SABADO Ť 1Ɔ Ť SEPTIEMBRE Ť 2001
PRIMER INFORME
Ť En 88 la ceremonia comenzó a perder sus aires imperiales
Informes de gobierno, ocasión de partidos para cobrar facturas
Ť Zedillo, protagonista del discurso más corto de la historia
MIREYA CUELLAR
Más allá de los estilos personales, el primer informe de gobierno -cuando menos en los casos de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo- ha sido la ocasión para que los presidentes marquen el rumbo que tendrá su administración. Y, en general, no importa si se trata del segundo o el tercero, de 1988 a la fecha, la visita obligada del jefe del Ejecutivo al Congreso es la oportunidad para que la oposición le cobre, casi siempre a gritos, facturas, agravios.
ƑQué harán hoy los panistas ante las interpelaciones? ƑRecurrirán al šMéxico! šMéxico! šMéxico! con que se desgañitaban los priístas pretendiendo acallar las protestas, esos viejos priístas que confundieron al país con sus siglas?
Pero en 1989 Carlos Salinas había superado las turbulencias de su cuestionado triunfo y desde la tribuna improvisada en el Palacio de Bellas Artes envolvió en una argumentación ideológica el anuncio de que adelgazaría el Estado, que se concretó en la venta de cientos de paraestatales (Telmex, los bancos, Mexicana...); dejó claro que el eje de su política social sería "solidaridad", el programa del sexenio, y decretó el fin del reparto agrario.
A sus enemigos políticos, los perredistas, los llamó grupos "del todo o nada", y les advirtió que les aplicaría "el ejer- cicio democrático de la autoridad", lo que se tradujo en conflictos poselectorales, una larga lista de muertos para el PRD y aquel célebre "ni los veo ni los oigo" que les prodigó en el otoño de su mandato.
"Tenemos rumbo y mando. Hay ánimo y solidaridad. El destino es nuestro y vamos a conquistarlo... šViva México!", cerró ampuloso su discurso de más de dos horas aquel hombre menudo que pese a contar con todo el aparato no acababa de convencer a muchos mexicanos en ese noviembre de 1989.
No se puede decir que salió airoso del escenario montado en Bellas Artes. Los perredistas Juan Guerra y Patricia Olamendi le gritaron: "šcínico! šcínico!"; Celia Torres exhibió una docena de cartulinas con recriminaciones a lo largo de la lectura y Carmelo Enríquez se puso de pie para pedir a voz en cuello una interpelación. Hombre que sabía controlar la expresión de sus emociones, Salinas permaneció impasible. Los informes ya no eran "como antes".
Modernas interpelaciones
'El formato había dado un vuelco el año anterior. Durante el sexto informe de Miguel de la Madrid la pompa de la rígida ceremonia dio paso a la gritería y el improperio. "Ciudadano Presidente... piudadano presidente", con esas palabras Porfirio Muñoz Ledo inauguró las modernas interpelaciones y propició una de las más sonadas zacapelas que se han dado en el Congreso. No sólo los miembros del Estado Mayor se movilizaron para cerrarle el paso hacía la tribuna, los desencajados priístas le lanzaron puñetazos y le corearon "štraidor! štraidor!", mientras él y el resto de diputados y senadores salían del recinto legislativo de San Lázaro casi a tropezones.
Los miembros del entonces Frente Democrático Nacional, lastimados por el fraude del seis de julio de 1988, habían echado a perder el rito con que los priístas le rendían honores anualmente a su jefe máximo. En esa ocasión, sin que nadie pudiera ofrecer una explicación razonable más allá de un extraño acto de desagravio al mandatario, los gobernadores Xicoténcatl Leyva Mortera (Baja California) y Absalón Castellanos Domínguez (Chiapas) fueron vistos correr tras la combi descubierta que llevó a De la Madrid de regreso a Palacio Nacional.
Allá iban por la estrecha calle de Moneda los sudorosos Xicoténcatl y Absalón Castellanos, trotando al paso de los hombres del Estado Mayor, salpicados por el baño de papel picado -verde, blanco y rojo- que se dejó caer desde las azoteas a un presidente que no podía contener el gesto agrio.
