JUEVES Ť 30 Ť AGOSTO Ť 2001
Angel Guerra Cabrera
Hambruna
Un millón 600 mil campesinos su-fren grave escasez de comida en Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Muchos se alimentan sólo de mangos y raíces cuando tienen la suerte de encontrarlos.
Reportes de prensa achacan la culpabilidad de la hambruna a la sequía, pasando por alto los factores estructurales que la originan. Como afirmó un funcionario del Programa Mundial de Alimentos de Na-ciones Unidas, el hambre que vive Nicaragua es "crónica" y un serio obstáculo para el desarrollo del país, donde más de 70 por ciento de sus habitantes vive en la pobreza. La aseveración -con excepción de Costa Rica- cabe para definir la situación de los restantes países del área, cuyos índices de desarrollo humano están entre los más bajos de América Latina.
El hecho de que los desastres naturales dejen siempre a los pobres de esos países en el mayor desamparo y a expensas de la ayuda internacional muestra la incapacidad del modelo monocultivista basado en el latifundio agroexportador para generar siquiera los mínimos vitales de subsistencia, no digamos de desarrollo.
Rasgos de ese modelo son el intercambio desigual, una deuda externa que consume gran parte de los presupuestos na-cionales, economía campesina de supervivencia en aras de privilegiar el latifundio, ausencia de participación política y económica del pueblo, subordinación orgánica a Estados Unidos.
El cultivo del café es un caso típico en que el intercambio desigual, expresado en la caída dramática de los precios -y no la sequía- ha llevado a la ruina a productores pequeños y medianos y lanzado al hambre y a la interperie a decenas de miles de jornaleros expulsados de las haciendas.
Añadamos que las economías de Centroamérica aún no se recuperan de los efectos de la guerra sucia dirigida por Estados Unidos contra sus movimientos emancipadores en la segunda mitad del siglo XX.
Este cuadro es agravado, en efecto, por las pronunciadas alteraciones del clima -prolongadas sequías, huracanes de fuerza insólita-, ocasionadas principalmente por las emisiones contaminantes de los países capitalistas industrializados. Otra causa es la agresiva deforestación de las zonas subdesarrolladas del mundo.
Desde el siglo XIX Estados Unidos sa-quea sin piedad América Central, la somete a permanente injerencismo y la ha convertido en trampolín de su expansionismo en América Latina. El más grande contaminador del planeta ha sido también el más grande deforestador de la zona.
Las oligarquías del área han sido sus dóciles cómplices y nunca han admitido a los pueblos indígenas ni a los de origen africano como partes de la nación. Han sustentado su poder en la exclusión de las mayorías, reforzada por una represión que ha llegado con frecuencia al genocidio.
El cuadro empeoró con la globalización neoliberal y la sumisión más incondicional de los gobiernos centroamericanos a los dictados de las instituciones financieras internacionales.
Las privatizaciones, la generalización del modelo maquilador en las condiciones laborales, la abdicación de los estados a cumplir con sus más elementales deberes sociales, la emigración creciente han despedazado el tejido social de los pueblos centroamericanos. Todo ello signado por la corrupción de los gobernantes, que ma-nejan el presupuesto del Estado como su caja chica particular. Un ejemplo reciente es el de los fondos de ayuda internacional para los damnificados del ciclón Mitch, que no han llegado a los pequeños productores y sí a los grandes empresarios agrícolas ligados al poder.
Washington impuso a tiranos como Mar-tínez en El Salvador o Somoza en Nicaragua; derrocó presidentes constitucionales como Arbenz, en Guatemala. Siempre en nombre de la democracia y de la lucha contra el comunismo, pero en realidad para afianzar su dominio estratégico en el hemisferio occidental y defender las ga-nancias de sus compañías.
Después de haber liquidado la revolución nicaragüense y reducido las insurgencias salvadoreña y guatemalteca mediante la guerra sucia, el imperio del norte controla la zona a través de gobiernos formalmente democráticos, pero tan serviles a sus órdenes como los tiranos de entonces. Con ellos cuenta para facilitar la extensión hacia el sur del ALCA, la nueva empresa recolonizadora de América Latina.
Como siempre, obvia a los pueblos y ol-vida que de ellos surgen los Farabundo Martí y los Sandino.