Jornada Semanal,  26 de agosto del 2001 
 Fernando Prieto L.

Luis Barragán: la poética de la esencialidad 

 
Para Le Corbusier, nos dice Fernando Prieto, “la arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes agrupados bajo la luz”. Luis Barragán, nuestro miglior fabbro, entendió esa definición y entregó a su país y al mundo una visión poética de la arquitectura que abarcaba los laberintos de Knossos, la sabia sombra del ardiente Marruecos, la gracia escenográfica de los ballets rusos, los colores del México indígena, barroco y moderno, y la mirada personalísima del artista defensor de la sustantividad intransferible de su creación. Sirva este homenaje de Prieto a Barragán para acercarnos al análisis que deberá hacerse el año próximo, en el cual celebraremos el centenario de nuestro arquitecto mayor.
A todos los traidores, para que lo sepan con claridad y 
para siempre: a los primeros que traicionaron,
y de la peor manera, fue a sí mismos.

El color me posee... Este es el significado 
de esta hora feliz: el color y yo somos uno.

Paul Klee, 16 de abril de 1914.

Invencible en su manifestación de lo sustancial, la obra arquitectónica de Luis Barragán prosigue su travesía, plena de color, refulgente, por los océanos venturosos de la atemporalidad.

La importancia histórica y la relevancia mundial de su labor se encuentran ya, para fortuna del arte universal, absolutamente reconocidas y a salvo de los límites de las visiones posibles desde una óptica exclusivamente localista, que muchas veces sólo ha acompañado al malentendido, al abuso, al plagio o a la ignorancia.

Demostrador práctico de la viabilidad de las tesis que vislumbran la absorción de la pintura y la escultura por una arquitectura trascendente, que las incluiría implícitamente en sus funciones esenciales sin utilizarlas como elementos decorativos adjuntos o superficiales, Barragán posee un trabajo en el que por medio del ejercicio magistral de la abstracción y con una resolución dada a través de la concretización total, capta la sustancia del espacio y supera lo que tiene una simple condición de accidente. Inspirado por fuerzas presentes en la serenidad y la audacia de ciertas formas tradicionales, las resume y las supera, al amparo de una lucidez sensible y crítica permanente.

Sus edificaciones poseen toda la energía que les resulta posible tener en base a su lenguaje, misma que se manifiesta en la presencia de aquellos muros, aliados suyos, que como guardianes conforman sus espacios, captando en su poética modernidad los acertados usos del más atrevido manejo cromático; nunca la incapacidad mediocre y débil de la resolución tenue con la que son adornadas edificaciones intrascendentes. Color plásticamente integral, constructivo, no color irrelevante ni gratuito; elemento activo en una obra plena de interrelaciones plásticas poseedoras de vínculos con paralelismos y prefiguraciones que, observados meditadamente, permiten obtener de dicha obra lecturas cada vez más profundas e impresionantes.

Varios son los precedentes con los que Luis Barragán tuvo interacción conceptual en la etapa de su desarrollo artístico, antes del arribo al lenguaje de su madurez. De manera compuesta, su relación con la obra de paisaje de Ferdinand Bac, y con las morfologías y la idea del uso del color de Le Corbusier, va aunada al acontecer de sucesos tales como el desarrollo de los planteamientos conjuntos de Van Doesburg y Van Eesteren, los cuales constituyen el otro caso de mayor manifestación de valor realizado en una integración de color en la arquitectura del siglo xx, que aunque aplicados prácticamente en contadas situaciones, conforman, así como parte de la obra de Rietveld, una enseñanza y una consecución de un máximo nivel en cuanto a la naturaleza de su propia expresión. Un gran número de casos de arquitectura cromática, a la vez relacionada con planteamientos pictóricos acaecidos durante esos años del primer periodo heroico del movimiento moderno en sitios tan diversos como Francia, Holanda, Alemania o Rusia, siempre relacionados con las directrices de vanguardia correspondientes, son contemporáneos de estos logros.