Así inició el periodo donde se le fueron quitando los aires imperiales al informe. Carlos Salinas prescindió de los retornos triunfales, en vehículo descubierto, a Palacio. Recorrido que era acompañado por bandas de música y burócratas disfrazados de porristas, instalados en las aceras por donde pasaría el cortejo. A lo que no se resistió fue al famoso besamanos, ese desfile de funcionarios, líderes obreros, gobernadores... que en fila india se postraban ante el mandatario después del informe en una ceremonia que llegaba a durar varias horas.
Zedillo, en concreto
Ernesto Zedillo encaró al Congreso el primero de septiembre de 1995 con bastante menos ímpetu que su antecesor. Golpeados todos por el error de diciembre (de 1994), dedicó la mitad del más breve Informe de la historia -80 minutos- a responsabilizar a la administración anterior del descalabro económico. Otro tanto a describir "la rapidez y determinación" de las medidas tomadas para afrontar la crisis y lo terrible que habría sido para el país si no sale al rescate con su programa de "ajuste económico". Pese a la monotonía con que leyó su informe, dio la impresión de esperar que alguien le diera las gracias.
Menos rebuscado que su antecesor, Zedillo fue al grano y enumeró las reformas que marcarían su ejercicio de gobierno. Una reforma política -que se aprobó en 1996-, la creación de un órgano superior de fiscalización (ajeno a la Secodam); la reforma al Poder Judicial (jubiló a todos los ministros y quienes los sustituyeron fueron puestos a consideración del Senado); crear un Sistema Nacional de Seguridad Pública; descentralizar la educación.
Obligado por las circunstancias o tal vez por ser menos grandilocuente que otros mandatarios -había voces en el sentido de que no disfrutaba el poder-, no ofreció redimir a los pobres ni hizo promesas "para los que menos tienen". Sin expectativas de crecimiento, tan sólo anunció que estaba creando condiciones para la recuperación económica. Su modestia no impidió después algunos desplantes verbales ante una oposición que minimizaba, desde su perspectiva, los logros gubernamentales. Cerró su discurso con un simple šgracias! Zedillo no tenía una voz educada para la oratoria.
Fin al besamanos
Poco afecto -según confesión propia- a la pompa y los oropeles que rodeaban a los presidentes, Ernesto Zedillo acabó con el besamanos y se atuvo a la disposición reglamentaria de que el informe empieza a las cinco de la tarde. La costumbre era hacerlo por la mañana, a las once.
Para cuando él llegó al poder los cronistas parlamentarios se habían acostumbrado a llevar el recuento del número de interpelaciones que se le hacían al Presidente mientras leía su informe -a Miguel de la Madrid lo interrumpieron 12 veces-. "šY pensar que en alguna época contábamos los aplausos!", comentó uno de ellos sin nostalgia, mientras escuchaba la "contundente" respuesta de Carlos Medina Plascencia al quinto informe zedillista.
Se supone que la respuesta ofrecida por el presidente del Congreso debe estar alejada de cualquier tono partidista porque se hace a nombre de un órgano plural. A los priístas no les importó ese detalle mientras controlaron el Congreso y se deshicieron, como toda respuesta, en halagos al jefe del Ejecutivo en turno, Sin embargo, cuando en septiembre de 1999 Medina Plascencia se dirigió a Zedillo con reproches, desde el Bronx priísta recibió más de un "šhijo de Salinas!"
El panista logró imponerse a la gritería elevando el tono de voz para advertir al presidente Zedillo que de nada sirve "escuchar una vez más que vamos bien", si la pobreza sigue aumentando "peligrosamente" en el país. En esa ocasión fueron las palabras de Carlos Medina, a quien se le había encomendado la respuesta oficial del Congreso, lo que un grupo de priístas quisieron apagar con sus insultos.
ƑSerá una vez más el escenario para cobrar facturas? Ƒquién condenará las interpelaciones en este otoño de azul desteñido?
También está por corroborarse la vigencia de aquella reflexión de Julio Scherer en el sentido de que para los presidentes de México "sólo los espíritus desordenados pueden negar que el país va al encuentro de su futuro" bajo su conducción.