DOMINGO Ť 2 Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

Ť Angeles González Gamio

Década de disfrute

En varias ocasiones México supuestamente ha ingresado con bombo y platillo "a la modernidad". Ese fue uno de los orgullos de Porfirio Díaz, que lo llevaron a edificar enormes construcciones, como el palacio de Correos y el de Comunicaciones, que mostraran que nuestro país estaba a la altura de las grandes capitales europeas y norteamericanas. Esta aparente bonanza se fue al hoyo con la Revolución y costó prácticamente la mitad del siglo XX recuperar la paz y la estabilidad. Fue el primer presidente civil de esa centuria, el licenciado Miguel Alemán Valdés, quien inició esta etapa, que habría de tener su reflejo, al igual que todas las anteriores, en la arquitectura.

El gobierno alemanista puso énfasis en la obra pública: caminos, ferrocarriles, grandes conjuntos habitacionales que serían conocidos como "multifamiliares", obras portuarias, escuelas y obras de regadío. El país fue polo de atracción para las inversiones extranjeras y la ciudad de México sede de importantes acontecimientos internacionales.

Acorde con esa visión de grandeza y modernidad, el gobierno alemanista decidió que la gran capital requería de un centro de vastas proporciones, que permitiera la celebración bajo techo de acontecimientos relevantes y masivos.

Sin estar totalmente concluido se inauguró el 25 de junio de 1952, con la 35 Convención Mundial de la Asociación Internacional de Leones. Inicialmente dependió del Departamento Central, por lo que se le denominó Auditorio Municipal. Al cambio de gobierno, el presidente Adolfo Ruiz Cortines nombró a Ernesto P. Uruchurtu regente de la ciudad de México; ambos funcionarios tenían otra mentalidad, por lo que suspendieron los trabajos que se requerían para terminar la obra, ante la incertidumbre presidencial respecto al uso de un edificio de tales dimensiones.

Finalmente se decidió concluirlo, otorgándose la responsabilidad a la Secretaria de Educación Pública; el recinto se reinauguró el 16 de julio de 1955 con un concierto de la Orquesta Sinfónica de la UNAM, dirigida por José Iturbi. Tres años más tarde se instaló un órgano monumental, considerado entonces el tercero en el mundo por su cantidad de voces. A partir de esa época, el ya bautizado como Auditorio Nacional se volvió la sede -con precios populares- de grandes óperas, conciertos, conjuntos corales, danzas, espectáculos nacionales y extranjeros, encuentros deportivos, convenciones, exposiciones industriales y, anualmente, de la célebre Feria del Hogar.

En varias ocasiones fue utilizado como recinto alterno del Congreso de la Unión, entre otras en 1970, cuando tomó posesión el presidente Luis Echeverría. Allí se celebraron reuniones multitudinarias con obreros, campesinos, amas de casa que eran festejadas por el Día de la Madre, cuando las más prolíficas recibían premios; se puede afirmar que miembros de prácticamente todos los sectores sociales han asistido por lo menos una vez durante su vida a algún acto en el Auditorio Nacional.

A lo largo de 40 años se le hicieron diversas adaptaciones, hasta 1991, cuando se inició una remodelación integral que dio como resultado un hermoso y moderno edificio con lo más avanzado de la tecnología actual y adornado con obras de arte de los mejores artistas mexicanos. Ahora cumple 10 años de ser parte importante de la vida de la capital con su nuevo rostro, albergando los mejores espectáculos, con precios para todo público, además de llevar a cabo actividades de carácter social.

El próximo miércoles es la fiesta de su décimo cumpleaños que le organiza su actual directora, la talentosa y eficiente María Cristina García Cepeda, Maraky, con la develación de una escultura-placa conmemorativa del arquitecto Teodoro González de León, la presentación de una carpeta de grabados con obras de Juan Soriano, Vicente Rojo y Gabriel Macotela, aderezadas con textos de Carlos Monsiváis, una exposición fotográfica de Fernando Aceves y una de arquitectura que muestra la remodelación; como remate, el espectáculo de David Copperfield.

Después de todo eso, el gran mago ya nos puede desaparecer, pero mejor hay que cruzar el Paseo de la Reforma y sobre la lateral, en Andrés Bello 10, se encuentra El MP, agradable y sabroso restaurante de la excelente cheff Mónica Patiño, y para bolsillos en desaceleración económica, unas cuadras hacia adentro de Polanco, en la zona comercial, se degustan hasta la madrugada unos tacos deliciosos en El Califa de León, situado en Oscar Wilde 21.

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