoamérica los buenos empleos son una especie en extinción, de modo que durante el último cuarto de siglo se desató el éxodo laboral. En México, mientras en la década de los sesenta migraron 270 mil, en la de los ochenta lo hicieron 2.5 millones, casi diez veces más, y en los noventa los trashumantes ya fueron 3 millones.
La producción realmente existente
Soberanía alimentaria y soberanía laboral son dos caras de una misma moneda: sin trabajo digno no hay ingreso suficiente y sin ingreso hay hambre, desesperanza, migración.
Y en una región fuertemente agraria y con notable presencia campesina, como continúa siendo Mesoamérica, las dos caras del problema son también las dos caras de la solución; si la miseria y el éxodo resultan de la crisis de la economía agrícola, y en particular de la campesina, el remedio está en reactivar y reorientar la pequeña y mediana producción rural, tanto alimentaria como de materias primas.
Quizá ésta no es toda la solución, pero sin duda es una parte sustantiva de la medicina. Sin impulsar la agricultura, y en particular el sector campesino y asociativo, el sureste no tiene remedio.
No hay que subestimar la importancia de la inversión en nuevas empresas, que buena falta nos hacen y serán bienvenidas, siempre y cuando respeten normatividades ambientales y laborales, pero lo prioritario en la región es apoyar la producción realmente existente y revertir la crisis en que se encuentra.
Mesoamérica de maíz
Ante todo, hay que rescatar la rama de la actividad económica de la que depende primordialmente nuestra soberanía laboral y alimentaria, la producción que más empleo e ingreso genera en Mesoamérica: la economía campesina tradicional conformada por la milpa, la huerta y el traspatio.
Los hombres de maíz, de quienes hablaba con admiración el antropólogo Morley refiriéndose a los mayas, siguen siendo hombres de maíz, grano del que anualmente se cosechan en la región 10 millones de toneladas y que, junto con medio millón de toneladas de frijol, más las frutas, animales y hortalizas de la huerta y el traspatio, sustentan mal que bien la alimentación de los mesoamericanos. En el caso de México, aunque están a leguas de los rendimientos del maíz de riego de Sinaloa, las milpas temporaleras de los estados del centro y sur producen las tres cuartas partes de nuestra cosecha, y organizan la economía de 3 millones de productores.
El maíz es cultura y proporciona 70 por ciento de las calorías que reciben las familias rurales; pero también es materia prima de productos crecientemente globalizados como la tortilla, que hoy se produce en Estados Unidos, Europa, Asia y Australia, y genera 5 mil millones de dólares anuales a una sola empresa establecida en Estados Unidos. Por si fuera poco, la milpa y la huerta, bien manejadas, preservan una parte sustantiva de nuestra biodiversidad silvestre y domesticada, reproduciendo cientos de variedades de plantas que Mesoamérica entregó al mundo y sustentan tanto nuestra identidad cultural como nuestra diversidad culinaria.
Sin duda la milpa tradicional tiene problemas: la productividad está estancada, pues el cultivo se ha extendido sobre tierras forestales sin vocación maicera y las parcelas sobrexplotadas se erosionaron, perdieron fertilidad y demandan dosis crecientes de fertilizante; además la roza-tumba-quema, mal practicada, ocasiona destructivos incendios. Pero todo esto tiene remedio. Soluciones que ya se están aplicando, como la roza-tumba- pica o la incorporación de leguminosas, que restauran la fertilidad y contrarrestan las plagas sin necesidad de recurrir al fuego, y la labranza de conservación, que preserva los suelos y aumenta los rendimientos.
Así pues, restringir drásticamente las importaciones de maíz y otros granos básicos, al tiempo que se vitaliza y reorienta la agricultura campesina de bienes alimentarios, es uno de los ejes estratégicos del desarrollo incluyente y justiciero del sureste.
