miercoles Ť 29 Ť agosto Ť 2001

Luis Linares Zapata

El PAN y el poder

La reunión de los panistas con el Ejecutivo federal en Puerto Vallarta estuvo plagada de simpáticas paradojas. Un año después de afirmar que el PAN es el partido en el poder, se confirma que ni llegó a él con la elección del 2 de julio ni tampoco sus mandamientos -por fortuna- rigen la conducta del gobierno a más de doce meses del suceso. Fox, unos cuantos de sus allegados, un grupo de gerentes y alguno que otro panista sí lo hicieron. Los catapultó una formación social heterogénea, los contingentes de simpatizantes panistas incluidos (no más de 25 por ciento del total como rango ya histórico) para darles el triunfo. El resto de sus electores tuvo de casi todo, pero, en particular, habría que nombrar a los decididos a finiquitar el antiguo régimen o, lo que es lo mismo, aquéllos que querían ver al PRI fuera de Los Pinos. Hombres y mujeres que ya habían manifestado sus decididas intenciones desde el 88, pero que en esta ocasión cambiaron de parecer, abandonaron a Cárdenas y votaron por Fox.

Los panistas ahora quieren meterse al gobierno por alguna puerta lateral o trasera, aunque sus posibilidades son cada vez más endebles. Solicitan al Presidente, casi le exigen, que incluya un creciente número de ellos en su aparato administrativo. Pero, al mismo tiempo, se sabe con certeza que son muy pocos para llenar las vacantes o no tienen las suficientes calificaciones para superar a otros que, por lo general, son o fueron priístas en otros alegres tiempos. Nada de malo hay en que sean o hayan sido partidistas de diverso signo. Pero los panistas lo reclaman y el Presidente, obsequioso como siempre, les asegura que los oye y renueva, con bríos ya bien conocidos, su militancia en ese partido, que implica, según dice, una inquebrantable fe en sus postulados. Los principios y programas que guían su gestión -afirma- son los del PAN. Pero la terca realidad, para fortuna de él mismo y del país, apunta por rumbos distintos y hasta contradictorios. La política seguida en lo económico es una puntual continuidad de la vigente desde que De la Madrid la inaugurara hace ya unos 15 años. La social, con achique de recursos, reflejos facciosos, voluntarista y cuajada de torpezas, permanece inalterada, a pesar de que una ardiente, aunque bastante improvisada panista, la conduce. Todavía se tiene presente la que hoy puede decirse aventurada afirmación de la señora Vázquez Mota de aumentar, de golpe y porrazo y en varios millones de personas en la pobreza, los factibles recipiendarios del Progresa para compensar por los cobros del IVA los alimentos y medicinas. Además, el propio Fox dijo hace apenas unos días que el modelo educativo es el mismo que viene aplicándose desde hace 100 años. El sistema de salud aún se debate dentro de los estrechos límites que ya lo agobiaban desde antes que Frenk se hiciera cargo de él y fuera por ahí anunciando, casi a diario, sus razonables, pero pospuestas transformaciones.

El cambio reclamado por los electores, cada vez en crecientes como desilusionados números, sólo puede notarse en la cancillería, aunque fue precisamente su titular al que los panistas encumbrados cuestionaron por su disidencia, y hasta desprecio alegan de los lineamientos que dicen son los históricos del PAN. Castañeda y Gil, el de Hacienda, son los cuerpos extraños que quieren extirpar. No podrían sustituirlos con sus militantes por la sencilla razón de que no tienen alguno con ese entrenamiento y menos de esas calidades. Para proponer y operar una actividad diplomática como la desplegada por Fox y diseñada por Castañeda hace falta imaginación, talento, formación detallada, conocimiento del estado que guarda el mundo y confianza cabal del Presidente en el consejo y las maniobras del titular del servicio exterior, lo que, por ahora, ningún panista tiene. Similares argumentos pueden esgrimirse en el caso hacendario, donde la sensibilidad del mercado es un asunto crucial. Las peleas que por estos días ambos secretarios están llevando a cabo quedan fuera de las que cualquier panista está en condiciones de sostener con éxito. Pero no los arredran los desaires ni quitan el dedo del renglón, aunque la experiencia vaya mostrando la ineficacia de sus administradores: Jalisco por poco lo pierden, los derrotaron en Aguascalientes, Chihuahua y Durango. En Yucatán sufrieron ruda pelea. Los gobernadores que todavía tienen no gozan de buena fama, a excepción quizá del de Nuevo León, que aprueba, pero con estándares regulares.

Una ironía adicional la presenta la actual relación de fuerzas al interior del PAN. Un puñado de ellos concentra las decisiones trascendentes del partido y las manipula a su leal saber y menor entender a contrapelo de los aires de apertura y democratización que abandera Fox. Capitaneados por Fernández de Cevallos, no dejan de resistir cuanta acción proviene de Los Pinos. La inefectividad de los legisladores panistas es notable al empujar los proyectos de Fox y la lista de iniciativas pendientes es larga. Baste recordar, como simples ejemplos, la reforma del Estado, la revisión integral de la Constitución, la reforma eléctrica, la fiscal, la comisión de la verdad, el Fobaproa-IPAB, la llamada ley Cocopa, el nuevo pacto y tantos otros asuntos que no han recibido la debida y expedita atención de los panistas. En Puerto Vallarta se evidenció la composición de sus dirigentes: todos extraídos de clase media acomodada, con poco contacto con las mayorías empobrecidas de México. Los funcionarios que atacan, por no ser de su camada y pedigrí, son precisamente los únicos que pueden responder a las aspiraciones de cambio que expresa la coalición que mandató a Fox. Ninguno de los cuadros panistas en circulación puede dar garantías similares. Allá el Presidente si les hace caso a sus tentativas homogeneizantes.