DOMINGO Ť 2 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
MAR DE HISTORIAS
La tormenta
CRISTINA PACHECO
"No tarda en llover otra vez. Si va a salir llévese el paraguas", me dijo la portera mientras barría el agua acumulada en el declive del portón. No le respondí. Estaba indecisa entre salir corriendo o volver al cuarto de servicio que primero se convirtió en gimnasio, luego en mi estudio y ahora en lodazal.
Mi silencio estimuló a Joaquina para hacerme el recuento de los desastres causados por la lluvia en el condominio: jardines deshechos, cables desprendidos, antenas en riesgo de caer. En relación a los afectados la portera me consideraba privilegiada: "A usted tan siquiera nada más se le inundó su cuarto de servicio".
"Nada más", repetí y sin despedirme salí a la calle. Algunas personas se arremolinaban en los quicios o bajo los toldos de los comercios. Imaginé sus comentarios: "Está lloviendo como nunca", "ya no sabe uno cómo vestirse: en la mañana hace calor y luego un frío tremendo".
Llegué hasta la avenida. Pude haber entrado en algún café, pero no lo hice. Mi paseo bajo la lluvia era una huida. Pensé que alejándome de mi casa dejaría atrás la sensación de pérdida que me lastimaba hasta provocarme un dolor en el pecho. Se agudizó cuando me di cuenta de que, por primera vez en muchos años, ellos no esperaban mi regreso para seguir adelante con sus historias.
Maldije mi desidia. Si hubiera aplicado un mínimo de sentido común, a esas horas Renato, Luisa, Pilar y todos los demás personajes a su alrededor estarían en alguno de los muchos puertos seguros donde tuvieron posibilidad de sobrevivir: una copia fotostática, un disco de computadora o por lo menos una bolsa de plástico que los habría protegido de la lluvia.
Durante todo el tiempo que había abandonado el manuscrito no pensé en asegurarme de que estuviera en buenas condiciones, mucho menos en la fragilidad del papel. Me sentí estúpida y culpable: la vida de todos aquellos personajes se había interrumpido para siempre. El dolor en el pecho volvió. Necesitaba aferrarme a algo para soportarlo. Metí la mano en el bolsillo de la gabardina y encontré la única página que había logrado rescatar.
Ignoraba si era la 15, la 217 o la 489. Fuera cual fuese tenía el significado de un mensaje póstumo. Pensé contárselo al doctor Riquelme en la siguiente consulta. Sus comentarios me habían enfrentado a la muerte de mis personajes. De no haber sido por eso yo habría mantenido la ilusión de que seguían allí, esperándome.
De pronto me asaltó la esperanza de que la hoja guardada en mi bolsillo pudiera servirme para empezar de nuevo y conseguir que reaparecieran los personajes de la novela escrita durante años, en lapsos irregulares, y perdida para siempre en esta temporada de lluvias. La ilusión y la curiosidad por leer lo que había escrito, quién sabe en qué etapa de mi vida, me hicieron volver a casa. Otra vez metí la mano en el bolsillo. Sentí agradecimiento y ternura hacia la hoja de papel.
II
Me puse los lentes. Con precaución extendí sobre la mesa la página rescatada. Me sometí a prueba: coloqué una hoja sobre el texto y vi sólo el folio: 211. Me esforcé por imaginarme a qué momento de la novela podía corresponder. No logré recordarlo. Interpreté mi incapacidad como una venganza de los personajes. Resignada, decidí leer:
"11 de agosto de 1978.
Muy querida Luisa: Perdona que no te haya escrito antes. Conoces mi situación y podrás imaginarte que estos meses han sido muy difíciles. Necesitaba estar sola. Además no quise cargarte con mis problemas y por eso preferí mantenerme en silencio. Esto no significa que te haya olvidado. Por el contrario, a cada momento pensaba en todos ustedes. Gracias a eso logré salir adelante. Cuando sentía que iba a caer en una de mis terribles depresiones pensaba: "tengo que superarla porque de otra forma no volveré a verlos".
