Septiembre 6 de 2001
El sida puede ser un detonador dramático, pero no un tema central. Una obra que así lo utilizara no me interesaría en lo absoluto. |
Ya sea como tema central o como elemento dramático, el sida ha sido abordado por las artes escénicas desde el comienzo mismo de la epidemia. Y uno de los autores que lo ha logrado con éxito es el dramaturgo canadiense Michel Marc Bouchard, autor de las obras Los endebles y El camino de los pasos peligrosos, actualmente en cartelera. Bouchard estuvo recientemente en México para charlar con el público a propósito de la puesta en escena de esas dos obras. Letra S aprovechó la oportunidad para platicar con uno de los dramaturgos contemporáneos más renovadores de la escena teatral acerca de su trabajo y su relación con el sida. |
El sida ha estado presente en todas las artes, particularmente en la literatura y el cine, ¿de qué modo aborda este tema el teatro?
El sida puede en efecto ser un tema dramático,
si se le compara con otras enfermedades graves, en particular con el cáncer,
pues el sida es una enfermedad transmisible. Hay propagación del
virus a partir de un acto sexual. Pertenece pues a una categoría
especial, la de una enfermedad que es consecuencia de un acto de amor,
o del acto de compartir una sexualidad, por lo general con un consentimiento
mutuo y, las más de las veces, feliz. Es un poco como si en ello
residiera precisamente la fuerza dramatúrgica del sida. Sin embargo,
me parece que es siempre peligroso y arriesgado construir una obra teatral
a partir únicamente de la enfermedad. Ésta debe ser un motor
dramático, no un tema. Una puerta abierta a otros temas más
importantes, como la culpa (el sida como azote en una cultura súper
católica, por ejemplo). Otra idea es también la responsabilidad
del acto sexual, del compromiso. Se utilizará como detonador para
situaciones dramáticas relacionadas con el adulterio, el engaño,
o para enfatizar nociones de solidaridad afectiva, compasión, cariño
o cercanía. Admitamos pues que el sida puede ser un detonador dramático,
pero no un tema central. Una obra que así lo utilizara no me interesaría
en lo absoluto.
En Estados Unidos, país eminentemente protestante, se escriben numerosas obras sobre sida. ¿Cómo se evoca el tema en el teatro de Quebec, una región con fuerte tradición católica?
De lo que he visto en Estados Unidos, en teatro y en cine, muchas obras hacen énfasis en el tema de la intolerancia, ya sea Ángeles en América, de Tony Kushner, o Filadelfia, de Jonathan Demme. En ellas se muestra sobre todo el proceso de una intolerancia social. No hay que olvidar que el sida ha jugado un rol, un tanto paradójico, en la emancipación de los homosexuales. Desde el inicio de la epidemia mucha gente ha tenido una mayor comprensión hacia los gays, por haber estado ellos en una época tan asociados a la enfermedad. Uno llegaba incluso a preguntarse si para ser homosexual era necesario estar enfermo.
En el teatro de Quebec rara vez hemos importado estos
elementos de culpa e intolerancia. Pienso incluso que lo que hemos importado
en demasía ha sido el elemento melodramático: el enfermo
que sufre, se despide y hace llorar a todo mundo. Y algo más que
me ha indignado es ver cómo el sida se transforma en ocasiones en
un recurso dramático muy fácil, de explicar una conducta
a partir de dicho padecimiento (¿Cómo pudo hacer tal cosa?
Respuesta: Porque tiene sida). La gente llora porque el personaje está
enfermo, y éste tiene, por el sólo hecho de estar enfermo,
todos los derechos del mundo, etcétera. No ha habido en realidad
obras sobre el pecado o la culpa católica, eso no ha existido.
¿Y la risa, se puede reír en teatro a partir del sida?
Yo creo que sí, pero aceptaremos reír si
son personas con sida quienes escriban las piezas. Es como el humor judío.
Divierte si lo practican los judíos. Sucede lo mismo con el humor
de los negros o de los gays.
¿Qué aporta la gente con sida a este tipo de humor?
Aporta la legitimidad. Es válido que ellos hagan bromas. No nos corresponde a nosotros hacerlo, no estamos enfermos. Quien vive esa situación tiene derecho a fabricar humor a partir de la misma. No vamos a reír de igual modo frente a las bromas sobre negros hechas por un negro, que por aquellas que sobre ellos fabrica un blanco. No bromeamos sobre algo que al mismo tiempo requiere de nuestra tolerancia y comprensión. Lo que el dramaturgo Copi escribe sobre su enfermedad, sobre su propia muerte, en tono de farsa o de comedia, es particularmente noble. El artista escribe sobre su propia situación y se ríe de ella.
