MIERCOLES Ť 29 Ť AGOSTO Ť 2001
DESAPARECIDOS
Ť ''Que nos digan la verdad, cualquiera que sea'', suplican madres, esposas y hermanos
Habitantes de Atoyac recuerdan los años de la guerra sucia y a familiares que no volvieron a ver
Ť Testimonios entre el temor y la esperanza, en la tierra donde naciera Lucio Cabañas
VICTOR BALLINAS ENVIADO
Atoyac de Alvarez, Gro., 28 de agosto. En esta zona cuyos habitantes padecieron los efectos más duros de la guerra sucia de los 70, entre el miedo y la esperanza los familiares de cientos de desaparecidos -entre 300 y 400 personas- aún creen que algún día el gobierno les informará qué hizo con todos los detenidos. ''šQue nos digan la verdad, cualquiera que sea!'', es la súplica de madres, esposas y hermanos de los ausentes.
Los familiares de los desaparecidos en este municipio y sus comunidades dicen que ''ya es tiempo de que nos digan qué hicieron con ellos. A los que detuvieron ya de edad, de más de 50 y 60 años, pues esos ya han de haber muerto, pero los que agarraron jóvenes, casi niños de entre 15 y 20 años, ellos deben estar vivos. Por eso tenemos esperanzas de que nos digan dónde los tienen.''
Todavía, como hace 30 años, tienen temor de denunciar la desaparición o la tortura vivida, porque para ellos ''los militares y policías son los mismos de aquellos tiempos.'' Recuerdan que quienes se atrevieron a acudir a las autoridades fueron amenazados y hostigados, hasta que desistieron de su búsqueda.
Eufrosina Manzanares Arellano narra la desaparición de su marido, Isidoro Pérez, ocurrida el primero de octubre de 1974:
''Ese día él terminó de comer y salió a dar la vuelta. Al rato me vinieron a avisar que se lo habían llevado. Nunca supe quiénes lo detuvieron, pero ya nunca lo volví a ver. Se lo llevaron de un restaurante, pero por miedo a que me detuvieran también a mí no fui a preguntar quiénes se lo llevaron. Cuando lo buscaba en los cuarteles, los soldados me decían: 'si sigue de preguntona también a usted la vamos a encerrar', y me atemoricé'', recuerda.
Zona guerrillera
Considerado el corazón de la guerrilla que dirigió Lucio Cabañas, este municipio tiene el mayor número de detenidos-desaparecidos a nivel nacional. Para la Comisión Nacional de Derechos Humanos son 293; para las organizaciones no gubernamentales, más de 400.
Tita Radilla, dirigente de la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y Víctimas de Violación a Derechos Humanos, con sede en esta cabecera municipal, refiere: ''Ahora cada vez más gente se anima a hablar, a denunciar, pero no sabemos cuántos desaparecidos hay con exactitud en Atoyac. El recelo de la gente y la desconfianza hacia el gobierno por las amenazas que han pasado al buscar a sus parientes persiste.''
Revela: ''Desde principios de los 70 y hasta el 90, dábamos nuestro testimonio de torturas y desapariciones de nuestros familiares a través de cartas que enviábamos a la Presidencia, al procurador general de la República, a los gobernadores, a las procuradurías en los estados En todo ese tiempo no comparecimos formalmente ante la PGR, porque no sabíamos que eso era necesario. No fue sino hasta 1994, cuando presentamos las primeras cinco... a la fecha son 120 ya ratificadas.''
Durante un recorrido desde la cabecera municipal de Atoyac hasta las comunidades de la sierra para recabar testimonios, Arturo Gallegos Nájera, ex militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), actualmente miembro de la Fundación 23 de Septiembre, y Rubén Rojas Dionisio, miembro de la Coalición de Ejidos de la Costa Grande, entretejen sus historias y recuerdos de la guerrilla.
Al pasar por la comunidad Rincón de las Parotas, Gallegos, quien conversa con Rojas en el vehículo, le señala: ''Aquí, en este pueblo, vivió Carmelo Cortés, guerrillero que participó con Lucio Cabañas en la dirección del PDLP, y luego se separó para dirigir y fundar las FAR, grupo que llevó la lucha armada a la zona urbana de Guerrero.''
El recorrido continúa en una carretera con muchas curvas, muy cerradas, llena de baches y a veces con tramos en los que falta un pedazo de pavimento, que o se ha hundido por las lluvias o el reblandecimiento de los riscos lo ha dejado intransitable. Gallegos trata de ubicar el lugar del primer enfrentamiento de Lucio Cabañas con el Ejército Mexicano:
''A ver si me acuerdo del sitio, es que esto está ya muy cambiado. ƑTú lo ubicas?'', pregunta a Rubén. ''No, muy bien no, pero es por acá''. De pronto, Gallegos asomándose por la ventanilla del vehículo exclama: ''šAquí, aquí fue!''
