domingo Ť 2 Ť septiembre Ť 2001

Néstor de Buen

Exilios

El mundo da vueltas y con el mundo, los náufragos de la economía y de la libertad. Ahora, lo notable es el barco noruego Tampa, que traslada al infinito a 438 refugiados, en su mayoría afganos, viajantes desde Indonesia a Australia y sólidamente rechazados a pesar de todas las protestas que hayan podido presentarse ante Naciones Unidas, el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Organización Marítima Internacional, según nos informa La Jornada del jueves.

Recuerdo muchas cosas. Entre ellas, de manera principal, que el día en que el Cuba, de la Compañía Trasatlántica Francesa, a fines de junio de 1940, llegó a uno de sus destinos que era el nuestro, Ciudad Trujillo, en República Dominicana, el señor dictador Trujillo no nos dejó desembarcar a los quinientos y pico de españoles que por azares de las guerras, la de España y la europea, buscábamos otro hogar. Pedía el Generalísimo que le pagaran quinientos dólares por cabeza y estoy casi seguro que reuniendo los recursos de todos, no daban para una entrada.

Desembarcaron franceses y holandeses y otros (entre ellos una holandesita judía inolvidable) que no pudieron llegar a tierra sino en lanchas, a media distancia del puerto. Los demás nos quedamos con el mismo futuro incierto que tienen estos desdichados refugiados nuevos.

El final del viaje era Martinica, que evidentemente tampoco nos aceptaba. Pero de inmediato se hicieron gestiones para tratar de ser recibidos en México. Mi padre y otros destacados exiliados que viajaban en el Cuba en ese momento de incertidumbre para los españoles lograron gracias a Lázaro Cárdenas que, de nuevo, México, siempre México, nos diera la oportunidad de una nueva vida. La otra alternativa era, decían, la Isla del Diablo.

En Martinica cambiamos de barco a uno más pequeño, contradictoriamente denominado Saint Domingue, en el que, apretujados y muertos de calor, navegamos hacia lo que las cartas de navegación llamaban Puerto México. Un 26 de julio entramos por el río Coatzacoalcos y arribamos a un puerto chaparro, caluroso, en el que el calor principal fue el de la recepción cordial, afectuosa, solidaria, de muchos veracruzanos que nos esperaban con banderas mexicanas y republicanas y que nos demostraron, desde el primer momento, que llegábamos a nuestra casa. Lo fue, lo ha sido y lo es de manera total. Dice Eulalio Ferrer, compañero de aquella aventura, que Coatzacoalcos fue el "puerto de la esperanza".

Y es que España ha tenido siempre la vocación de ser puerto de salida de emigrantes. América, México de manera especial, les han abierto siempre los brazos, más allá de cualquier guerra de independencia, porque en la historia de México tampoco ha faltado un Francisco Javier Mina que luchó contra el imperio español.

Me duele en el alma que hoy España, que ha logrado construir una economía envidiable, rechace con violencia a quienes se juegan la vida pasando el Estrecho de Gibraltar en precarias pateras, nombre raro de unas lanchas de mala muerte que no siempre llegan a las costas de Andalucía y que cuando llegan suelen ser detenidas por la Guardia Civil.

Si tantos españoles, me incluyo entre ellos, que lo fui y mucho me queda, pudieron rehacer su vida: la famosa inmigración económica, admirable por el tesón y el esfuerzo, o encontrar la libertad y un modo honesto de vivir: el exilio republicano para salvarse de muchas cosas de la dictadura franquista, no parece justo que ahora España niegue la oportunidad a quienes la necesitan desesperadamente.

No hay que olvidar que en la década de los sesenta, miles de españoles salieron de España al centro de Europa en busca de trabajo y de libertad. Reconstruyeron o construyeron su vida gracias a que sabían trabajar y a que se atrevieron a perder el sol, como dijo en una novela inolvidable un gran escritor español de quien -vergüenza total- he olvidado el nombre (ƑJosé María de Lera?). En el norte de España, Asturias sobre todo, los indianos, que se hicieron ricos con esfuerzo y sacrificio, volvían a los pueblines a hacer ostentación de sus riquezas ganadas de mil maneras en América. A veces, a casarse con la novia de muchos años antes. Hoy, España rechaza a los inmigrantes. Inventa leyes represivas. Devuelve al Ecuador a un montón de gente que llegó sin papeles. Pueden ser de cualquier sitio, americanos, marroquíes, lo que sea. Eso no importa. Dicen que compiten por el empleo, lo que no deja de ser una solemne mentira. Nuestra experiencia en la frontera norte se repite hoy, en el mundo, hasta la saciedad. Con el mismo saldo de egoísmos y muertos. ƑPara eso sirve la globalización?