VIERNES Ť 31 Ť AGOSTO Ť 2001

Ť Olga Harmony

De qué manera te olvido

Hace un buen puñado de años que a los viejos no se nos deja ser, sencillamente, viejos. Hemos pasado de ser personas de la tercera edad a adultos mayores, pero a nadie se le había ocurrido decir que somos adultos en plenitud. Aun en un país en que ya no hay ciegos, por ejemplo, sino minusválidos oculares y en que los grupos de mujeres que exigen cuotas llaman poetas a las poetisas porque les parece de mayor respeto, ese eufemismo suena a chiste cruel.

Los viejos vamos enfrentando todas las derrotas y todas las limitaciones que el declinar nos impone, muchas veces sin la dignidad de pertenecer a un consejo de ancianos. Confieso que soy una adulta en plenitud (de mis achaques) bastante apanicada porque creo entender el mensaje oculto en lo que supone ser un consuelo: como en algún cuento de mi lejana infancia, me parece estar en un mundo al revés.

Y en efecto, se libera al responsable de la matanza de Acteal y no a los ecologistas injustamente encarcelados; se deja que los miembros del EZLN hablen en el Congreso para poder conculcarles sus derechos a los pueblos indios, se nos dice que se liberará del IVA -y que siempre no o no se sabe- a los libros, pero nada se dice de alimentos y medicinas; se apoya a los pequeños changarros como sería la ex banca mexicana y los etcéteras son enormes en estas vísperas del primer Informe presidencial.

La gente está hartándose de simulaciones y desea escuchar algo que se parezca a la verdad. Y a pesar del desprecio en que algunos funcionarios, como el doctor Santiago Levy tenga al teatro, éste sigue siendo un espacio de reflexión. De otra manera no se explicaría el éxito de público que está teniendo Yo... en pleno uso de mis facultades o de qué manera te olvido, el extraño título -a mi ver poco condicente con la historia- que Adam Guevara escogió para ese gran teatro del mundo, en este caso México, que habla de nuestra realidad. En un teatro desvencijado, los personajes que aparecen representan a algún sector social, en un texto muy colmado de buenas intenciones aunque riesgoso ideológicamente. Entiendo que en el viejo México haya un prestidigitador, el acomodaticio que estuvo con el PRI y ahora con la nueva autoridad gubernamental. Una hippie, un chamán, un chavo acelerado hijo de la hippie, un voceador que se irá convirtiendo en vendido periodista de prensa escrita y luego de televisión, que se enfrentarán con la revivida Carlota y los empresarios que quieren adueñarse del teatro, incluyendo al que representa a la curia. Así de ingenua la propuesta.

Me salta, empero, ese Agustín, el caviloso teórico de la izquierda que resulta ser un ventrílocuo con su muñeco Jerónimo, al final abandonado. ƑQué nos quiso decir Guevara? ƑQue la izquierda manipula al pueblo para que sea su simple repetidor? A lo mejor resulta verdad en parte de la que se dice izquierda, no en la izquierda misma. En fin, se dicen algunas verdades, se advierte sobre la mentalidad empresarial que desea despojarnos a todos del viejo teatro que es México, se defiende a la UNAM -tan sujeta a estúpidos ataques- en un recinto universitario y se busca cierta dialéctica para enfrentar problemas muy actuales. Y el público lo agradece como agradece siempre a quien le habla de su realidad.

Adam Guevara dirige su texto con trazo limpio, donde los actores, en tanto encarnación de prototipos, muy poco pueden matizar. Miguel Flores, Mercedes de la Cruz -un tanto exterior en Beatriz-, Simón Guevara y Roberto Columba destacan por lo menos con oficio, el que están lejos de alcanzar otros miembros como podría ser Erwin Beytia, quien ni siquiera resulta creíble como el empresario Alex, el nuevo dueño de la nación.