viernes Ť 31 Ť agosto Ť 2001
Horacio Labastida
Ciencia, universidad y poder
Dante Alighieri nació en 1265, vivió alrededor de 56 años y murió en 1321, año este en que el maravilloso poeta concluyó La divina comedia, magna y póstuma obra escrita en cien cantos que relatan su peregrinación, guiado por Virgilio, a través del infierno, el purgatorio y el paraíso, donde se encontraría con Beatriz, a quien había conocido y amado en Florencia. Los escritos de Dante son numerosos; sin los menores, cuentan La vita nuova, Convivio o El banquete, apreciado éste como renacentista; La monarquía, donde propone la separación de Iglesia y Estado, denunciando la corrupción de la primera por sus ambiciones políticas, textos infiltrados por las pasiones del Dante güelfo, contrario a los gibelinos y metido en los conflictos que originaron el destierro que sufrió a partir de 1302. Supo, en consecuencia, las amarguras del poder político y la violencia de la autoridad que busca acallar el discurso de la oposición y la disidencia en la conciencia misma de los ciudadanos; y estas experiencias frustrantes indujeron la redacción de los versos que constan en el Canto XXVI del infierno, a saber: Tú no fuiste creado para, vivir la vida de los brutos,/ sino para perseguir la virtud/ y el conocimiento supremo. Y entonces viene la interrogación imprescindible, Ƒcómo evitar la bestialización del hombre? Por la virtud y el saber, contestaría Dante, porque al fin y al cabo, según lo advirtió Goethe (1749-1832) en el prólogo a Fausto, la razón sola, sin compañía, observa Mefistófeles, sólo ha servido al hombre "para ser más bestial que toda bestia", pues no hay inmundicia donde "no hunda la nariz".
La lección es obvia. Si el hombre no es capaz de criticar sus propias ideas conforme a sus convicciones morales, si no es libre para negar que se usen las verdades al margen de la ética, entonces es viable que la igualdad de masa y energía descubierta por Einstein sirva para convertir en ceniza a las familias que vivían en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, o bien para convertir el capitalismo trasnacional de nuestro tiempo en poder cumbre, cargado de cohetes nucleares que amenazan a quienes se rebelen contra la explotación impuesta por los señores del dinero. Estos proclaman ahora una filosofía dogmática y la intolerancia política. La única verdad es la preponderancia del círculo acaudalado sobre el resto del mundo; y la única política es la que usa el poder como medio de opresión de las mayorías. Tal es la sustancia del neoliberalismo que trata de monopolizar ciencia y tecnología. Las naciones continuarán siendo dependientes de las elites que concentran al máximo la riqueza social, doctrinas meticulosamente cultivadas y difundidas en México por los negociantes extranjeros, sus asociados locales y las altas burocracias que nos han gobernado desde 1947, año en que se decidió sepultar la Revolución que el cardenismo procuró transformar en historia.
Así es la atmósfera que agrede a la universidad. Mantener círculos de pensamiento crítico, libre, es grave riesgo para el poder económico y político que se asume dueño del saber indiscutible y de la aplicación tecnológica de las ciencias. El conocimiento científico y humanista independiente implica la probabilidad de que la dependencia de la sociedad se haga independencia y de que las ciencias y las humanidades desenajenadas garanticen un porvenir libre y justo. Y en esta tarea la universidad autónoma, crítica, gratuita es claustro de ideas y virtudes que impiden el embrutecimiento de los pueblos y propician el logro de virtudes junto con la verdad. Hermanar nobleza y conocimiento es asegurar que la civilización triunfe sobre la barbarie, y en este quehacer la universidad es cátedra que niega la afirmación absoluta y consecuentemente el avasallamiento de la conciencia.