lunes Ť 3 Ť septiembre Ť 2001

Carlos Fazio

El Informe como simulacro

Una vez más los mexicanos asistimos como espectadores al ritual del Informe. Al simulacro de la ficción presidencialista. Simulacrum es la traducción latina del eídolon griego, lo que en castellano puede traducirse como imagen. O sea, la representación de una cosa. La pretensión ilusionística que confunde la réplica o el simulacro del mundo con su realidad, y convierte esa misma realidad en la ficción de un espectáculo; en la irrealidad de la experiencia y la vida. Simul, la raíz verbal de simulacro, significa representar en el sentido de la simulación, de la apariencia externa de lo que es. Como explica Eduardo Subirats en Culturas virtuales, esa dimensión teatral o escenográfica de las imágenes como simulacros, simulaciones y disimulos es inherente al sentido del eídolon.

Finalmente, el informe presidencial, como simulacro, elimina y sustituye lo representado (la realidad mexicana), para convertirse en el único ser objetivamente "real". En eso no hubo cambio. Era así bajo el presidencialismo priísta y lo sigue siendo en el régimen panfoxista.

Uno de los mitos más exaltados por la propaganda de la campaña mediática gubernamental es el mito del desarrollo. Subyace en sus promesas proselitistas, en los compromisos de toma de posesión y permea todas sus representaciones públicas, incluido el primer Informe de gobierno. La fórmula repetida desde Los Pinos es que con el apoyo de ese "poderoso equipo" de 118 millones de mexicanos (los de aquí y los que radican en Estados Unidos) Vicente Fox hará de México "un país exitoso y triunfador".

En su México de ilusión no hay crisis, ya se eliminó el autoritarismo y la prepotencia, y si el Congreso "dispone" de los "instrumentos" que él "propone" (reforma fiscal, privatización del sector energético, flexibilidad laboral, mayor apertura a la inversión extranjera) podrá combatir con eficacia la pobreza y la marginación, la economía crecerá 7 por ciento anual y México se convertirá en un nuevo "tigre americano". Lo único real del discurso presidencial es su componente depredador.

El mundo neoliberal de nuestros días -el del capitalismo global que ha convertido al mercado en una suerte de ley natural suprema, carente de ética- está regido por el neodarwinismo social. Por una guerra de todos contra todos en la que sólo sobreviven los más aptos. Para sobrevivir en la jungla de ese capitalismo primario -que no tiene nada de liberal, y donde tampoco el mercado es libre como predican sus sacerdotes- el mito del desarrollo foxista, con sus connotaciones casi religiosas de esperanza y salvación de la pobreza, ha elegido la imagen de un tigre. Un animal depredador. En el conflicto darwiniano todas las criaturas de la naturaleza viven depredando. Las empresas y las economías nacionales deben ser también depredadoras (tigres) a través de la más extrema competencia económica. Las corporaciones más depredadoras son las que prevalecen y se reproducen trasnacionalmente, expandiendo sus ganancias. Se trata de un juego de suma-cero, en el que no hay cooperación, solidaridad ni regulaciones sociales. Se gana o se pierde. Ganan los individuos y las empresas más aptos, más competitivos. Los más débiles quiebran o quedan desempleados. Excluidos. Sin escrúpulos se establece la equivalencia de la selección natural darwiniana. Pero el discurso simulador de Fox oculta otros hechos inmutables. Por ejemplo, que en su promesa de un "desarrollo sustentable", las libertades políticas y civiles individuales quedan relegadas ante el dios mercado. El único factor de producción con permiso de circular "globalmente" en el proyecto que le recetaron sus patrocinadores es el capital. En contraste, el trabajo y la tecnología no tienen libertad "global" para circular, por estar protegidos con severos regímenes de inmigración (ahora militarizados) y de propiedad intelectual. Como ocurrió antes con el simulacro de ley indígena, sus propuestas de desarrollo (vía la economía de enclave, maquiladora, del Plan Puebla-Panamá, los microcréditos y el changarrismo social) favorecen más la libertad del dinero que la libertad de los individuos para buscar empleo o adaptar sus invenciones.

En el marco del actual casino financiero planetario, nada exhibe mejor el falso liberalismo foxista que las intervenciones del Tesoro estadunidense, el Banco Mundial y el FMI en contra del libre mercado para rescatar a los inversionistas "globales" de las crisis financieras en México, Asia, Brasil, Rusia y Argentina. Cada día, en manada, banqueros, ejecutivos, inversionistas especuladores y mafias cleptocráticas hacen circular billones de dólares (en operaciones de bolsa, divisas, bonos o créditos) desconectados del comercio y de inversiones directas productivas para crear empleo. El asunto es ganar mucho y rápido, con un comportamiento darwiniano devastador. Pero cuando pierden, a ellos no se les aplica las leyes del libre mercado, que tiene una manera "eficiente" para castigar las especulaciones riesgosas, que se llama bancarrota. El FMI instruye a los nuevos Estados intervencionistas locales que los "rescate", como ocurrió en México con el Fobaproa para evitar que "el sistema bancario colapsara". Se salva a los inversionistas globales de "la mano invisible del mercado" y se castiga a los ciudadanos con nuevos y severos "ajustes". Así, el FMI predica la libertad del mercado financiero global, pero practica un populismo financiero a favor de los dueños del dinero. Privatiza las ganancias, socializa las pérdidas.

Ese es el mundo real que, en México, Fox administra a golpes de demagogia. Un modelo irresponsable, depredador, que produce violencia. Pero cuidado. Muchas veces, cuando pasa ciertos límites, esa violencia se convierte en turbulencias sociopolíticas. Parece que para allá vamos.