Guillermo Tovar de Teresa
Desventuras en la Catedral de México
La construcción de la actual Catedral de México comenzó en 1573, siendo Claudio de Arciniega su maestro mayor. Desde entonces hasta 1813, año de la conclusión de la cúpula diseñada por Manuel Tolsá, se produjo una síntesis de la historia artística del virreinato que refleja sus diversos aspectos.
Consumada la Independencia hasta 1847, la Catedral no sufriría alteración alguna, salvo la destrucción de retablos dorados en algunas de sus capillas (la del Señor del Buen Despacho, cuyos retablos fueron obra de Olivares, la de Nuestra Señora de Antigua, obra de Juan de Rojas, y la de San Eligio, obra de Isidoro Vicente de Balbás); sin embargo, el daño mayor fue ocasionado con motivo de la Invasión Americana. El gobierno de Gómez Farías pidió fondos para la guerra y el cabildo catedralicio decidió fundir el manifestador de plata y una imagen de la virgen realizada por el platero Luis de Vargas en 1610. Esto serviría de pretexto, a su vez, para proponer la demolición del más fastuoso y original altar barroco del arte novohispano: el llamado "ciprés" (altar mayor exento), ejecutado por Gerónimo de Balbás y estrenado en 1743. En su lugar se puso un insípido y horrendo baldaquino, obra de Lorenzo de la Hidalga, con esculturas de Francisco Terrazas, el cual sería retirado a mediados del siglo xx.
En 1861, con motivo de las Leyes de Reforma, Juan José Baz, gobernador del Distrito Federal, montado en un caballo, se introduciría al interior de la Catedral. Los interventores del gobierno liberal recogerían el oro, la plata y las piedras preciosas, y lo guardarían en una legación extranjera de donde sería robado. Todo esto, don Artemio de Valle Arizpe lo describe con mucha sal. Desde entonces la propiedad de la Catedral pasaría a manos del gobierno y aumentaría el acervo de los bienes nacionales.
A finales del siglo xix serían retiradas algunas de las rejas de tapinceran (madera preciosa y tropical) de algunas de sus capillas, para poner otras, enanas, de metal fundido, con objeto de darle más luz a dichas capillas. Por fortuna, las viejas rejas serían repuestas.
Después de la Revolución surgiría una generación de colonialistas atentos al destino de la Catedral. Por eso, cuando fue cerrada al culto durante los años de la Guerra Cristera, Manuel Toussaint, Jorge Enciso y otros, estarían al cuidado del monumento, y se encargarían de realizar un pormenorizado inventario, que añadió al acervo del monumento un gran número de valiosas obras de arte que servirían como fondo para la creación del Museo de Arte Religioso, dispuesto en la Capilla de las Animas, el cual sobreviviría hasta principios de los años sesenta, siendo Federico Hernández Serrano su último director. Dicho museo sería cerrado, debido al robo de unas figuras de marfil que representan a la Sagrada Familia, las cuales serían recuperadas treinta años después.
Esto coincidiría con la gran política cultural de tiempos de Adolfo López Mateos, cuyo secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, quien ya lo había sido en tiempos de la presidencia del general Manuel Avila Camacho, y había ocupado una posición muy elevada en la UNESCO, se propondría la creación de tres grandes museos nacionales dedicados a los tres grandes periodos de nuestra historia: Antropología, el Virreinato y Arte Moderno. La subsecretaria, doña Amalia Caballero de Castillo Ledón, por disposición del poeta sería la ejecutora de ese gran proyecto. Por eso, el tesoro de la Catedral, cuidadosamente inventariado y catalogado pasaría a Tepotzotlán en el curso de varios meses y bajo la protección del INAH. Es falso que el Ejército se ocupara de su traslado en forma violenta, según alguien ha dicho últimamente.
