jueves Ť 6 Ť septiembre Ť 2001
Sergio Zermeño
San Lázaro: la sociedad emana de la política
Un detalle reveló el significado profundo del acto que tuvo lugar el primero de septiembre en el recinto de San Lázaro: hacia la mitad de su Informe el Presidente se dirigió de manera directa a "todos los mexicanos y mexicanas, amigos y amigas". Desde su curul, enfurecido y apoyado por su bancada, el priísta Cantón Zetina lanzó un reclamo, que en resumen decía: está usted aquí para informarle a los representantes del pueblo, no al pueblo. Y, momentos después, Beatriz Paredes se sumó al extrañamiento por la licencia presidencial de "dirigirse de manera directa a millones de compatriotas... el Informe se presenta ante el Congreso de la Unión", le aclaró.
Ese momento fue altamente revelador: se le recordaba al Presidente y a todo México que a la catedral de San Lázaro cada año, pero en particular éste, que es el primero de un gobierno de oposición, asiste la clase política de todas las tendencias a jurarse fidelidad, respeto a las reglas del juego y fortalecimiento del espacio de la política, sin el cual ninguna de esas elites podría subsistir.
El Informe estuvo salpicado de simbolismos, guiños de afecto entre los peores adversarios, pactos de hierro y sumas de odio contra los grafiteros, petarderos y zapadores de las instituciones. Auldárico Hernández, por ejemplo, en la mejor tradición de su paisano, Andrés Manuel López Obrador, le aclaró al Presidente: tampoco apostamos al fracaso ni a la ruina del gobierno, pues eso dañaría a todos los que "hemos luchado contra el viejo régimen", como con ganas de agregar: "y a todos los buenos amigos del antiguo régimen que aquí se encuentran". Por fortuna, Efrén Leiva lo dijo diez minutos después: "los priístas no apuestan al fracaso del gobierno... pero lamentan la frivolidad, las ocurrencias... la arrogancia publicitaria". En el paroxismo de la liturgia, la gran sacerdotisa Paredes leyó versículos sobre la Biblia bobbiana del parlamentarismo, el partidismo y la transición democrática.
Lo más sorprendente es que en este primero de septiembre muchísimos oradores no alcanzaban a entender que estuviera estallando la violencia social: "hoy menos que nunca podemos tolerar la expresión violenta -estableció Fox-... hoy las puertas de la participación política están abiertas a la sociedad... hoy la gobernabilidad democrática permite conducir toda la lucha política o social por vías institucionales... no hay más camino que el sufragio... el país exige un gran acuerdo político nacional que ofrezca soluciones con visión de futuro a los problemas del presente".
Durante tres horas en San Lázaro se respiró el triunfo de la política que Auldárico rubricó magistralmente al convocar a las fuerzas políticas a converger en los "grandes consensos nacionales para lograr una reforma del Estado que abra espacios a la sociedad".
Prácticamente todas las fuerzas parecieron estar de acuerdo: lo que está roto en la sociedad está resuelto en la política. En esta visión de la clase política mexicana, la desigualdad encontrará remedio en la era de la globalización, pues la sociedad existe por la política, la sociedad se debe al Estado y el futuro depende de los acuerdos concertados en esas catedrales.
El Presidente, los legisladores y la clase política, sin embargo, rindieron homenaje a la pobreza y a la exclusión, para las que hubo un momento obligado, como quien canta el Himno Nacional en cada ceremonia: el mensaje que llega al gobierno desde la sociedad es claro. Dijo el primer mandatario en un párrafo que admite más de una interpretación: "estamos obligados a no perder de vista que nuestros verdaderos enemigos son la pobreza, la inseguridad, la ignorancia, la corrupción y el autoritarismo".