MARTES Ť 28 Ť AGOSTO Ť 2001

Teresa del Conde

Zonas de alteridad en el Carrillo Gil

(Primera parte)

De manera atinada dos museos capitalinos enaltecen la importancia del dibujo al exhibir obras realizadas sobre papel. El Museo Carrillo Gil presenta la tercera de las exposiciones que ofrecen reacomodos y nuevas lecturas de su acervo, esta vez bajo la curaduría de José Luis Barrios. Aunque quizá a algunos la muestra no les parezca lo suficientemente ''vistosa'', es precisamente esa condición la que favorece su densidad y su importancia, a lo que se suman proyecciones editadas en video de películas de la llamada ''época de oro'' del cine mexicano.

Uno de los puntos importantes consiste en la exhibición de obras de artistas que en la actualidad se han encontrado poco ventilados. Los grabados de Mariano Paredes constituyen quizá el mejor ejemplo y con uno de éstos se inicia el recorrido de la exposición. Tal vez ese grabado puede fecharse entre 1937 y 1939. Se trata de un linóleo de pequeñas dimensiones. Vecina a esta pieza el espectador se encuentra ante un estupendo dibujo de José Clemente Orozco y es en realidad el jalisciense (en mayor medida que Siqueiros) quien amarra de forma adecuada la museografía, probablemente, me digo, por la innegable influencia que ejerció en artistas de la lente como el fotógrafo y camarógrafo Gabriel Figueroa, sobre el cual el mismo museo presentó una memorable exhibición-homenaje en 1996.

El dibujo al que me refiero líneas atrás es una tinta que ofrece diversos grados de densidad. Las tres figuras femeninas, los magueyes, la línea de horizonte que el ojo percibe parecen haber sido construidos a partir de las diferentes saturaciones de la tinta, que puede ser todo lo negra que se quiera o ir sugiriendo matices diversos hasta casi desaparecer. Sucede así porque el claroscuro está aquí utilizado no sólo como contraste, sino como color. El tono ligeramente amarillento del papel contribuye a su belleza. Se titula Tres mujeres y fue realizada, según se anota en la cédula, en 1926-1928. Contra lo que su apariencia sugiere, al observar con detenimiento la distribución de sus elementos se descubre que hay trazo previo, es decir, el dibujo a línea preliminar fue convirtiéndose de manera paulatina en otro medio de expresión, con resultados notables.

Dos de las figuras, totalmente cubiertas por sus rebozos y faldas, son como bloques compactos sin perder por ello identidad femenina. Están plantadas frente a otra figura de frente que con mínimos trazos entrega un rostro y una expresión. Para mí esa tinta preludia muchas otras creaciones de la plástica mexicana: desde Zúñiga hasta Castro Pacheco, pasando por varios más y desde luego que también por las creaciones cinematográficas que son posteriores a esa época si pensamos en películas como Flor Silvestre y María Candelaria, ambas de Emilio el Indio Fernández o como Redes (Ƒquien no recuerda la partitura de Silvestre Revueltas?), de Fred Zinneman, que es anterior a las del Indio.

Aurelio de los Reyes, en sus imprescindibles volúmenes sobre cine y sociedad en México, indica que fue María Candelaria la película que creó un canon respecto de lo que se pensaba acerca del país, sus paisajes y sus habitantes en todo el mundo. Eso sucedió así porque obtuvo la Palma de Oro en el festival de Cannes de 1944. ''El tono melancólico de la película consolidó no sólo la índole de lo que se suponía era y debía ser el cine mexicano, sino el cine latinoamericano en general.'' Eso es cierto, pero recuerdo muy bien la película (que además puede conseguirse con facilidad en video), sus personajes, la fotografía espléndida de Figueroa y la presencia de Dolores del Río. No está entre mis favoritas. Es mucho mejor Flor Silvestre que ésta, a la que le tocó en suerte obtener el galardón probablemente porque la trama se desarrolla en Xochimilco, lugar pintoresco por excelencia y, por tanto, frecuentado por el turismo de todas las épocas.

De todas formas hay una congruencia absoluta entre las imágenes del cine (por lo general posteriores) y los grabados, dibujos y acuarelas ahora exhibidos en el Carrillo Gil.

El recorrido de la muestra no es por orden cronológico, sino temático, de modo que uno puede observar el dibujo La cucaracha III (1928) de Orozco junto a otra escena semidancística del mismo pintor: un inolvidable pastel (que sí se ha exhibido varias veces) realizado en 1913 o 1915, El abrazo.