LUNES Ť 3 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

José Cueli

El decir propio

No ha surgido un novillero con un decir propio, sólo sueños con luna campirana, rebozos amarillos, claveles y tabacos, en la marcha triunfal por el redondel, después de las faenas consagradoras. Por la Plaza México desfilan novilleros con sueños de gloria, como si fuera el mismo, monótonos y grises. En el toreo como en la poesía, como bien apuntaba don José Bergamín, las suertes se pueden medir como las de la poesía. Pero medirlas no expresa, ni mucho menos realiza o verifica el toreo mismo. A pesar de que contemos por sílabas o acentos para medir un verso o una estrofa por la disposición de los versos, no quiere decir que esa medida nos sirva de juicio estético poético aparte. En la misma forma, las faenas largas con cerca de 60 o más pases con la derecha -que no sabemos otra- desligados, no expresan un juicio estético taurino. Los millones de endecasílabos y octosílabos, entre otras formas líricas del verso, que se han escrito en castellano, no solamente no son poesía, sino que rara vez lo son algunas, y cuando lo son, lo son, por su son, su creación lírica. Igual que las faenas lo son por su son, por su creación torera, su decir propio, su música callada bergamina.

Las formas métricas de la poesía, como las suertes del toreo, son pocas y en su expresión formal cuantitativa (derechazos vienen y derechazos van hasta dormirnos) son naturalmente aburridísimas, monótomas, vacías, por su inútil repetición, como ha sucedido ininterrumpidamente durante toda la temporada novilleril. Ayer, más de lo mismo; novillos de Rancho Seco, descastados, con unos pitoncitos de mentiras y novilleros sin decir propio.

Porque el toreo, como la poesía, cuando es auténtico, encuentra su ritmo, su pausa y su medida mágicamente, aún sin escuela, sin medir ni contar nada, surgiendo por sí solo. El toreo, como la poesía, es algo más que la lógica, la geometría y la gramática, tan excluyentes de lo que es su vida, gracia, misterio, voluptuosidad... en suma, magia, decir propio, máxime si se trata de novilleros carentes de la técnica y el sitio que dan los años de andar y pisar los ruedos.

El toreo como la poesía es una forma de expresar el drama interior de todo hombre, no encubierto por técnicas. El drama de la otra vida, la vida de ese otro, la vida que baila y taconea mientras muy quieto frente al toro estoy muerto. Sin embargo, esta muerte es magia, atracción fatal del toreo, o el amor, cuando se tiene un decir propio. Este que esperamos, que ojalá surja algún día cercano, en los novilleros que hoy por hoy sueñan todos el mismo sueño.