Daré un ejemplo más: una persona con sida
escribe una obra sobre el problema del cóctel de medicamentos, sobre
los errores y olvidos al tomar las pastillas. Esto puede volverse un excelente
momento cómico. Y lo aceptaremos si hay comprensión hacia
el personaje, si la risa producida es noble; en caso contrario, habrá
algo profundamente deshonesto.
Existe también la noción de lo políticamente correcto...
Esta noción la han recuperado en efecto muchas
organizaciones sociales, grupos de cabildeo, o activistas, y su primer
efecto es que no se puede hablar ya de nada, o bien resulta cuestionable
la manera en que se habla de ciertas cosas. En el caso del humor, como
yo lo entiendo, se trata del escarnio o burla de uno mismo, y no del otro.
Si yo hago humor, lo haré sobre mis propias limitaciones, defectos
o paradojas, pero no sobre los de los demás. Todos los grandes humoristas
han hablado de ellos mismos, no de los otros. De este debate excluyo por
supuesto la política, porque la política somos nosotros,
si hago bromas sobre el presidente también las hago sobre nosotros,
sobre mí mismo, pues fuimos nosotros quienes lo elegimos. Pero si
me burlo de cuestiones raciales, de preferencias religiosas, de orientaciones
sexuales, de los defectos físicos, ahí se trata sin duda
de una forma de agresión que no tiene ya nada que ver con lo que
es o no políticamente correcto. Con todo, en las dificultades o
limitaciones de alguien puedo también reconocer las mías.
Estás escribiendo ahora una obra, El limbo, relacionada directamente con el sida, ¿qué puedes decirnos sobre ella?
Es una obra sobre el estado del seropositivo, es decir,
de aquel que no está enfermo, ni moribundo, pero que de algún
modo vive siempre con una especie de espada de Damocles sobre su cabeza,
y a quien siempre se le dice: todo esto puede detenerse de golpe, trastornarse.
Por eso llamé esta obra El limbo, el purgatorio, una suerte
de no man's land, un estado sin estado. Para ello inventé toda una
galería de personajes y escribí la obra en fragmentos. Hay
tres escenas capitales, un principio, un nudo y un desenlace, eso no varía,
pero están también las otras treinta escenas donde le digo
al director: "diviértase, diviértanse con ellas, colóquenlas
en el orden que quieran porque no deseo una temporalidad que hable de caída
o esperanza, no quiero eso". En este no man's land intemporal mis personajes
están en un hospital falso, con un personaje gay que se llama el
Falso Enfermero, y ¿qué esperan? Ponerse enfermos. ¿Qué
situación surge entonces? Se les hace ensayar su muerte, o su enfermedad.
Se exploran todos sus miedos. En un momento tuve que interrumpir la escritura
de la obra, pues tenía mucho material sobre sida y temí que
la obra cayera en un abismo anecdótico. Pero ahora que se ha escrito
y filmado tanto sobre la enfermedad, tal vez pueda, con más distancia,
explorar mejor el tema.
¿Te atrae el tratamiento fársico del sida en el teatro?
En parte, sí. Hay en El limbo momentos muy divertidos. En uno de ellos el Enfermero pide a los pacientes que describan su propia muerte. Algunas son jocosas, otras conmovedoras. Uno desea las pompas fúnebres de un jefe de Estado, otro imagina que muere haciendo el amor. Es algo gozoso, para el comediante y para el público, pues todo mundo imagina cómo desearía morir: "¿Vendrá mucha gente a mi entierro, reconoceré a mis verdaderos amigos?" Es la fantasía colectiva de conocer póstumamente la reacción de quienes te rodean. Pero jamás haría bromas sobre la infección o sobre el sarcoma de Kaposi. Tiene que haber cierta decencia, ciertos límites.
En El limbo, por ejemplo, hablo de seropositivos,
de gente que no está enferma. Otras obras que muestran estados terminales
sólo exacerban los miedos de la gente, el miedo por ejemplo de descubrirse
un cáncer a la mañana siguiente. En este sentido mi obra
se abre más a lo universal que a lo particular. Y como el asunto
de la cura y la remisión completa aún no está arreglado,
me niego a generalizar y a buscar conclusiones. Cultivo una nebulosa y
aludo a una incertidumbre. Por ello mi obra se llama El limbo. He
visto amigos míos morir porque se entregaron de lleno al sida. Un
médico amigo me dice que la mejor manera de luchar contra este padecimiento
consiste en crear neuronas, en procurarse una mejor calidad de vida. Si
te entregas al sida, y lo integras a tu existencia y permites que te la
cambie, entonces ese abandono te conduce más rápidamente
a un desenlace fatal.