Todos descendemos y Gallegos muestra el lugar: ''Por ese peñasco fue. Acuérdate'', le dice a Rubén. ''Antes no había camino, sólo era una brecha de tierra rodeada de monte''. La gente de Lucio, insiste Gallegos, subió al risco, y desde ahí emboscó al convoy militar.
Más adelante, Rubén Rojas narra: ''Yo iba en un burro con café que había cortado. Iba por la vereda paƀ donde Valles, cuando me encontré con un señor que bajaba y me dijo: 'ƑDónde vas? No subas. Se oyeron varios disparos. Parece que hubo bronca allá arriba'. Yo seguí adelante, pues tenía que llegar a mi casa a descargar la bestia. Más adelante, en el camino me topé con un camión de soldados y conscriptos. Me preguntaron que a dónde iba, les dije que a Valles a dejar la cosecha en mi casa. Mientras me interrogaban oí que por radio pedían refuerzos para ir a buscar a los del enfrentamiento. Entonces me dejaron seguir mi camino.''
Gallegos vuelve a la conversación. ''Carmelo decía: hay que extender el movimiento. Hay que sacarlo de la sierra y la Costa Grande y llevarlo a la Montaña, a las ciudades. Hay que extenderlo; insistía en que había que hacerlo grande.''
Al pasar por Río Santiago, refiere: ''De aquí está desaparecida, desde 1976, Aurora de la Paz Navarro.''
El vehículo pasa por San Andrés de la Cruz, Los Llanos Santiago, Santiago de Benítez. Llega a San Vicente.
En un tramo de la carretera entre Atoyac y Filo del Caballo están la desviación y un letrero que señala: A San Vicente. Se acaba el pavimento y empieza un camino rural. Todavía es media hora para llegar a la mencionada comunidad, porque la lluvia deshace el camino.
Al arribar a San Vicente, Maximiliano Nava Martínez, de 72 años -alto, delgado, tostado por el sol y piel agrietada por el trabajo del campo-, quien tiene dos hijos y un yerno desaparecidos, narra sus desventuras de hace casi tres décadas. Recuerda que, en agosto de 1974, era comisariado ejidal de esta comunidad.
''Venía yo de Valles, de jugar baraja, me gustaba jugar y por las tardes me iba a Valles. Venía en un camión de volteo de regreso a casa, con otros campesinos, cuando al entrar al pueblo la gente señalándome dijo: 'miren, ahí viene el comisariado'. Entonces una mujer, una señorita con rifle, se me acercó y me dijo: 'šbájese!' Pero Ƒpor qué me voy a bajar, si todavía no llego?, respondí. 'šBájese!', ordenó. No, pues así, sí. Ya no chisté. Era una orden.
''Oiga, le pregunté, Ƒcon quién hablo? ƑQuién es el jefe?. 'šAhí está el jefe!', señaló la señorita. Voltee y no reconocí al hombre que me señaló. Era uno bajito, con barba larga, bigotes y pelo largo. ƑCon quién tengo el gusto de platicar?, pregunté. 'šCon Lucio Cabañas!', me respondió. Al escuchar el nombre sentí una descarga. Me quedé tieso, parado, no pude hablar. Pensé muchas cosas. Muchas cosas de las que vendrían. Pensaba cómo se iba a poner esto. Ya pasado un ratito le dije: oiga maestro Ƒpor qué, por qué en este pueblo? ƑNo ve que van a venir los del gobierno? Los soldados, los federales. ƑQué vamos a hacer? 'Mira, ahorita acabo de asaltar el beneficio. Me llevo el dinero y el M1. Las cajas las quebré. šVamos para que vea!', me dijo, y lo acompañé al beneficio del Inmecafé.
''Maestro, no lo hubiera hecho, insistí. ƑNo ve que ahora las cosas se nos van a poner feas? 'No le va a pasar nada', me respondió. Llegamos al beneficio y me dice: 'šHaga el parte!' Al terminar, Lucio me ordenó: 'Llévalo a los soldados'. Yo que le digo, mejor mañana. 'šAhorita, tiene que ser ahorita!', me respondió.
