Deslumbrado
confeso, Sergio López Rivera nos dice que encontrarse en la ciudad
de Cracovia por primera vez es una experiencia extraordinaria, difícilmente
comunicable. Empero, su rendida admiración por la ciudad real de
los Boleslao no le impide hacer un muy bien documentado encomio de las
maravillas creadas por ese pueblo sabedor de que sobrevivirá a
cualquier adversidad, y que siguen de pie junto al también inmortal
río Vístula. El castillo de Wawel, la catedral, la Lonja
de Paños y otras imponentes obras armonizan el estilo románico,
el barroco y el renacentista, entre varias expresiones del espíritu
polaco que, desde el siglo VIII hasta el día de hoy, son la manifestación
del toque mágico que hechizó al autor de esta crónica
de viaje.
La
ciudad de Cracovia, capital del primer reino de la pequeña Polonia
bajo el gobierno del rey Boleslao en el siglo VIII, llegó a ser
la capital de este país hasta que Boleslao III lo dividió
en ducados para repartirlos ente sus hijos, pero correspondiéndole
al primogénito el de Cracovia. Rodeada por el río Vístula,
se yergue esbelta la colina donde está ubicado el castillo de Wawel,
lugar en el que se levantaba la catedral románica, el castillo medieval
y una ciudadela y donde en la actualidad se encuentra la catedral de la
ciudad y el castillo episcopal, magníficos edificios, junto con
el propio castillo, de estilos mezclados agradablemente, puesto que encontramos
desde lo medieval hasta lo barroco de los siglos XVII y XVIII, esto solamente
a simple vista, porque en los cimientos se pueden ver restos de construcciones
aún más antiguas que se remontan hasta la época de
la dominación romana. Por supuesto que la ciudad de Cracovia está
íntimamente ligada a la trágica y sufrida historia de Polonia,
no sólo por los terribles acontecimientos de que fue víctima
en la segunda guerra mundial, sino desde los albores de la alta Edad Media,
puesto que ya en 1240 y posteriormente, hordas de tártaros invadieron
constantemente sus territorios y hubo necesidad de defender la ciudad con
todos los medios al alcance de sus habitantes. En 1257, bajo el reinado
de Boleslao V el Casto, tuvo la ciudad una época de esplendor y
comenzó su periodo gótico, rico y de una creatividad pocas
veces igualada en otras ciudades, en el que se muestra la prosperidad y
el progreso de la misma, aspectos que aún hoy en día se aprecian
en sus principales monumentos históricos de esa época. Durante
los siglos XIII y XIV, Cracovia fue centro de luchas internas por la corona
del reino de Polonia y no es sino hasta el acceso al trono de Casimiro
III el Grande, en 1333, que comenzó un periodo de paz y prosperidad
que continuó durante doscientos treinta años. Este monarca,
muy ilustrado en su época, fundó la Universidad y la ciudad
fortificada de Kazimiertz, al otro lado de un brazo del río actualmente
desecado, ciudad que desde hace más de cien años es parte
de la propia Cracovia.
El
destino de esta ciudad siguió las vicisitudes del reino en sus luchas
por afirmarse frente al poder de los caballeros teutones y posteriormente
frente al imperialismo de los zares de Rusia, pero fue en ese periodo que
se logró consolidar una salida al mar Báltico para Polonia,
lo que le aseguró a la propia ciudad una prosperidad comercial prácticamente
ilimitada, tanto en materia de bienes agrícolas como en productos
minerales, por ejemplo, la famosa sal de sus minas y el carbón,
así como la producción de ámbar, del cual Polonia,
junto con otros países cercanos, tiene prácticamente el monopolio
de producción; igualmente en esos años logró contar
con una salida al Mar Negro, que luego perdería en los avatares
de su historia. En ese otoño de la Edad Media, Cracovia no sólo
prosperó en lo material, sino que su academia llegó a ser
famosa y entre sus distinguidos visitantes se encuentra el famoso astrónomo
Nicolás Copérnico, quien vivió en ella de 1491 a 1495.
