martes Ť 28 Ť agosto Ť 2001

José Blanco

Vallarta

La reunión de los notables del Partido Acción Nacional en Puerto Vallarta parece más significativa por la ambigüedad, la endeblez o los silencios acerca de sus resultados, que por los acercamientos efectivos que parecen haberse dado entre distintos grupos panistas y el presidente Fox.

Son de particular significación los sesudos intentos de Felipe Calderón, principalmente, por definir las relaciones que tendrían que establecerse entre el Presidente y el partido a través del cual ganó la primera magistratura. La relación del Presidente con el PAN -afirmó- debe ser igual a la que tiene con cualquier otro partido; el gobierno tendría que ser -dice- "incoloro". Ello no obstante, muchos panistas se sienten incómodos, por decir lo menos, por cuanto en diversas áreas del quehacer público no se sigue una línea identificada con la ideología, los criterios o las propuestas de política que históricamente ha defendido Acción Nacional. Sería el caso de los programas en materia de educación, de trabajo, de fortalecimiento del federalismo hacendario, entre otros.

Las dudas sobre la relación entre el Ejecutivo electo y su partido han estado ahí desde el 2 de julio de 2000 y la definición del diputado Calderón no parece resolverlas ni dar salida a mecanismos operativos efectivos entre el Presidente y el partido en el poder. Muchos panistas parecen querer huir del fantasma del presidencialismo priísta, y no saben cómo. Caer, aun involuntariamente, en la social y políticamente repudiada fórmula priísta de la autoridad absoluta del Presidente sobre toda la estructura partidista, y sobre toda la estructura del gobierno nacional y del Estado, parece aterrarles; y sin embargo, no parecen haber resuelto cómo no caer en alguna versión del presidencialismo priísta. Por ello, los panistas se han visto paralizados mil veces frente a diversos problemas políticos, mientras el Presidente quedaba aislado a merced de una oposición que, al tiempo que lo acusa de continuar en campaña, hace lo propio denostándolo cada vez que le ha sido posible, y no poniendo en primer lugar, de veras, el interés nacional. Como lo supo desde siempre Perogrullo, en toda república democrática tiene que haber el momento democrático de la competencia electoral, al que necesariamente debe seguirle el momento democrático de la sociedad, en el que todos los partidos trabajan por acuerdos a favor del presente y el futuro de la nación. Por ahora, aquí, predomina el primer momento todo el tiempo.

Algunos analistas opinan que las dificultades de relación entre Fox y el PAN provienen del hecho de que su militancia panista ha sido más bien tenue y que el "partido" que lo llevó a la Presidencia fue Los Amigos de Fox. Ahí estaría la fuente de esas dificultades.

No debiera pasarse por alto, sin embargo, que más allá de las preocupaciones y voluntades de los panistas, el arreglo histórico social mexicano ha sido el de una articulación entre la sociedad civil, el sistema político y el Estado, de carácter corporatista, en la que la centralidad del Estado no ha estado en cuestión. Y el PRI, y el PAN y las oposiciones de izquierda han sido, sin escape, piezas de ese sistema articulado. Sin remedio, una parte de la cultura política de todos los partidos halla sus raíces en la articulación corporatista.

El corporativismo mexicano, sin embargo, entró en una senda de desleimiento en los años setenta y se aceleró en los ochenta, impulsado por el agotamiento del patrón de industrialización de posguerra y por la nueva articulación económica del país con el plano internacional en proceso de globalización. La disolución del ancien régime, empero, ha sido a todas luces lento como un quelonio.

Esa disolución y su transformación efectiva, de otra parte, no va a ocurrir en automático por el solo empuje de las fuertes mutaciones de la economía. Esa disolución y transformación requieren conciencia plena de los actores políticos, a efecto de separar racionalmente el Estado del sistema político, y éstos de la sociedad civil, para acabar con el corporativismo y alcanzar un nuevo tipo de articulación entre ellos.

Y eso significa una gran reforma institucional. En el marco de un nuevo tipo de articulación entre sociedad, sistema político y Estado, el problema que los panistas se plantearon en Vallarta simplemente no existiría.

Pero frente a esa necesidad política de la nación, las cosas seguirán marchando a paso de tortuga porque la cultura corporatista sigue pesando como un gran fardo de arena colgado de las mentes de los actores políticos. Ahí está, para probarlo, el militante populismo perredista; ahí está el populismo priísta, que cree que su abandono por los "tecnócratas" es la causa de la pérdida de la Presidencia. Entre tanto, el PAN parece creer que el asunto consiste en una pura voluntad de afirmación partidista frente al Ejecutivo.