LUNES Ť 27 Ť AGOSTO Ť 2001

León Bendesky

Comienzo

Dos secretarios del Gobierno federal han hecho recientemente algunos comentarios que podrían indicar los resquicios por donde se abriría una nueva orientación para la gestión de la economía. El primero fue el secretario Usabiaga, quien reconoció abiertamente la desastrosa situación del campo mexicano. El otro fue el secretario Derbez, que dijo en el seno de una reunión partidista que se requieren diez años para remontar las condiciones en las que actualmente funciona la economía.

Esta misma introspección deberían hacerla los demás miembros del gabinete, como una forma de salud pública. En Educación tendrían que dejarse atrás tantos balances autocomplacientes que no corresponden con lo que pasa en ese terreno; en el sector Salud debería reconocerse la carencia enorme de recursos e instalaciones para atender dignamente a la población; en Comunicaciones habría que plantear el gran rezago de las obras públicas que limitan la competitividad; en Hacienda no puede seguirse ocultando la gran limitación de la iniciativa de reforma fiscal y los costos de las acciones para sanear el sistema bancario. En fin, que todos los miembros del equipo podrían animarse y seguir estos pasos todavía muy tímidos que han dado dos de sus colegas.

Pero si éste puede ser un comienzo, no constituye necesariamente ninguna garantía. Una cosa es que se advierta de modo explícito el estado de las cosas en los distintos sectores de la economía y de la sociedad, junto con las restricciones de la administración pública, y otra, muy distinta, es que se planteen las políticas con las que se puedan enfrentar mejor y empezar a remontar la forma prevaleciente de funcionamiento de esta sociedad. Ya se sabe que no siempre el reconocimiento de nuestros males y deficiencias lleva directamente a un cambio de nuestras actitudes y, por el contrario, tendemos a negarlas. Ya se sabe también que el asunto de la memoria puede ser muy tramposo y es una parte de nuestras resistencias individuales y colectivas. Como dice acertadamente Stefan Zweig: la memoria no es algo que retiene una cosa por mero azar y pierde otra por casualidad, sino una fuerza que ordena a sabiendas y excluye con juicio. Es tiempo de ejercer ese juicio. Ahora la posibilidad de hacer las cosas de otro modo tiene que hacer uso de esa memoria y no como si tuviéramos o fingiéramos amnesia.

El diagnóstico del secretario de Agricultura es directo y muy contundente. Lo que hace con ello es exponer la crisis del campo y, al mismo tiempo, las repercusiones negativas de las políticas de reforma que se han aplicado durante un largo tiempo. En el campo no hay inversión desde hace muchos años, no existe un sistema crediticio de apoyo a los productores, y las acciones dirigidas al sector se han suspeditado a las políticas macroeconómicas de ajuste fiscal y estabilidad financiera que han disminuido su capacidad de resistencia. Con los criterios de competitividad concebidos desde los escritorios de la Secretaría de Hacienda en los pasados gobiernos, y que hoy prevalecen, se ha afectado la política de precios y de apoyos y se ha pasado por alto lo que en Estados Unidos y los otros países desarrollados se sabe muy bien y es que el sector agropecuario tiene particularidades que se tienen que reconocer. En México, además, la cuestión productiva se agrava con la frágil situación social y la presión demográfica en el sector agropecuario.

De lo dicho por el secretario, que por cierto debería buscar quién le escriba mejor los documentos públicos, se desprende que algo decisivo se tiene que hacer en el campo, pues lo que hay es un rotundo fracaso. Pero lo que no queda claro todavía es qué se quiere hacer, y si los criterios mercantiles que sigue el señor Usabiaga en sus negocios como agricultor son aplicables al conjunto de los productores pobres del campo. Acordémonos que no se pueden sumar peras y manzanas, que no se puede hacer un uso irreflexivo de los principios de las ventajas comparativas y que si una empresa puede quebrar, los campesinos y otros productores agrícolas no son equivalentes a un estado de pérdidas y ganancias que certifique un auditor.

En el caso del secretario Derbez, su experiencia como funcionario internacional destacado en misiones por diversos países del mundo, debe finalmente servir para proponerse de modo muy decisivo recrear las condiciones internas de funcionamiento de la economía mexicana y articular de manera que sea virtuosa la actividad de los muy distintos tipos de productores, de la estructura de crédito de la banca de desarrollo y de las demás formas de promover la inversión y la actividad industrial y comercial. En efecto, y tiene razón el secretario de Economía si lo que tiene en mente es que, cuando se imponen las reformas económicas sin un marco institucional y legal que sirva como apoyo suficiente, se provocan nuevas distorsiones que pueden ser incluso más costosas que las que se quieren eliminar. Las reformas exigen tiempo para funcionar y convertirse en el modo natural de operación de un sistema, un tiempo que nuestros políticos y los grandes empresarios que se han beneficiado de ellas no han tenido y, entonces, los saldos negativos se han socializado perversamente.

Así que no es seguro que, finalmente, se admita que la sola voluntad de cambiar, que marca el temperamento de la administración foxista, es insuficiente y que este comienzo acabe como otra anécdota. Con ello se desperdiciaría lo que puede ser una afortunada coincidencia y es que al cumplirse nueve meses de este gobierno se podría dar a luz una política económica que de veras marcara una nueva dirección en este país tan zarandeado.