En el siglo XVI, tanto el impulso del Renacimiento como del humanismo italianos
hicieron su llegada a la ciudad real de Polonia y ésta conoció
lo que se ha dado en llamar el Siglo de oro de la cultura polaca.
Bajo el reinado de Segismundo I, probablemente el personaje que inspiró
a Calderón de la Barca su estupenda obra La vida es sueño,
se renovó en estilo renacentista el castillo de Wawel. Fue bajo
el reinado de Segismundo II cuando Cracovia perdió su carácter
de capital del reino de Polonia, pues este monarca decidió trasladar
los poderes regios a la ciudad de Varsovia, pero Cracovia conservó
el privilegio de que los reyes polacos fueran coronados en su catedral.
Desde esa época hasta la actualidad, Cracovia conserva su carácter
de capital intelectual y guía en la vida cultural y artística
polaca. A pesar de los daños causados por muchas de las tantas guerras
en que lamentablemente se ha visto envuelto el pueblo polaco en muchas
de ellas como mera víctima de ambiciones y designios perversos de
políticos sin escrúpulos, la ciudad ha podido conservar
prácticamente intacto su acervo arquitectónico y los tesoros
de su historia, y en la actualidad lucha con éxito para superar
los estragos del régimen comunista que, en aras de una política
de industrialización sin límites, causó daños
ecológicos a su entorno. En esto, como en otros aspectos, debe admirarse
el férreo y acrisolado espíritu de supervivencia del pueblo
polaco, que tantas veces ha tenido que luchar para afirmar su identidad
y su propia existencia. Federico Chopin es un claro ejemplo de lo que significa
para los polacos su patria, y en su música encontramos esos ecos
tristes y nostálgicos de una patria vejada, pero que sabe que sobrevivirá
a cualquier adversidad, porque el espíritu jamás muere.
Encontrarse en la ciudad de Cracovia por
primera vez es una experiencia extraordinaria, difícilmente comunicable,
porque en todos sus edificios del centro histórico y en el propio
castillo de Wawel se adivina toda esa historia que de manera muy sucinta
hemos expresado en párrafos anteriores, y lo que surge en uno es
la imperiosa necesidad de conocer más a fondo la historia de un
país que tanto ha luchado y que tantas veces ha afirmado su personalidad,
que está ahí frente a la historia de la humanidad. El centro
conserva el mismo trazo que tuvo desde su creación en el siglo XIII,
con muchos de sus edificios de estilo renacentista y otros de estilo barroco,
pero que forman una agradable unidad. Destacan la Torre del Ayuntamiento,
la Lonja de Paños que sirve ahora como mercado de artesanías
de lo más variado, el monumento a Adam Mickiewicz y, sobre todo,
la iglesia de Santa María (Kosciól Mariacki), todo ello adornado
con animados cafés y lugares en los cuales puede disfrutarse de
un aperitivo o de un refresco y al mismo tiempo permitir que la ciudad
nos penetre a través de todos los sentidos. La Lonja de Paños,
que data del siglo xiii, fue después enriquecida con estilo renacentista
por el arquitecto Giovanni María Mosca, llamado el Paduano, en el
siglo XIV. La iglesia de Santa María está dedicada a la Asunción
de la Virgen y es el monumento más grande y más notable de
la plaza, se yergue al suroeste de ésta y la limita de una manera
majestuosa, con su estilo gótico polaco. Su interior está
ricamente ornamentado con retablos, trípticos, polípticos
y obras pictóricas y escultóricas de un extraordinario colorido
y de una riqueza asombrosa que le dan al templo un carácter único.
