MARTES Ť 28 Ť AGOSTO Ť 2001
Ugo Pipitone
La megalópolis: nuestra derrota
Acaba de concluirse el foro internacional sobre gobierno metropolitano organizado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. No queda más que un augurio: que de las experiencias expuestas (Los Angeles, Ottawa, Londres, Buenos Aires, Barcelona, Santiago, Madrid, Caracas y Lima), las autoridades del Distrito Federal obtengan la sabiduría necesaria para gobernar el desastre urbano y humano de la que fue una de las ciudades más hermosas del planeta.
El siglo XX no ha sido benigno con las ciudades (pequeñas, medianas o gigantescas) de México, como cualquier observador puede apreciar recorriendo la periferia de Puebla, Oaxaca o Monterrey, para sólo mencionar tres casos: letreros de talachas, depósitos de materiales de construcción, tiendas de licores, calles polvorientas y con baches convertidos en trampas mortales, casas a medio terminar con varillas peladas que salen de sus esquinas con relativo adorno de botellas vacías de Coca Cola. Ciudades en las cuales es inquietante saber que para encontrar alguna belleza siempre hay que ir hacia el centro, o sea, hacia el pasado. Moraleja: pensar en lo que dejaremos a nuestros hijos como entorno urbano, como ámbito de sus vidas, no es razón de orgullo para nadie.
En Europa, la ciudad volvió a nacer hace alrededor de mil años y desde sus inicios fue búsqueda de autogobierno frente a señores feudales abusivos y ladrones. Fue la expresión más alta de la voluntad de construir formas nuevas de convivencia más allá de tradiciones hechas de arbitrariedades e ignorancia santificada por la fe. A mirar los resultados desde la actualidad, las razones de orgullo sobre lo que hemos construido a lo largo de tantas generaciones no son muchísimas. Sobre todo si miramos a las megalópolis de lo que un tiempo se llamaba Tercer Mundo: Calcuta, Bombay, Lagos, Sao Paulo, México, Distrito Federal, Bangkok: donde el desastre urbano comenzó más tarde que en Europa, pero alcanzó resultados peores en menos tiempo. Tantas formas, dicho entre paréntesis, de "urbanizar" desastres rurales nacionales.
El problema de hoy es obvio: remediar la catástrofe colectiva representada por las actuales megalópolis. Lugares donde el espacio público se ha convertido en fuente cotidiana de temor, congestionamiento, atracos, envenenamiento. El lugar del encuentro se nos ha trastocado en lugar del miedo, donde hay que caminar más aprisa para salir de un espacio público, fuente de amenazas. ƑPodrán la actual generación y la siguiente remediar los daños producidos en varias décadas, o estamos condenados a concretizar la utopía negativa de Blade Runner? Más nos vale creer en la reforma del presente urbano si no queremos adaptarnos a un deterioro progresivo que podría llevarnos a formas de ingobernabilidad urbana entre pobreza, delincuencia, hacinamiento y baja calidad de la administración pública. Mezcla, reconocidamente, mortal.
Y aquí está una de las mayores posibilidades de la izquierda política de salir de sus perezosas certezas y demostrar a amplios sectores de ciudadanía que puede ser actor principal para torcer el camino y restablecer la vivibilidad del espacio urbano. Es ahí, en las ciudades, y como administrador local, que la izquierda está enfrentada hoy al reto de poner la inteligencia y la creatividad al servicio de una vida urbana diferente. Y es ahí donde deben mostrarse iniciativas novedosas que permitan reconstruir un tejido de confianza y de convivencia dramáticamente desflecado.
La tarea es al mismo tiempo monstruosa y esencial: demostrar en los hechos que la voluntad, la solidaridad ciudadana y la creatividad pueden robar espacios al mercado como regulador absoluto de nuestras vidas. Se trata de rediseñar las ciudades y los vínculos entre sus diferentes funciones para alcanzar mejores equilibrios de convivencia. A la izquierda con responsabilidades de gobierno urbano nadie pide declaraciones de principios, sino acciones originales que partan del saneamiento de estructuras administrativas ineficaces y que, desde ahí, se proyecten hacia la creación de espacios locales de solidaridad social, responsabilidad administrativa y mejora de la calidad de la vida de todos. Estas son las tareas, lo demás es cuento.