SABADO Ť Ť SEPTIEMBRE Ť 2001

SPUTNIK

Equívocos ciertos

Juan Pablo Duch

Moscu, 31 de agosto. Ciertos equívocos, a fuerza de ser repetidos desde el momento en que se producen por vez primera, se vuelven equívocos ciertos; aunque no contengan verdad, lo aceptado es darlos por expresiones correctas.

Llegan a tener tal arraigo en el habla común que pretender aclarar algunos equívocos puede resultar una tarea ingrata. Ingrata porque la mayoría de los lectores podría pensar que la intención es insinuar que, a partir de ahora, hay que decir las cosas de otra manera.

Además de absurda, dicha pretensión se revertiría contra el trasnochado escribidor y no sería difícil que muchos concluyesen que el autor se quiso pasar de papila. Derivado de papá, en lugar de su fonética y femenina equivalencia, nadie objetará usar este neologismo, válido -Ƒpor qué no?- si el merecedor de la colectiva reprimenda es un válido padre de familia.

Breve paréntesis: pensándolo bien, sería más propio aplicar el benevolente neologismo a todo aquel funcionario público que, en el empeño de imponer su inquisidora visión de lo que debe ser un padre de familia, sólo logra convencer a sus atónitos compatriotas de que el mexicano sinónimo del biberón le viene como anillo a la boca. Con esta precisión, es mayor la proplazarojababilidad de que la Real Academia Española lo incorpore a la próxima edición de su diccionario.

Cerrado el paréntesis, y asumido el riesgo de que incluso los fumadores lectores consideren este texto infumable, no deja de ser curioso -éste es el único propósito de la presente entrega, dicho sea para quienes pensaban que se les iba a recetar, como sabatina lectura, una tediosa y soporífera ponencia rechazada en algún reciente congreso de lingüistas- apuntar algunos equívocos originados en la traducción del ruso al español.

Entrando en materia, Ƒsabía usted que el verdadero nombre de la famosa Plaza Roja de Moscú no guarda relación directa con el color? No es exclusivo de nuestra lengua, ya que tampoco se ha traducido a ningún idioma como Plaza Hermosa, su nombre correcto. Es frecuente creer que ello se debe a ideológicas asociaciones por el hecho de que la Plaza Roja llegó a ser uno de los símbolos mayores de la desaparecida Unión Soviética y, por extensión, del régimen socialista.

En realidad, se conoce así por una razón más simple: la palabra krásnaya (actualmente, roja) tenía un significado distinto en ruso antiguo. Cuando un incendio de-vastó, hacia 1493, las cercanías del Kremlin, el zar Iván III prohibió construir en las proximidades y fue así como surgió la plaza, entonces llamada Pozhar (del incendio). Al poco tiempo se le cambió el nombre a Plaza de la Trinidad y, desde el siglo XVII, por su majestuosidad y belleza, empezó a ser llamada krasnaya (en esa época, hermosa).

Con el tiempo, el significado original de la palabra se fue perdiendo, mas no la belleza de esta rectangular plaza, ubicada en el corazón de la capital rusa y, junto con la catedral de San Basilio, obligado punto de referencia al hablar de Moscú.

Más controvertido puede parecer el equívoco en el título de una de las novelas in-dispensables de la literatura universal. Y no sólo debido a que el título contiene una palabra ambivalente hasta la fecha, sino porque ninguna de las dos acepciones se corresponde con lo que el genial escritor quiso transmitir como sólo podía hacerlo con la contundencia de la palabra mir (paz, mundo), con un tercer significado en ruso que ya no se usa.

Mueve a risa afirmar que La guerra y la paz, conocida así desde la primera traducción que se hizo a vaya usted a saber a qué idioma y sirvió de modelo para las demás lenguas, en sentido estricto, se debería llamar en español La guerra y la gente.

Lo cierto es que León Tolstoi, así lo aseguran estudiosos locales del tema, sin minimizar otros aspectos relevantes del contenido de la novela, que sería impertinente recordar aquí, empleó el concepto mir no como paz o mundo, sino como una comunidad, un conjunto de personas. Mir, desde esta perspectiva, reflejaría más bien la idea de gente, línea esencial de su ma-gistral narración del heroísmo y patriotismo mostrado por los rusos frente a la invasión de Napoleón en 1812.

Alguna razón habrá tenido el traductor al titular en español la pieza de Anton Chejov como El jardín de los cerezos. Pa-rece claro que, en ruso, vishnia quiere de-cir guinda y no cereza. Por simple lógica, Chejov escribió El jardín de los guindos. Ambos son árboles rosáceos, de tronco liso y ramoso, hojas simples y dentadas, y lo único que distingue el guindo del cerezo es que los frutos del primero son más redondos y ácidos.

Tampoco le fue muy bien, en español, a Aleksandr Pushkin, cuya soberbia obra se conoce, en algunos lugares, como La dama de piqué, igual que la ópera homónima que inspiró a Piotr Chaikovsky. Desde luego, al escribir Pikovaya dama, el renovador del idioma ruso no se refirió jamás a una señora envuelta en una tela de algodón que forma grano u otro género de labrado en relieve, como define piqué el diccionario.

Quizás, en nuestro idioma, no suene muy bien La dama de picas, que es lo que significa el título en ruso, en alusión a la carta decisiva cuya figura corresponde, en el juego de la baraja, a esa especie de lanza larga que usaban los soldados de infantería. Al tratar de transmitir el pushkiniano sentido, algún traductor más sensato propuso La dama de los tres naipes.

En fin, son sólo algunos ejemplos de esos equívocos ciertos que seguiremos usando y que sería ridículo cambiar a estas alturas del partido. No era esa la intención, quede claro.

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