LUNES Ť 3 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Ť León Bendesky

Informados

Hubo en el primer Informe de gobierno una insistencia y un matiz que parecen interesantes. Ambos tienen, por ahora, un sentido más político que práctico, cuando menos en esta etapa aún inicial de la administración Fox. La insistencia es que el país tiene proyecto y está asociada con lo que se ha convertido en la divisa del Presidente y es el asunto del cambio. El matiz es que para cambiar no necesariamente tienen que hacerse otras cosas, sino hacerse las cosas bien. Esta postura contrasta con la forma en que el candidato Fox presento su crítica a los gobiernos priístas y su oferta a los electores durante su campaña hace apenas poco más de un año. Entonces las posibilidades de su gobierno se veían distintas, más amplias y decisivas.

El cambio es, sin duda, una divisa muy utilizada en la lucha política en todas partes. Se supone que los ciudadanos siempre están saciados con el estado de las cosas y que se sienten atraídos o hasta seducidos por la idea de tener algo diferente como referencia o a alguien distinto en quién poner su confianza o mantener su incredulidad para dirigir el gobierno. El cambio prevaleció como incentivo político en el Reino Unido cuando ganaron los laboristas, o en España cuando perdió el PSOE, en Argentina con el debilitamiento del peronismo menemiano o en Israel cuando las posturas más radicales del Likud orillaron a la otras opciones, y los ejemplos se pueden extender. El cambio es una calidad tan usada que tiende a volverse confuso cuando lo que parece que se quiere es cambiar el cambio y, entonces, todo el asunto se trivializa. Después de unos meses en el poder el cambio foxista corre el peligro de empezar a confundirse en los oídos de la población con el que ofrecían de manera repetitiva cada uno de los presidentes que salían del mismo PRI, durante muy largas décadas de rotación en el uso y abuso del poder en México. Esta manera del cambio se desgastó.

Así que el cambio, que pareció conmover la mano de los electores cuando tuvieron que cruzar las boletas el 2 de julio de 2000, puede rápidamente dar signos de agotamiento. Fuimos informados de las acciones más relevantes del gobierno en los primeros meses de su trabajo. La forma en que esto se hizo no fue muy favorable para la causa del cambio. En la política social, agropecuaria, educativa y de salud, que tienen que ver con la atención a los millones de pobres, los nombres de los programas son los mismos y las cifras fueron los principales argumentos, pero son difíciles de ponderar en un discurso, sobre todo cuando la intención del Presidente, como lo hizo expreso, no era sólo rendir su informe ante el Congreso, sino dar un mensaje a la población que le permitía entrar en sus casas mediante la televisión.

En esta parte, y quedándonos siempre en el terreno del mensaje político, no fue posible apreciar algo diferente entre lo que hace el gabinete de Fox o lo que hacían los de Zedillo o de Salinas. Esto debe tener que ver con la esencia del trabajo de la administración pública, pero de tal manera, el cambio se hace una noción hueca y más aún cuando es el eje del discurso. El matiz señalado al principio se inserta aquí de modo difícil. Ahora parece que no es necesario hacer otras cosas, sino hacerlas bien. Este es un criterio de eficiencia propio de las prácticas empresariales que favorece y promueve el gobierno, no hay duda que no sobran en el trabajo de la administración pública como en cualquier labor de gestión de recursos. Lo que no se sigue es que esto sea suficiente para hacer de México una historia de éxito del siglo veintiuno. Convendría preguntarnos qué idea de éxito tiene el presidente Fox y cómo se vuelve parte de la definición de su proyecto. Además, no se sabe si esa idea es compartida por el resto de la sociedad, ni siquiera si quiere ser una historia de éxito y todo eso es parte necesaria de la democracia que él mismo defiende.

Si la noción del cambio que se mantiene como la esencia de este gobierno se desdibuja, se hace bastante complicado convencer a los oyentes de que existe un proyecto político en el país. Y eso no se logra sólo con afirmarlo repetidamente. Esta limitación se hizo más visible en el caso de la iniciativa de la reforma fiscal, ya que se dejó entrever que será necesario negociar con el Congreso y se llamó a establecer los acuerdos necesarios para modificar las condiciones de financiamiento del gobierno. Esta será, sin duda, una de las principales ocupaciones del nuevo periodo de trabajo de las Cámaras y una expresión de la fuerza del proyecto que defiende el gobierno y de la capacidad técnica y política de los legisladores, los del PAN y los de la oposición.

Los discursos tienen siempre un gran problema, se componen de palabras y éstas deben ordenarse de modo tal que su contenido tenga algún significado. El discurso político como se practica en México tiene demasiadas palabras, pero las nociones, los conceptos y, lo más difícil, las ideas, son difusas, parecen dichas a destiempo o estar referidas a una realidad con la que es difícil relacionarse. Mal para la política y peor para quienes son los destinatarios del discurso.

La diputada Beatriz Paredes recordó que la rendición del informe del presidente al Congreso es un acto ritual. El día primero hubo un cambio bienvenido en el ritual y fue la duración. Aun así, la política mexicana y los políticos siguen siendo demasiado solemnes; el presidente Fox trata de modificar esta característica, pero no logra hacerlo; en este nuevo formato el presidente desaprovechó la oportunidad de dar un mensaje político de nuevo tipo. No es lo mismo administrar, y todavía no sabemos si lo hace bien o mal, que hacer política, pero se tienen que hacer las dos cosas.