Los extraño muchísimo. ƑSabes algo de Renato y Teresa? La última vez que los vi estaban haciendo planes para irse en un crucero por el Caribe. Ojalá lo hayan logrado. Si los ves no les digas que te escribí. Se sentirían molestos de que no les haya escrito. Aún no puedo hacerlo: me recuerdan demasiadas cosas, tú sabes...
Con todo y que hay situaciones que aún no logro superar me siento mucho mejor. Con decirte que ya hasta tengo ganas de volver a salir y de arreglarme. El lunes iré con el peluquero. Pienso cortarme el pelo. Ya no tiene caso llevarlo tan largo; además me recuerda a Darío. No me resigno a su muerte, es más: no la entiendo. Nadaba maravillosamente bien.
Cuando me refiero a él me duele muchísimo tener que hacerlo en pasado. Entonces me hago preguntas que ya de nada sirven y me entran arrepentimientos espantosos. Siempre llego a la misma conclusión: no es justo que las cosas hayan sido como fueron porque tú sabes que a Darío y a mí nos faltó mucho por vivir juntos; pero también, Ƒcómo íbamos a saber? En fin, ya te estoy hablando de mis problemas y prometí no hacerlo. Mejor te cuento que tengo planes y estoy decidida a realizarlos. A menos que estalle el volcán o me caiga el diluvio, terminaré el trabajo que empecé. Sólo tú lo conoces. En cuanto tenga algo que sienta más o menos bien te lo mandaré para que me des tu opinión. Es la única que me importa ahora que Darío no está.
Algo más: Ƒte acuerdas del vestido blanco que llevaste a Morelia? Me fascinó. Si encuentras uno parecido. mándamelo (en talla 4) para que me traiga suerte el día de...".
III
Era todo. Sabía que en el reverso de la hoja no iba a encontrar ninguna otra línea, sin embargo le di vuelta. Su vacío me desesperó. Tiré el papel sobre la mesa y cerré los ojos, procurando buscar en mi memoria los antecedentes de aquellas confesiones. Recobré algo de Renato y Teresa; en cambio, de Darío sólo el cuerpo bellísimo, desnudo, flotando en un mar nocturno, sin playa. ƑSuicidio?
Decidí releer la página con la esperanza de que alguna de las palabras que le había hecho escribir a Pilar demolieran las barreras con que el olvido aprisionaba a mi memoria. Otra vez fue inútil. Tuve que reconocer que lo había perdido todo. Me senté a contemplar la página, después la acaricié. Su humedad me recordó el llanto de Pilar la noche en que descubrió muerto a Darío.
Me quité los anteojos. Las letras se convirtieron en manchitas y el misterio de la carta se duplicó. En ese momento recordé el veredicto del doctor Riquelme: "No quiero engañarla: a estas alturas la operación dará resultados mínimos y de todos modos tendría que seguir usando lentes. Si hace cinco años me hubiera pedido que la interviniera... No ponga esa cara: tenemos la misma edad".
Era cierto, sólo que él había colmado todos sus proyectos. Lo indicaban sus diplomas y el consultorio ultramoderno que supera con mucho al gabinete modestísimo donde me recibió la primera vez. En cambio yo, al cabo de tantos años de trabajos inútiles, tenía sólo una novela inconclusa.
Había comenzado a escribirla 20 años atrás. Durante ese tiempo, a pesar de los largos períodos de abandono, los personajes habían sido fieles y dóciles. No dudé de que lo fueran otra vez y pensé que era el momento de continuar el trabajo. Me sentí tan feliz que no protesté ante el caos vial provocado por la lluvia.
Cuando llegué al condominio vi confusión de ramas y cables. Sin atender las advertencias de los vecinos corrí al cuarto donde había improvisado mi estudio. Llevaba meses sin visitarlo. Al abrir la puerta vi que entraba agua por un hueco en el techo. Sobre el escritorio descubrí el manuscrito humedecido por las lluvias de mucho tiempo atrás. De las 500 páginas sólo rescaté una, la carta de Pilar, y por desgracia demasiado tarde.