''Luego pregunta: 'ƑTienes gente?'. Y le dije que sí. Lo que no tenemos son lámparas pa'l camino. 'šLlévate ocote!'. Y eso hice. Llegamos al cuartel de soldados, ahí le dijimos al guardia: venimos de parte de Lucio Cabañas. Nos llevaron con un teniente, le dimos el parte y preguntó: 'Oiga Ƒ son muchos?' Sí, son muchos y puras mujeres. ƑEntonces qué, viene o no viene? 'No, no tengo órdenes. Váyanse, ya, después vamos. A los cuatro días vino un general, no recuerdo el nombre, llegaron tres helicópteros, soldados, muchos soldados, nos sitiaron. 'ƑDónde está el comisario?', preguntó el general.
''Aquí estoy, dije. Preguntó cuánto tiempo estuvo Lucio aquí. Le respondí que como un día. Le dije que Lucio pasó a mi casa y el general también pasó. Tomó café y galletas. Luego fuimos al beneficio. En el camino me pusieron una soga paƀ colgarme, querían que les dijera desde cuándo conocía a Lucio. Ora que yo lo conozco desde chiquillo. Aquí nació y ya grandecito se lo llevaron paƀ Atoyac.
''Los soldados sitiaron la comunidad y me aprehendieron a mí, a mis hijos Elías, Eduardo, Macario, a mi yerno y a otros hombres de aquí. Nos bajaron en helicópteros al cuartel de San Vicente. Nos amarraron las manos, nos vendaron y nos torturaron.''
Maximiliano Nava recuerda:
''Ahí me pude levantar la venda de los ojos. Vi que tenían a unos tirados en el piso. Otros estaban colgados de los dedos de los pies y el cuello. Vi que unos tenían la camisa mojada por sus lágrimas. Es que les apretaban los ojos, porque se los vendaron con algodón. Estuvimos dos días en el cuartel de San Vicente y de ahí nos llevaron al de Atoyac. Nos sacaban al río y los soldados nos decían que nos iban a ajusticiar. Nos ponían un rifle, y decían que era con bayoneta. Se oían gritos, pero eran de los mismos soldados que gritaban: 'Ay papá, me estoy muriendo'. Querían implicarnos. Pero nos dimos cuenta, porque al pasar mi hijo por el rifle él gritó, pero de susto, no había bayoneta.
''En septiembre nos liberaron, pero meses más tarde los soldados mandaron por mi hijo Macario; tenía 19 años. Ya no regresó. A mi yerno Miguel Angel García lo agarraron en la carretera Acapulco- Chilpancingo; lo bajaron de un autobús. A mi hijo Esteban lo detuvieron en Ocotito; también lo bajaron de un camión. Después supe que mis hijos le llevaban comida a Lucio, por eso los detuvieron.
''Mi mujer murió hace cuatro meses sin saber de sus hijos. Yo quisiera saber aunque sea qué les pasó. Ojalá alcance yo a ver algo, pero a mi edad...''
La CNDH recogió su testimonio en 1992, y en el Informe de la Investigación sobre Presuntos Desaparecidos en el Estado de Guerrero, de 1971 a 1974, que ese órgano elaboró, sólo cita que Nava fue detenido en agosto de 1972 por los soldados y dejado en libertad en septiembre de ese año. Nada dice sobre la desaparición de sus hijos y su yerno.
En esos años -la década de los 70- había temor en la población para presentar denuncia de sus familiares desaparecidos. Los que se habían atrevido a ir al Ministerio Público o a cárceles y cuarteles eran amenazados con que también serían encerrados por mitoteros o por andar buscando a su gente, narran afectados en entrevista.
Al principio, las personas buscaban por su cuenta a su familiar detenido-desaparecido. Pero ante las amenazas de la Policía Judicial y de los soldados algunos desistieron de su búsqueda. ''Qué tal si también a nosotros nos encierran, como dicen ellos. ƑQuién va a ver por mis hijos?'', decían las esposas que buscaban a sus maridos, en testimonios recogidos durante el recorrido.
Otras familias, ante el temor de ser también detenidas si denunciaban la desaparición de su pariente, mejor callaron. Algunas, incluso, ni siquiera fueron al lugar donde les dijeron que sus familiares fueron detenidos. ''ƑPara qué, si ya se lo llevaron?'', se resignaban.
La detención y desaparición de Isidoro Pérez, en el centro de Atoyac, es uno de esos casos. Su esposa, Eufrosina Manzanares Arellano -bajita, de 60 años, pelo blanco, dice que por las penas-, narra la desaparición de su marido, ocurrida la tarde del primero de octubre de 1974. Entrevistada en su casa recuerda:
''Mi esposo acabó de comer y se salió a dar una vuelta por el pueblo. Me dijo que regresaba en un rato. Horas más tarde me vinieron a decir que se lo habían llevado. Nunca supe quiénes lo levantaron. Sólo me dijeron que se lo llevaron de un restaurante donde él estaba tomando café con otros hombres. De ahí, de ese lugar -que desapareció a los pocos meses- se lo llevaron y nunca lo volví a ver.
