JUEVES Ť 6 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Olga Harmony
Silvana
Silvio D'Amico, en su Historia del teatro universal (Losada, Buenos Aires, 1954), titula el capítulo dedicado a la ópera: ''Los italianos, en busca de la tragedia, crearon el drama musical". Como es bien sabido, este género nacido en el Renacimiento tuvo tan inmediata popularidad, que fue origen de los edificios teatrales con la disposición que hasta hoy se llama a la italiana, y fueron tantas las innovaciones -entre ellas, nada menos que la perspectiva escénica- que el propio historiador, tan propenso a celebrar lo que se diera en la península itálica, lamenta que el espectáculo empezara a privar sobre los otros elementos del drama musical. No está de más recordar que el vilipendiado melodrama es eso, el drama musical que devino uno de los géneros teatrales ya sin música.
Todo esto viene a cuento por el estreno de Silvana, ''la ópera de bolsillo", según palabras de sus responsables en entrevista con Angel Vargas para este diario. De la música del compositor Isaac Bañuelos no puedo opinar, dada mi confesada ignorancia en ese arte, aunque un par de opiniones de personas más enteradas mostraron, una, entusiasmo, y la otra, decepción. De hecho, la declaración del libretista -y escenógrafo y productor- Saúl Villa y de la directora escénica Iona Weissberg de que desean regresar a esa fuente primigenia de la ópera como hecho escénico que apoya una trama, sin pomposas decoraciones, con ausencia de coros y con la orquesta sustituida por un sintetizador que toca el compositor mismo, puede ser controvertida pero es muy interesante y subraya que se le pueda ver como un hecho teatral.
Inspirada en el Diálogo del amor y un viejo, de Rodrigo Cota, el poeta español del siglo XVI al que incluso en un tiempo se quiso atribuir el primer acto de la Celestina, el libro de Villa en este caso establece la disputa entre el amor y una vieja, Silvana, antigua diva derrotada, enamorada de un joven abusivo que rompe una cita, lo que da origen a la furia de la diva en lo que es su primera aria. Aparece entonces Amor con un deliberadamente cursi vestido primaveral y empieza la disputa. Amor la corteja, Silvana la repudia: ''la edad y la razón ya de ti me han liberado", pero Amor insiste para después despreciarla. El final es amargo y me lo callo.
En una escenografía transportable, con muy pocos elementos que recuerdan -al igual que al traje de Silvana en el vestuario diseñado por Josefina Echeverría y Marilyn Fitoussi- el ambiente decadente de una diva del art nouveau, con texturas atigradas que contrastan con los cambios de ropa de Amor, Iona Weissberg traduce escénicamente los cambios que va mostrando Amor mediante los diferentes trajes que usa, muy semejante a una geisha en el ballet del té, en que utiliza todas sus artimañas, otoñal -la ''primavera" del principio cede su lugar a hojas secas, ya sin crinolinas-, muy de joven banda en su despiadado ataque final. La directora añade al libreto la presencia de Alfredo, el objeto de los amorosos cuidados de la diva, en diálogos hablados y también en un desempeño de ''hombre negro" que ayuda a los cambios de vestuario de Amor.
Iona Weissberg, apoyada por la coreógrafa Ruby Tagle, acentúa los tonos melodramáticos de la envejecida Silvana y hace que Amor se transforme en intención actoral, gracias al buen desempeño de la mezzosoprano Gabriela Miranda y sobre todo de Lorena Glintz, como la protagonista, quien siendo joven logra verse madura y luego vieja, derrotada, sin recurrir a tontos artificios. Esta actriz, cantante y bailarina ya nos había impresionado con su capacidad y su impactante presencia escénica en la Salomé, de Oscar Wilde, dirigida por Marta Verduzco, luego en montajes menores, y siempre me he preguntado la razón de que no la veamos más en los escenarios.