LA IRREALIDAD DEL PODER
Ayer
por la tarde los sectores ciudadanos que se mantienen atentos al acontecer
político del país asistieron a una extraña repetición
del ritual presidencialista por excelencia del viejo sistema político
mexicano: el Informe de gobierno. Pudieron constatar que, salvo el hecho
de que el actual jefe del Ejecutivo es de extracción panista, se
hicieron presentes en San Lázaro todos los rasgos de los viejos
informes: discordancias regulares entre las realidades nacionales y el
triunfalismo de las cifras; espíritu cortesano convertido en reglamento
--el cual exige al Legislativo conformar sendas comisiones "de cortesía"
para ir a buscar al Presidente a Palacio Nacional y para recibirlo en la
sede del Congreso de la Unión-- y una conjunción de monólogos
que se vuelven omnipresentes gracias a una movilización mediática
desbordada y desproporcionada.
Tal vez la clave de este desconcertante déjà
vu la haya dado el mismo presidente Fox cuando admitió, en un momento
de su discurso, que la alternancia no necesariamente se traduce en cambio
y cuando reconoció que la voluntad presidencial no basta para transformar
las prácticas -es decir, los vicios- de la administración
pública.
En efecto, por lo que pudo percibirse ayer, los usos y
costumbres de la clase política en su conjunto permanecen lamentable
y crecientemente ajenos a la sociedad, la economía y las estructuras
políticas reales, igual que en la tecnocracia terminal priísta
reciente.
Independientemente de las intervenciones -atingentes o
pintorescas- de los representantes de las facciones parlamentarias partidistas,
pronunciadas en ausencia del titular del Ejecutivo, el mensaje de éste
y la respuesta de Beatriz Paredes resultaron, el primero, un reflejo fiel
de la escasísima acción gubernamental de los últimos
nueve meses, y la segunda, una exaltación institucional del Legislativo
que no faltó a la tradición de complacencia hacia el Presidente
en turno y que, a la luz de los magros y decepcionantes resultados de la
actual legislatura, resultaba improcedente y fuera de lugar.
La crítica situación del campo y del empleo,
por una parte, y la desastrosa reforma constitucional en materia de asuntos
indígenas fraguada y aprobada por el Legislativo, por la otra, habrían
debido llevar a los dirigentes de ambos poderes a realizar, ayer, una revisión
autocrítica y a replantear sus formas y hábitos de operación.
Por desgracia, en la ceremonia de apertura del periodo
ordinario de sesiones del Congreso de la Unión se hizo evidente
que el cambio aún no ha llegado y que en el país siguen casi
intactas, a pesar del 2 de julio de 2000, la disociación entre la
clase política y la realidad y, en términos generales, la
arrogancia y la ceguera del poder.
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