Es justo reconocer el admirable papel llevado a cabo por la Comisión Diocesana de Orden y Decoro, la cual hizo una notable tarea en obras y vigilancia del templo metropolitano. Publicarían tres memorias: 1938-1956, 1957-1959 y la de 1964, la más completa y que nos ofrece un testimonio contundente del magnífico estado que guardaba el templo hasta ese momento, bajo el arzobispado de don Luis María Martínez, quien en 1948 le encargó a Manuel Toussaint la elaboración de la magnífica monografía, cuya edición serviría para reunir fondos con los cuales llevar a cabo esos trabajos.
El 17 de enero de 1967 el altar del Perdón y el coro de la Catedral sufrían un incendio, debido a la mala calidad de las instalaciones eléctricas. Siendo arzobispo don Miguel Darío Miranda, surgiría la peregrina idea de eliminar el retablo y el coro de la nave principal y esto desataría una célebre polémica, recogida en enero de 1970 por el arquitecto Agustín Piña Dreinhoffer. Los paladines de la defensa de la Catedral lo serían don Julio Scherer García, director de Excélsior, Francisco de la Maza, Salvador Novo, Edmundo O'Gorman, Raúl Noriega, José Iturriaga y Arturo Arnaiz y Freg, entre otros. Tuve la fortuna de conocerlos a todos ellos y de tratar este tema con el entonces Presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, quien me nombraría su Consejero en Arte Colonial, desde 1967, debido a que en una reunión con el arquitecto Jorge L. Medellín y su esposa y otras personas, preparado por las enseñanzas de De la Maza, lograríamos convencer al mandatario de que apoyara la conservación y no la renovación del templo. Los fondos los reunirían, entre otros, María Cusi de Escandón, José Carral Escalante, Juan Sánchez Navarro, Pablo Díez y otros muchos mexicanos del sector privado, comprometidos en este asunto de rescatar el magno edificio.
Los trabajos durarían muchísimos años. Gracias a la dirigencia del arquitecto Pedro Moctezuma, Pedro Ramírez Vázquez, Vicente Medel y Jaime Ortiz Lajous, veríamos concluidas estas obras en los años finales de la década de los setenta. La Catedral, a pesar de su infortunado accidente, recuperaría su esplendor. Ortiz Lajous estaría constantemente atento a medir y registrar cualquier alteración en el edificio y para ello dispuso de una oficina permanente con ese fin. También realizaría el inventario de bienes muebles del mismo.
El temblor de 1985, sumado a los problemas del subsuelo de la ciudad por la abusiva extracción de agua, provocaría un nuevo perjuicio al templo metropolitano. Entonces, suscitado por la advertencia que hicimos un grupo de personas, llamaríamos la atención del gobierno, el cual realizaría la titánica obra de su recimentación, desde fines de los años ochenta hasta nuestros días. El arquitecto Sergio Saldívar se convertiría en experto en problemas de subsuelo y cimentación gracias a las orientaciones y enseñanzas de los ingenieros de la UNAM. Así llegaría la Catedral hasta nuestros días. Por fortuna, el R.P. Luis Avila Blancas sería el sacristán, quien con recursos de su bolsillo restauraría pinturas y diversas obras de arte. La Catedral, también contaría con el apoyo de la Sociedad de Amigos de la Catedral de México, presidida por Clemente Serna, en cuya fundación me tocaría participar.
El interior de la Catedral de México, hoy, en el año 2001, se encuentra muy lejos de la dignidad que guardó durante toda su existencia y en particular en los años sesenta. Se ha intentado alterar la crujía con fines litúrgicos, se ha llenado de expendios devocionales y de otros enseres, tales como muñequitos de plástico, playeras y chamarras; peligran las obras por el polvo y la iluminación incandescente y algunas de sus capillas han sido convertidas en oficinas; hay anuncios eléctricos y veladoras por todos lados, y se han colocado imágenes de pésima calidad artística. Sería muy conveniente que las autoridades catedralicias recordaran los momentos en que la Catedral se visitaba para encontrar un respiro espiritual y un poco del sentimiento de la Grandeza Mexicana.