Empresarios sociales
Pero si la milpa, la huerta, el traspatio y, en general, la producción campesina de alimentos básicos fortalecen nuestro mercado interno, tanto local como regional y nacional; la globalidad es canija y también importa amacizar nuestra inserción en el mercado externo.
En Mesoamérica hay una actividad productiva que aprovecha extraordinariamente las ventajas comparativas transformándolas en competitivas, una labor que genera riqueza y proporciona 5 millones de empleos entre directos e indirectos; una producción globalizada y exportadora orientada a nichos de mercado exclusivos y de altas cotizaciones relativas, que mete divisas y medio nivela nuestra deficitaria balanza comercial; una producción con tecnología de punta, pero sustentable. Esta bendición es el café.
Porque, contra lo que dijo el responsable del Plan Puebla-Panamá (PPP), Florencio Salazar, la mayoría de los huerteros mexicanos no produce garbanza (aunque los consumidores mexicanos sí la tomemos en el desayuno y en la cena, pues la absurda norma nacional permite vender como café una mezcla con hasta 30 por ciento de impurezas); al contrario, la mayor parte del café mexicano es lavado, de altura y está clasificado dentro de los "otros suaves" de calidad semejante a la colombiana. Y de parecida condición es el aromático que se cosecha en los países centroamericanos. Aunque, hoy por hoy, ninguno tenga precio.
Sin duda hay mucho que hacer en el mundo y en particular en Mesoamérica para restructurar la producción cafetalera, pero el grano amargo es vocación natural de amplias zonas de la región y reactivarlo es otro de los ejes prioritarios de un PPP realmente comprometido con el desarrollo popular.
Y lo que decimos del café podría extenderse a la caña de azúcar, el cacao y la copra, a las frutas tropicales, a la miel. Bienes netamente comerciales y exportables que a la vez son de producción mayoritariamente campesina. Cultivos que sin duda enfrentan problemas, pero corresponden a nuestras vocaciones agroecológicas y merecen ser reanimados y restructurados.
A estas prioridades hay que agregar el fomento a los proyectos comunitarios de manejo sustentable de los bosques. Línea estratégica si las hay, pues además de detener y revertir la pérdida de superficie silvícola proporciona invaluables servicios ambientales y ayuda a preservar la tierra, el agua, el aire, el clima y la biodiversidad. Y la conservación no se logra decretando vedas sobre las forestas existentes y plantando seudobosques artificiales sin diversidad biológica; pero sin duda se consigue cuando quienes ahí viven aprovechan la diversidad biológica existente de manera múltiple y sustentable, como lo hacen ya numerosas comunidades del sureste, entre ellas los zoques de Los Chimalapas, agrupados en Maderas del Pueblo.
¿Por qué estas evidentes prioridades del sureste no parecen serlo de los megaplanes que conforman el PPP?
Incluso en la perspectiva netamente gerencial al uso, si queremos apoyar a empresarios emprendedores, insertos en la globalización, que transforman ventajas comparativas en competitivas, integrados horizontal y verticalmente, que articulan producción primaria, industrialización y mercadeo, que operan agroindustrias sofisticadas y uniones de crédito, que se mueven como peces en el agua en el mercado de futuros, pues operan con bienes bursatilizados. Si queremos apoyar a empresarios como éstos, ¿por qué no respaldamos estratégicamente a las empresas cafetaleras del sector social, o a las mieleras, las cacaoteras, las silvícolas...? ¿Por qué no diseñamos un plan de desarrollo para Centroamérica y el sureste mexicano sustentado en la producción campesina, tanto alimentaria de mercado interno como agroexportadora? ¿Por qué el PPP prácticamente no los toma en cuenta?
¡Ah, si no fueran indios...!
Quizá porque siendo empresarios son también pobres, campesinos e indios. Lástima.
Ť Fragmento de la intervención del autor en el Encuentro nacional de discusión y análisis del Plan Puebla-Panamá, realizado en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 25 de agosto de 2001.