jueves Ť 6 Ť septiembre Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
Privatizadores expropiados
Si el presidente hubiera anunciado la expropiación de los ingenios azucareros en el curso del primer Informe (oh paradojas, el gobierno empresarial expropiando lo que el priísmo privatizó), un simple ejercicio de memoria colectiva habría bastado para ubicarlo en la línea de los últimos presidentes expropiadores, consumando así una increíble vuelta al pasado casi perfecta, pero Vicente Fox evitó con estoicismo digno de mejor causa cualquier mención al asunto "para que no hubiese otro tipo de complicaciones o interpretaciones equivocadas", según aclaró el secretario Usabiaga.
El gobierno prefirió que la medida se asumiera pasada la tormenta del primero de septiembre como una loable y forzosa decisión administrativa, dictada por la sensatez económica y el temor a la explosión social en el campo, pero se cuidó mucho de subrayar con gruesos trazos el carácter reversible a corto plazo, su alcance focalizado y excepcional para salir del "hoyo financiero" en el que estaban hundidas las empresas. El propio secretario de Economía aclaró, según se lee en la crónica de La Jornada, que la expropiación "no representa ningún viraje" en la política del gobierno.
Con la expropiación, asegura el secretario de Hacienda, "se plantea un reordenamiento, una restructuración de esta parte de la industria, que está con activos depreciados, con falta de inversión en los últimos años, con ingenios que están en pésimas condiciones, lo cual es muy fácil de entender porque la mayor parte fueron privatizados mediante préstamos que el propio gobierno les otorgó a los compradores de estos ingenios".
Los cañeros que durante semanas se movilizaron enérgicamente por todo el país exigiendo que el gobierno asumiera sus responsabilidades saludaron como un triunfo las medidas anunciadas en el decreto expropiatorio, no obstante las dudas que ensombrecen el futuro de un sector maniatado por el mercado mundial, la competencia desleal y, sobre todo, la voracidad de un empresariado que no sabe ni quiere modernizar la industria. Por lo pronto Usabiaga se salvó de la quemazón, pero debió tragarse sus palabras reconociendo que en la solución del problema el gobierno sí podía hacer mucho más que servir de amigable componedor entre particulares.
Los empresarios, siempre reacios a la intervención del Estado, con obvias excepciones, aceptan a regañadientes que este gobierno, al que consideran con todo derecho como suyo, ponga en práctica políticas consideradas execrables en administraciones priístas, pero en el fondo se trata de una actitud hipócrita ante una expropiación que más bien parece un rescate como el bancario o el carretero.
En cualquier caso, el problema cañero nos ha permitido vislumbrar una nueva faceta del muy conocido patrimonialismo de la burguesía parasitaria del poder, beneficiada históricamente gracias a sus arreglos con el poder, y reconvertida, por obra y gracia de nuestra evolución, en portadora de la ideología de la globalización salvaje.
No cabe duda de que, al menos en este punto, los ingenios "se privatizaron desde el principio con un riesgo moral muy importante". En declaraciones ante los medios, Francisco Gil describió con precisión el mecanismo que en algún momento se puso como ejemplo de modernización: "lanzar los ingenios a gente del sector privado, que no aportó capital, sino en su mayoría simplemente utilizó créditos para comprar, habla de una industria que realmente no fue privatizada, sino que se puso en manos de operadores que tenían todo el incentivo para ordeñarla". Riesgo moral que se corrió también en la banca y en otras empresas públicas malbaratadas para fomentar las fortunas personales de sus ricos propietarios.
Por lo pronto, la expropiación permite ofrecer una salida a los productores, cuya situación empeora por horas; pero no todo está resuelto: falta que la expropiación no se convierta, como muchos temen, en un "rescate" de fierros viejos a cuenta del erario, es decir, en un premio más en vez del castigo que les corresponde a los "ordeñadores" del azúcar. El segundo episodio de esta historia tendrá que librarse en los paneles del TLC.