MIERCOLES Ť 29 Ť AGOSTO Ť 2001

Emilio Pradilla Cobos

Desindustrialización de la metrópoli

En las últimas tres décadas el DF y los 58 municipios mexiquenses conurbados en la Zona Metropolitana del Valle de México han sufrido una pérdida importante de dinamismo económico y una intensa desindustrialización que han modificado profundamente su estructura económica y laboral, llevándolas hacia la terciarización informal.

En 1970 el DF generaba 27.6 por ciento del producto interno bruto (PIB) nacional; en 1999 su participación había descendido a 22.5 por ciento. Esta pérdida de peso económico, positiva si pensamos en la reducción de la concentración, pero negativa en términos de las condiciones de vida de la población, ha sido resultado de tasas de crecimiento anual promedio menores que la media nacional desde 1980; estas mismas, equivalentes a sólo un tercio de las observadas en la fase de intervencionismo estatal anterior a la crisis de 1982. La economía del estado de México tuvo una evolución similar a la del DF, aunque mucho más estable.

En 1970 la industria del DF generaba 32.2 por ciento del PIB industrial del país; en 1998 este porcentaje había disminuido a 19.2 por ciento. El estado de México, por su parte, disminuyó su participación industrial de 18.07 a 16.72 por ciento entre 1980 y 1996. Mientras el PIB industrial del DF caía a un promedio anual de -0.34 por ciento entre 1980 y 1996, el del estado de México crecía, pero a tasas promedio menores que la nacional. Entre 1993 y 1999 el DF perdió 3 mil 207 empresas fabriles, sobre todo grandes y pequeñas, y cerca de 43 mil empleos. Como consecuencia, la industria disminuyó su participación en el PIB total del DF, de 26.96 a 17.94 por ciento entre 1980 y 1996.

Esta desindustrialización de la metrópoli fue resultado de la combinación de múltiples factores: el derrumbe del mercado interno al cual estaba orientada su industria, como resultado de las crisis; la caída de dos tercios del salario real y la competencia desigual con los productos importados; la falta de condiciones financieras y crédito bancario accesible para la reconversión; la ruptura de las cadenas de proveedores por la desregulación y la libre importación de maquinaria e insumos; la ausencia de política industrial federal y la política desconcentradora y desindustrializadora para el DF; los salarios relativamente mayores que en otras regiones, aunque insuficientes; el deterioro de las condiciones sociales de la productividad de los trabajadores; la relocalización de grandes empresas en el centro y norte del país como efecto del libre comercio externo; la normatividad ambiental más estricta que en otras regiones; los altos costos del suelo, la escasez de agua y la saturación de la vialidad y el transporte de carga en la metrópoli.

Las grandes zonas industriales del DF frenaron su consolidación, muchas naves fabriles se convirtieron en bodegas y se remplazaron otras por desarrollos comerciales o de vivienda; se paralizó el mantenimiento y modernización de la infraestructura para la actividad fabril en estas áreas, y las pocas nuevas empresas pequeñas y medianas que surgieron se instalaron en forma fragmentada y dispersa, sin beneficiarse de economías de aglomeración e infraestructura adecuadas. Procesos similares están ocurriendo en las zonas fabriles de los municipios conurbados.

Al mismo tiempo, el sector terciario de la economía del DF creció de 66 a 77.3 por ciento del PIB total entre 1980 y 1996. Esta terciarización es, sin embargo, muy polarizada y está dominada por la informalidad. Han crecido los sectores financiero, bancario y comercial moderno y competitivo, cada vez más dominados monopólicamente por el capital trasnacional, pero generan poco empleo formal y destruyen, por la competencia desigual, a los micro y pequeños negocios, más creadores de empleo; al mismo tiempo, se expande rápidamente la actividad informal de baja productividad y rentabilidad, que genera mucho empleo, pero inestable, de bajo ingreso y sin seguridad social: dos tercios de los empleos nuevos generados en la ciudad son precarios o informales, los cuales ocupan a 41.8 por ciento de la población económicamente activa del DF (y a 64.7 por ciento en el comercio).

Hoy el debate es si debe seguir esta tendencia "natural" de desindustrialización y terciarización informal, o si debe y puede impulsarse una dinámica concertada que involucre a los diversos actores sociales y a los gobiernos locales, para reconvertir la industria existente, ordenar y desarrollar las zonas industriales actuales y generar nuevos emplazamientos e industrias sustentables y modernos. Si la respuesta es afirmativa, el debate deriva hacia el papel y peso de las políticas públicas y los gobiernos, la empresa privada, el libre mercado y los trabajadores en este proceso. Es decir, hacia la búsqueda de una salida más acorde con nuestra realidad y no con los simplistas dilemas entre mercado o Estado, entre globalización neoliberal o autarquía.