miercoles Ť 5 Ť septiembre Ť 2001

José Steinsleger

Hijos de Satán

En un artículo escrito en Coyoacán, León Trotsky señala: "la nación no puede existir normalmente sin un territorio. El sionismo parte de esta idea. Pero los hechos nos demuestran, cada día, que el sionismo es incapaz de resolver la cuestión judía. El conflicto entre los judíos y los árabes en Palestina asume un carácter cada vez más trágico y más amenazador. No creo en modo alguno que la cuestión judía pueda resolverse dentro de los cuadros del capitalismo en putrefacción y bajo el control del imperialismo británico".

Trotsky fechó su texto en... šenero de 1937!, a más de año y medio del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el Estado de Israel no existía y cuando el sionismo era un sueño con una singular concepción del socialismo. El bolchevique remata el artículo diciendo: "la cuestión judía está, lo repito, indisolublemente ligada a la emancipación total de la humanidad. Toda otra cosa que se emprenda en este terreno no puede ser más que un paliativo...".

La guerra, los acuerdos de posguerra y las cuatro décadas que le restaban a la "patria universal del proletariado" contribuyeron, quizá, a impedir la "putrefacción del capitalismo". Pero desde antes, y durante los primeros años de la guerra, la política de "neutralidad" de Estados Unidos permitió que Hitler resolviese la "cuestión judía" para luego respaldar, junto a una culposa Europa y una interesada Unión Soviética, la creación del Estado de Israel.

Los patriarcas modernos de Israel no escogieron el camino del anticolonialismo, tal como parecía sugerirlo su propia lucha anticolonial. Los fundadores optaron por el camino más fácil. Subestimaron la causa de liberación de los árabes, sus primos hermanos, reivindicaron en forma excluyente su condición de semitas y manipularon la tragedia del Holocausto como carta de justificación de su política territorial: en la guerra murieron "6 millones de judíos".

Los 9 millones de víctimas restantes no eran "hijos del pueblo elegido de Dios". Y los árabes que vivían en Palestina sólo eran descendientes de los "filisteos", denominación que el Diccionario de la Real Academia Española aún reserva a las personas de "espíritu vulgar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística y literaria".

No bien se proclama la partición de Palestina (1948), Israel decreta que su capital será el sector oeste de Jerusalén. Egipto y otras naciones árabes emprenden la lucha contra el Estado judío. La monarquía jordana, invento petrolero de los ingleses, anexa el territorio de la Cisjordania y la ciudad vieja de Jerusalén, donde están los nudos religiosos de cristianos, islámicos y judíos: el Santo Sepulcro, la mezquita de Omar y el Muro de los Lamentos. Los países industrializados de Occidente, triplemente agradecidos.

El milenario y sangriento conflicto religioso se convertirá en cortina de humo idónea para que el capitalismo continúe retroalimentando su proyecto de "globalización" con el pretexto de que allí, en los aledaños de la "tierra prometida", subyace 60 por ciento de las reservas energéticas del mundo.

En la guerra de los Seis Días (1967), Israel ocupa y anexa el sector este de Jerusalén, donde viven 160 mil palestinos. Y en 1980, el Parlamento israelí promulga una ley por la que decretaba a "Jerusalén unificada -donde viven 550 mil personas- como la capital eterna e indivisible de Israel". El argumento oficial no se anda con vueltas: el Antiguo Testamento lo dice.

En julio de 1995, 400 intelectuales israelíes y palestinos, agrupados bajo el nombre de Nuestra Jerusalén, dieron a conocer un comunicado en el que instan a que esta ciudad sea la capital de sus respectivos Estados: oeste para Israel, este para Palestina. En el comunicado se dice: "Jerusalén es nuestra -de israelíes, palestinos, así como de musulmanes, cristianos y judíos- y debe seguir unificada y abierta a todos". El historiador judío Dan Almagor explica: "el tiempo que vivieron los judíos en Jerusalén es igual al que habitaron en ella los árabes: mil 200 años", recordando que Jerusalén fue conquistada y liberada 80 veces a lo largo de su historia. "Y si no aceptamos vivir en ella con los árabes -añadió- esta conquista (la de 1967) hará la número 81, una curiosidad en los libros de historia y no algo verdadero y definitivo".

Almagor piensa que a "los israelíes les lavan el cerebro con mucha facilidad y ellos se dejan. Ya el fundador del sionismo, Teodoro Herzl, por el que todos nosotros estamos aquí, dijo hace muchas décadas que el casco antiguo de Jerusalén debe convertirse en un centro neutral y sagrado para todos los pueblos y religiones, como el Vaticano".

El comunicado fue la antítesis de la festividad que al año siguiente del encuentro montó el ayuntamiento de Jerusalén, encabezado por Ehud Olmert (partido de Likud, extrema derecha), para celebrar el 3 mil aniversario de la declaración de la ciudad como capital del pueblo de Israel por el rey David.

En la etapa actual, la suerte del conflicto palestino-israelí depende de dos auténticos hijos de Satán: el criminal de guerra Ariel Sharon, premier de Israel, y el presidente fundamentalista George W. Bush, producto de un golpe de Estado. Y, como hemos visto en la Conferencia Mundial contra el Racismo que acaba de concluir en Durban, ambos gobernantes están persuadidos de que la paz es el peor negocio del mundo.