jueves Ť 6 Ť septiembre Ť 2001
Octavio Rodríguez Araujo
ƑCambios en el Informe?
El año pasado, después del último Informe de Ernesto Zedillo al Congreso de la Unión, el presidente electo, Vicente Fox, declaró a la prensa: "debe dejar de ser el ritual que por muchos años fue escenario para el lucimiento del presidente o pretexto para propiciar el encono. En mi opinión se requiere un nuevo formato para dicho evento, que se convierta en una mejor vía de información para todos acerca de la gestión pública, pero sobre todo, que fortalezca la comunicación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo". Ese día también dijo que Zedillo no tocó temas "que fueron críticos durante los últimos cinco años, como el conflicto de Chiapas, los grandes crímenes y los casos de Acteal y Aguas Blancas, que se quedaron prácticamente en el olvido, cuando menos en el Informe".
Eso fue el año pasado. En el presente el formato fundamental del Informe no cambió, no al menos por comparación con los más recientes. Volvió a ser un ritual, y si no fue escenario para el lucimiento personal del Presidente, fue porque no dijo nada que provocara elogios o para que los televidentes quedaran positivamente asombrados. Si no fue pretexto para propiciar enconos, ello se debió a la mesura de Beatriz Paredes al contestar el Informe. Pudo haber sido el de ella un discurso crítico (sin dejar de ser republicano), como el de Muñoz Ledo ante Zedillo en 1997, o grosero y de bajo nivel como el de Medina Plascencia, también ante Zedillo, en 1999. Pero no siguió ninguno de los dos modelos mencionados, aunque tampoco el clásico cebollazo de los diputados al jefe del Ejecutivo desde muchos años antes de que se inventara el PRI.
El Informe presidencial no siempre ha sido igual. De 1823 (con Iturbide) al 21 de enero de 1874, los informes siempre se dieron al inaugurarse y al clausurarse las sesiones ordinarias y extraordinarias del Congreso de la Unión. Lerdo de Tejada cambió el programa, y a partir de la última fecha señalada el Informe sólo sería en la apertura de sesiones de las Cámaras legislativas.
El contenido también ha cambiado. Los primeros, hasta Juárez, pero particularmente hasta Porfirio Díaz, eran pequeños discursos, a veces de unos cuantos párrafos, que más que un informe eran toma de posiciones y proclamas políticas. Desde entonces el diputado que contestaba elogiaba o apoyaba al presidente en turno.
La fuerza del presidencialismo era evidente e indiscutible, incluso cuando se trató de presidentes efímeros. Con Díaz los discursos fueron largos y la política cedió a la administración. Ya no se hablaría del estado de la nación, sino del estado de la administración pública. Poca política, mucha administración, era la divisa y también la manera de no tocar los problemas políticos y mucho menos los espinosos.
La autocrítica que le reclamara Fox a Zedillo en 2000 no era la tónica de los presidentes. La mención de temas difíciles tampoco. En el Informe del sábado pasado no oímos algo parecido a una autocrítica de lo que no se hizo en los nueve meses de gobierno, tampoco una comparación entre lo que se ofreció en campaña electoral y los logros. En el caso de la contestación lo más fuerte fue en referencia a que el Informe era a las Cámaras legislativas y no a las de televisión, lo cual es históricamente inexacto.
La historia de los informes demuestra que éstos, formalmente, han sido al Congreso de la Unión, pero en la realidad han sido a los medios para la población en su conjunto. No es casual que un presidente se quejara en el siglo XIX de la poca difusión de los periódicos diarios, precisamente porque la información se quedaba en un ámbito muy reducido de la opinión pública. La ampliación de la prensa y la cobertura de la radio y la televisión permiten, desde hace tiempo, que los ciudadanos comunes nos enteremos de lo que hace el gobierno federal, o más bien de lo que dice que hace y de las omisiones.
Ciertamente, el primer Informe de Fox no le sirvió para su lucimiento. Pero también está claro que no tenía con qué lucirse. No podemos pasar por alto que las soluciones a la inseguridad, a la corrupción, a la pobreza y el desempleo, a Chiapas (si alguna vez hay solución desde el gobierno federal) y a tantos otros problemas serán para finales de este sexenio, si acaso. Así lo han dicho los secretarios de Estado y el mismo Presidente. Lo grave no será si se cambia o no el ritual, sino que se parezca a los informes de Porfirio Díaz, en los que se hacía mención incluso a las medallas que habían recibido los mexicanos asistentes a la Exposición universal de París en 1900, ante la conveniencia de la dictadura de omitir lo que realmente pasaba en el país.