miercoles Ť 29 Ť agosto Ť 2001

Gabriela Rodríguez

Perfume de violetas

Porque el perfume cubre la miseria y tapa los malos olores, el filme de Maryse Sistach, Perfume de violetas, todavía en cartelera en algunas salas cinematográficas, cobra un sentido de denuncia sobre el rezago social que existe entre las y los adolescentes mexicanos. Con un estilo fresco y muy realista, la cineasta nos enfrenta a las condiciones de vida en un barrio marginado de la ciudad de México, donde las desigualdades sociales se expresan como miseria cultural y la violencia de género es un oscuro callejón sin salida para quienes las instituciones sociales les han fallado en todo.

Familias atrapadas en la sobrevivencia, padres ausentes y padrastros violentos, madres rebasadas por los deberes, esposas vejadas e inhabilitadas para impulsar a sus hijos, niños desatendidos, jóvenes desorientados, desempleados, gandallas, muchachas que con lo único que cuentan es con sus esperanzas. Las maestras de la escuela secundaria son indiferentes a los dramas de sus alumnos, víctimas de la burocracia; no tienen una cultura institucional que les permita aliarse con una estudiante violada, abandonada a su suerte, excluida de los proyectos nacionales, como tantas jóvenes de nuestras comunidades.

ƑPor qué el cine mexicano no muestra love stories con happy end, a pesar del éxito taquillero que este tipo de argumentos genera a los empresarios de Hollywood? Tal vez porque el séptimo arte se está convirtiendo en el único canal de expresión de la precariedad que se vive en nuestros países y porque hoy la vida cotidiana de una joven de 15 años es el rostro más crudo de una sociedad que no está comprometida con las nuevas generaciones, la ventana de una sociedad sin esperanza.

"No, no estoy por la pena de muerte a los violadores", dijo una de las actrices de Perfume de violetas en entrevista con los periodistas, joven elegida dentro de un laboratorio de teatro callejero del Barrio de Santo Domingo, "pero -agrega- quien merece la pena de muerte es la sociedad mexicana."

Los derechos sexuales de los jóvenes no tienen sustento en una sociedad insensible y rebasada por la magnitud de los problemas sociales. En un estudio sobre la condición de las niñas, niños y jóvenes trabajadores, realizado por el DIF del Distrito Federal en 1999 cuando estaba al frente Isabel Molina, actual directora del Instituto de la Mujer del Distrito Federal, sale a la luz la expresión juvenil urbana de una de las ciudades más pobladas y complejas del mundo. El trabajo reporta que uno de cada diez casos entre quienes han iniciado prácticas genitales fueron forzados en la casa, en la escuela o en la calle. Hay más mujeres víctimas de abuso en casa y más hombres víctimas de abuso en la calle. 40 por ciento de las niñas y niños de la calle no recibe información sexual por parte de ninguna persona, aunque 62 por ciento inicia relaciones sexuales antes de los 15 años, y 26.6 por ciento de los y las adolescentes trabajadores. La tercera parte de los encuestados afirma no saber nada sobre la epidemia del sida y, sin embargo, su conciencia preventiva es superior a la de generaciones anteriores: 47.5 por ciento reporta utilizar siempre el condón y 80 por ciento de los niños y niñas de la calle lo utilizan "a veces". 5.4 por ciento de las niñas trabajadoras ha experimentado un aborto; entre las niñas de la calle el porcentaje es de 12.2 por ciento (DIF-DF/Unicef, México 2000).

Todas estas situaciones no pueden ser ignoradas en los nuevos planes de desarrollo ni tampoco pueden ser abordadas a través de campañas "de abstinencia" como la anunciada hace algunas semanas por el DIF nacional, porque esos enfoques han demostrado efectos contraproducentes entre las juventudes de Estados Unidos, y porque son estrategias que promueven la ignorancia y conducen al cierre de servicios de salud sexual y reproductiva que tanto urge extender a millones de menores en todos nuestros barrios y áreas comunitarias.

Por el contrario, el Estado y muy particularmente el recién creado Consejo Nacional Para la Infancia y la Adolescencia (Coia), que será presidido por Martha Sahagún y José Sarukhán, están obligados a garantizar el ejercicio de los derechos sexuales de los y las menores, tal como se acordó en las convenciones internacionales sobre los derechos del niño y como se reconoció el año pasado al promulgarse la Ley de Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.

Porque no es admisible tapar con perfumes la miseria ni que los productores y directores de cine estén haciendo más por los adolescentes mexicanos que el conjunto de instituciones públicas que integran el Coia: las secretarías de Desarrollo Social, Educación Pública, Salud, del Trabajo y Previsión Social, así como los directores generales del IMSS, ISSTE y del DIF.