Su torre más alta sirve de atalaya desde donde los centinelas oteaban
el horizonte para advertir a la población del ataque del enemigo
o de algún incendio en los trigales. Una situación curiosa
se produce cada hora en esa torre,
momento en el cual un bombero toca con corneta un motivo musical conocido
como hejnat mariacki, que es una especie de diana o toque militar,
y lo hace a los cuatro puntos cardinales; es un sonido entre nostálgico
y triste que logra un efecto muy bello al resonar entre los vetustos edificios
que rodean la plaza, creando una atmósfera singular y única
cuando se le escucha. La leyenda y es muy probable que el hecho sea real
cuenta que, en una de tantas invasiones de los tártaros, el guardián,
viendo que se acercaban las tropas del enemigo, comenzó a dar la
señal de alarma con su corneta, cuando un arquero enemigo le disparó
una flecha que lo hirió mortalmente en la garganta e interrumpió
la señal; pero que la población, ya advertida, rechazó
el ataque exitosamente. Es en recuerdo de ese hecho que en la actualidad
el toque se escucha interrumpido hacia el final.
Aun actualmente, la vieja ciudad está
rodeada de antiguos muros que conformaban las murallas defensivas; parte
de ellos se conserva en perfecto estado. Cerca de una de las salidas se
encuentra el museo de los príncipes Czartoryski, que entre sus joyas
más preciadas cuenta con la famosa pintura de Leonardo da Vinci,
La dama del armiño, bellísimo retrato que junto a
La Gioconda y a Giverna dei Benchi, constituyen los más
hermosos retratos que pintó este genio del Renacimiento. También
se puede observar en esta pequeña pero selectísima galería
una estupendo cuadro de Rembrandt von Rijn, cuyo tema es un paisaje en
esos colores tan característicos de su estilo: sepias y ocres oscuros
con una luminosidad concentrada y magistralmente administrada que logra
un efecto soberbio; la pintura nos presenta al buen samaritano en el acto
de ayudar al pordiosero. Pero lo que sin duda alguna es el tesoro más
hermoso con que cuenta Cracovia
es la colina de Wawel, que constituye el elemento dominante en el panorama
de la ciudad, discretamente rodeada en parte por las aguas del Vístula.
En dicha colina ya vivía el hombre del Neolítico y se han
encontrado, en sus cimientos, ruinas de construcciones romanas y paleocristianas,
y en el siglo IX ya se levantaba una iglesia cristiana. El castillo existe
desde el siglo X, pero fue hasta el XI cuando Segsmundo, a consecuencia
de un grave incendio, emprendió su construcción. En estilo
renacentista, el castillo siguió los avatares del país, pero
ha sido constantemente restituido como el lugar-símbolo de la nación
y de su antigua dignidad, de manera que desde principios del siglo XX guarda
su actual configuración. La superposición de las distintas
construcciones levantadas sobre esta colina, fusionadas entre sí,
produce un complejo arquitectónico de un característico e
inigualable valor histórico y artístico, y no cabe duda de
que la colina de Wawel ha desempeñado un importante papel en la
historia de la cultura polaca. El patio del castillo es uno de los más
hermosos y un logrado ejemplo del modelo del Renacimiento italiano en tierras
de Polonia; en verdad constituye un imponente monumento a la creatividad
del ser humano, que se yergue majestuoso con sus tres plantas de gran altura,
enriquecidas con elegantes arcadas. Su constructor, Segismundo el Viejo,
se propuso que dicho castillo y desde luego su soberbio patio deberían
reflejar, y de hecho reflejan la magnificencia del soberano y la potencia
de la dinastía de los Jagellones, quienes a principios del siglo
XVI ocupaban los tronos de Polonia, Lituania, Bohemia y Hungría,
y cuyos dominios se extendían desde el Báltico hasta el Adriático,
de las fuentes del Elba hasta el Dnieper, El pórtico y los dos pisos
de galerías que rodean el patio del castillo crean verdaderos paseos
cubiertos; mientras que la planta baja y el primer piso poseen arcadas
renacentistas, las paredes aún conservan restos de ricos frescos
que datan del siglo XVI.