''Lo anduvimos buscando por varias cárceles, en los cuarteles, hasta el Distrito Federal fui. Mi marido trabajaba en la huerta y también era sastre. El no era guerrillero. Tuvimos 11 hijos, y cuando no estaba en la parcela aquí se la pasaba en la casa cosiendo pantalones. Me quedé sola con mis hijos y a todos los saqué adelante de puro vender y vender.
Sólo quedó su foto de niño
''Del restaurante del que levantaron a mi esposo se llevaron a varios. Algunos regresaron; uno de ellos, que era conocido, vino a verme y me dijo que mi marido estaba allá en el cuartel, pero cuando fui nunca me dieron informes.''
La mujer se levanta de la silla, camina hacia una mesa y toma unas carpetas. Se vuelve a sentar.
''Ya no tengo fotos de mi marido, sólo me quedan copias.'' Toma entre sus manos una gruesa carpeta y la abre. Es el álbum familiar, de pastas amarillentas por el paso del tiempo. Con cuidado, lo abre y pasa hoja tras hoja. Cuando halla lo que busca dice: ''Ya sólo tengo una foto de mi esposo cuando era niño.'' Con cuidado la desprende y la muestra. Es una foto de su esposo en la Basílica de Guadalupe. Es un recuerdo de cuando fue a la ciudad de México. ''Todas las fotos que tenía de él, ya adulto, las entregué a organizaciones de derechos humanos, a la CNDH y a las procuradurías. Nada más me quedaron fotocopias'', que también forman parte del libro de sus recuerdos.
-ƑFue usted a preguntar al restaurante si eran soldados o policías?
-No, no fui.
-ƑPor qué?
-No sé -baja la mirada.
-La persona que vio a su marido, Ƒcuál es su nombre?
-Murió, no tiene caso decir su nombre.
''En ese tiempo teníamos miedo de que se llevaran a otros, por eso no hablábamos. Buscamos acompañadas de otros familiares que también tenían desaparecidos, pero había miedo, teníamos temor de que también a nosotros nos encerraran... Es que cuando los buscábamos en los cuarteles, los militares nos decían: 'Si siguen preguntando, también a ustedes nos las vamos a llevar'. Por eso teníamos miedo, porque quién iba a hacerse cargo de nuestros hijos.
''Todavía tengo esperanzas de saber algo, aunque sea algo. Que nos digan dónde están o qué les hicieron. Hace unos meses vino la CNDH. No han hecho nada; hace casi 10 años les dí mi testimonio, pero no han hecho nada. Ojalá esta vez sí nos digan qué pasó con nuestros familiares''.
Ascención Rosas Mesino, de 66 años, curtido por el trabajo del campo, también tiene su historia:
''Me detuvieron el 8 de septiembre en Tecpan. Ya iba yo a llegar al pueblo a ver a mi padre, en Amuzgo. Me detuvieron. No había motivo, pero mi sobrino Andrés, que era madrina, me señaló. Tres militares me amarraron. Mi sobrino dijo que yo era gente que andaba con Lucio. Me llevaron al cuartel viejo, que estaba en El Calvario, aquí en Atoyac, y me torturaron.
''Ese día tuve suerte, porque no hubo agua para que me llenaran la panza ni para que me metieran al barril. Sólo me dieron toques eléctricos en los testículos y golpes. De ahí me trasladaron a la cárcel de Acapulco, donde vi a mucha gente. Eran de muchos barrios.
''Me sacaban a dar vueltas y me decían que si no cooperaba me iban a fusilar. Me preguntaron varias veces si conocía a Lucio Cabañas, les dije que sí; quién no lo iba a conocer, si era maestro. Corrí con suerte, porque me dejaron en el vado, amarrado y vendado de los ojos. Así me quedé un rato solo, escuchando si alguien pasaba. No sé cuantas horas estuve ahí, pero fue mucho tiempo; como pude me quité la venda y me desamarré. Caminé y caminé mucho hasta llegar a la carretera.
''Ahí me encontró gente que venía en una camioneta. Les dije que estaba aturdido, pero que iba a Atoyac. No les conté nada de lo que me había pasado. Tampoco nunca presenté denuncia. ƑPara qué, si son los mismos? ƑQué tal si ahora sí me agarran?, me decía yo''.