MARTES Ť 4 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
Ť La creación de la UCM y prepas, para evitar que la enseñanza sea un privilegio, afirma
Critica López Obrador abandono estatal de la educación superior
Ť Ofrece apoyo e independencia académica a la nueva universidad Ť Pugnará por su autonomía
Al inaugurar las clases en la Universidad de la Ciudad de México, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, cuestionó la indolencia del Estado para garantizar la educación pública, gratuita y de calidad en todos los niveles, y aseveró: "resulta inaceptable e injusto que en aras del fundamentalismo tecnocrático se le apueste al incumplimiento de esa responsabilidad."
Ante representantes de diversos sectores de la sociedad expresó que detrás de esa postura hay toda una concepción y estrategia excluyente orientada a que la educación se convierta "en un simple instrumento para sostener y dar legitimidad a un proyecto basado en la desigualdad". De seguir por ese camino aumentará el número de rechazados y excluidos, advirtió el Ejecutivo local.
De hecho, dijo el gobernante que todo eso explica por qué luego de 18 años "de neoliberalismo en el Distrito Federal" la educación pública creció apenas 6.8 por ciento y la privada 168.3 por ciento.
Por la importancia del tema, a continuación se reproduce íntegro el mensaje que leyó el jefe de Gobierno capitalino al inaugurar ayer los cursos en la Universidad de la Ciudad de México.
Ingeniero Manuel Pérez Rocha, rector de la Universidad de la Ciudad de México.
Integrantes del Consejo Asesor de la Universidad.
Amigas y amigos:
Hoy es un gran día para el gobierno que represento.
En este acto estamos inaugurando la Universidad de la Ciudad de México; baste decir que desde 1974 no se creaba una universidad pública en el Distrito Federal.
Estamos decididos a impulsar la educación pública. Las razones son obvias: la educación es la base del desarrollo; la educación permite crear condiciones de igualdad; la educación ensancha el disfrute de la vida; la educación hace florecer la democracia.
Por eso resulta inaceptable e injusto que en aras del fundamentalismo tecnocrático se apueste a que el Estado incumpla con su responsabilidad de garantizar la educación pública, gratuita y de calidad en todos los niveles de escolaridad.
Desgraciadamente esto es lo que ha venido sucediendo en los últimos tiempos. Los hechos así lo demuestran. Las cifras básicas son contundentes.
En la ciudad de México, por ejemplo, en 1982 estudiaban licenciatura 192 mil 999 alumnos en escuelas y universidades públicas y 42 mil 446 en privadas; es decir, 82 y 18 por ciento, respectivamente. Pero en 1999 estaban inscritos 207 mil 109 en instituciones públicas y 113 mil 890 en escuelas del sector privado, o sea, 64.5 y 35.5 por ciento.
Esto significa que en 18 años de neoliberalismo en el Distrito Federal la matrícula de las instituciones de educación pública creció 6.8 por ciento, mientras la del sector privado se incrementó 168.3 por ciento.
Es evidente que detrás de este abandono de la educación pública hay toda una concepción y una estrategia excluyente. El propósito deliberado es que la educación deje de ser un factor de movilidad social y se convierta en un simple instrumento para sostener y dar legitimidad a un proyecto basado en el afán de lucro y la desigualdad.
Es preciso decir que no estamos en contra de la educación privada, estamos en contra de la descalificación y el abandono de la educación pública. El mercado puede atender a quienes tienen para pagar una universidad privada, pero el Estado está obligado a garantizar el derecho de todos a la educación.
Ahora bien, si la política educativa sigue el mismo derrotero de los últimos años, de poner la educación al mercado, continuará creciendo el número de rechazados y excluidos.
No sólo se trata del contenido de la educación. Es un asunto que tiene que ver, en lo esencial, con la posibilidad económica de la gente.
En la ciudad de México, según una reciente investigación sobre las cuotas de 22 universidades privadas, se encontró que el promedio de las colegiaturas es de 4 mil 196 pesos mensuales, cantidad equivalente a 3.5 salarios mínimos. Y sólo 22 por ciento de la población económicamente activa del Distrito Federal obtiene ingresos superiores a ese monto.
De modo que la principal justificación para crear las escuelas preparatorias y la Universidad de la Ciudad, que se escuche bien, tiene que ver con una convicción elemental: no queremos que la educación se convierta en un privilegio.
Además, la educación es el mejor recurso de la ciudad y su fortaleza espiritual. La educación es lo menos material que existe, pero lo más decisivo para el porvenir de los pueblos.
No podríamos aspirar a un desarrollo forjado desde abajo y para todos, en un mundo globalizado, sin el impulso a la educación, el conocimiento y la información. La ciudad tiene, a pesar de todo, los más altos niveles educativos del país y el gobierno de la ciudad debe mantenerlos y acrecentarlos.
Esta universidad de alto nivel académico y con un profundo sentido social, crítico, científico y humanista será apoyada decididamente.
Agradezco la colaboración del Consejo Asesor, integrado por educadores, científicos e intelectuales de primer orden como Helena Beristáin, Luis de la Peña, Mónica Díaz Pontones, Horacio Flores de la Peña, Enrique González Pedrero, Enrique Leff, Mario Molina, Esther Orozco y Luis Villoro.
También quiero hacer un reconocimiento al trabajo profesional que ha realizado el ingeniero Manuel Pérez Rocha, rector de la Universidad de la Ciudad de México, y expreso que exploraremos los procedimientos más adecuados para otorgar la autonomía a esta nueva institución educativa.
Es más, antes de lograr formalmente este propósito, me comprometo a respetar la independencia académica y administrativa que debe caracterizar a la universidad.
Amigas y amigos:
A todos ustedes les invito, literalmente, a celebrar el advenimiento de este importante centro de enseñanza e investigación de la ciudad de la esperanza.