Entrar
a los aposentos de dicho castillo es hacer un viaje en el tiempo, pues
la atmósfera y los decorados lo transportan a uno a las épocas
de su gran esplendor, impresión que se acentúa cuando, en
una de las inmensas salas, comienza el visitante a escuchar a un ensamble
renacentista tocando y a bellas jóvenes cantando sagas tanto medievales
como renacentistas, con instrumentos y vestimenta de la época, placer
estético que se agrega al de poder admirar los innumerables tesoros
que constituyen el acervo del castillo, como los gobelinos de hermosa manufactura,
los muebles de estilo y los cuadros de famosos pintores de toda Europa,
coleccionados por la familia real, así como hermosas pinturas de
escuelas europeas tanto del Renacimiento como de épocas posteriores,
sumadas a las de pintores polacos, que constituyen un acervo que pertenece
a las colecciones estatales de arte. Es claro que se ha tratado de respetar
lo más fielmente posible la fisonomía de los interiores respecto
a lo que fue su aspecto original, apoyándose en documentos históricos
como guía.
La catedral es otro monumento formidable
que forma parte de las bellísimas edificaciones de la colina de
Wawel, en cuyo interior se encuentran el mausoleo de San Stanislao y los
sepulcros de los reyes. La primera catedral se construyó en 1002,
año en que el emperador Otón III autorizó al rey Boleslao
I a fundar el primer obispado de Polonia. De ese edificio queda actualmente
sólo la cripta; posteriormente se le agregaron construcciones en
estilos románico, gótico, renacentista y barroco. Por muchas
razones esa Basílica está ligada íntimamente a la
historia de la nación polaca, tanto a las épocas de esplendor
como a las de adversidad y a los momentos difíciles.
La
zona de Kazimiertz ya mencionada, cuenta con la bella iglesia de Corpus
y una serie de interesantes edificios, pero lo más interesante y
valioso es el sector hebreo, que concentra en una bella plazoleta un sinnúmero
de pequeños y simpáticos restaurantes de típica comida
hebrea, en los cuales, además se puede escuchar música típica,
lo que desde principios del siglo XX hizo famoso al trío Liebermann.
Se puede afirmar que la historia de Cracovia está íntimamente
ligada a la del pueblo hebreo, pues ya un antiguo escritor de esta nacionalidad,
Ibrahim ibn Yaqub, menciona a la ciudad, y a partir del siglo X caravanas
de mercaderes judíos y árabes la visitaron regularmente para
comerciar sus mercaderías. Existe la creencia de que ya desde entonces
núcleos de esas poblaciones se habían instalado en los alrededores
de la colina de Wawel, pero es hasta los siglos XII y el XIII cuando se
extienden los asentamientos de la comunidad judía, principalmente
debido a dos fenómenos: la necesidad de poblar más intensamente
el territorio polaco, advertida por Casimiro el Grande, y la migración
de otras partes de Europa debida a la gran peste de los años 1349
y 1350. Desde entonces, dicha comunidad ha participado en los avatares
de la propia ciudad de Cracovia y de la historia europea que todos conocemos,
y en la actualidad es un núcleo de población sumamente activo
e integrado de manera por demás natural a la misma.
Como ciudad, Cracovia es una perfecta joya,
no sólo poseedora de estupendos tesoros artísticos y arquitectónicos,
entre los cuales deben incluirse las numerosas y bellas iglesias con que
cuenta, sino también de un enorme tesoro constituido por sus gentiles
y amables habitantes, gente de la Europa Central cortés, amable
y con espíritu de ayuda al prójimo, de manera que esa calidez
humana produce la sensación de que el idioma no es barrera de ninguna
especie, sobre todo cuando se tiene la fortuna de encontrarse a personas
como Fryderyk y Alejandra. Haberlos conocido constituyó el toque
mágico que toda ciudad tiene en un momento dado. |