En la obra de Luis Barragán las influencias pictóricas derivan de autores como Jesús "Chucho" Reyes Ferreira, de quien comentaba había sido "un gran amigo que con su infalible buen gusto estético fue maestro en ese difícil arte de ver con inocencia" y "un gran maestro que humilde y cariñosamente nos enseñó a ver"; y de otros grandes pintores como De Chirico –de quien tanto se ha mencionado el paralelismo existente entre una parte considerable de su pintura metafísica y el trabajo de Barragán–, a la vez que se pueden enunciar relaciones implícitas en su gusto por la obra de Magritte, Balthus y Delvaux; mientras que otros autores fueron valorados de manera común por él y por otros grandes arquitectos contemporáneos suyos o ligeramente precedentes, y que ciertamente, a través de concatenaciones particulares, llegaron a influirlo directa o indirectamente. Tal es el caso de Mondrian, de quien al observar obras tales como Composición con amarillo y azul, de 1922, se pueden reconocer muchas mayores vinculaciones que las que de antemano pudieran suponerse.

El cuadro de Josef Albers de la serie Homenaje al cuadrado, que en tonos cálidos cuelga en el comedor de la casa del propio Luis Barragán, debería a su vez servir para manifestar con toda claridad la profunda relación entre la obra de este último con la Bauhaus, realidad que muchas veces se desestima en su verdadera magnitud.

La capacidad y lucidez que siempre hicieron que Barragán se ubicase en la vanguardia de su tiempo y lo siga haciendo ahora a través de sus principios y del legado de su obra, le llevaban a mantener afectos plásticos que incluían a autores tan cercanos a él en espiritualidad como Mark Rothko, o tan aparentemente distintos de él en las técnicas empleadas pero emparentados por conceptualidad y cromatismo como es el caso de Christo, de quien opinaba que su trabajo era "una liberación".1

Junto a estos componentes de un sector de la atmósfera que envuelve a la obra barraganiana, el aprendizaje de los colores propios avanza por caminos que lo llevan a la absorción de maestrías inconscientes en el dominio de la arquitectura popular mexicana, con "sus paredes blanqueadas con cal; la tranquilidad de sus patios y huertas, el colorido de sus calles y el humilde señorío de sus plazas rodeadas de soleados portales". A lo que añadiría a continuación el maestro: "Y como existe un profundo vínculo entre esas enseñanzas y las de los pueblos del norte de África y de Marruecos, también éstos han marcado con su sello mis trabajos."

Aparece entonces el elemento de más trasfondo que Barragán reconocería como en un espejo en sus primeros viajes a esas costas, componente primario, básico y esencial, que tiene el nombre de Mediterráneo.

Y no sólo Andalucía o Castilla, el norte de África, o Les Colombières, obra maestra de Bac. Recorriendo y aprendiendo de todos los momentos históricos hasta llegar a ella, en la obra de Luis Barragán soplan aún vientos de Knossos, manifiestos en elementos de colores que, como en su obra, se baten en un duelo de danza con el sol y como en el rancho de su infancia en Mazamitla, Jalisco, también nos hacen pensar en tierra roja; en encalados blancos, en el color de las piedras y del cielo, presentes en edificios que deberían repintarse "cada dos años", en absoluto y total respeto a lo resuelto integralmente por el Poeta. No en un problema de mantenimiento, sino en un ritual de renacimiento, de retorno al principio.

Principio prevaleciente, tal y como él después de años de experiencias cromáticas finalmente resolvió de manera concluyente y con maestría incuestionable, en los muros de la terraza de su propia residencia, dignamente erguidos en su blancura absoluta, en sus superficies ocre y lila, y en sus acabados de mortero aparente; en el espejo de agua del patio interior de la casa Gálvez, totalmente circundado de rosa, donde la luz se vuelve pintora cada día al alterar los tonos cada hora; como en todos los espacios de la casa Gilardi, en que el azul y el rosa más intenso se armonizan de nuevo con el lila y el blanco –por no mencionar el equilibrio impecable existente en la resolución de la piscina–; en la celosía vibrantemente amarilla y el interior de la capilla del convento de Las Capuchinas, en que el naranja y el rosa se aúnan al color de la madera; en la casa Prieto López, en sus intensos ocres y en sus rocas; en la Plaza y Fuente del Bebedero en Las Arboledas con su muro azul, su alargado espejo de agua y su imponente y esbelto prisma blanco, o en el Muro Rojo; en la fuente igualmente ocre de Los Amantes en Los Clubes, circundada de intenso rosa; en el portón morado y los muros también rosas de la casa Egerstrom, en el que la blancura se ve acompañada del naranja; o en el caso de mayor dimensión y también quizá el peor cuidado de los que aún, bárbaramente, no han sido destruidos: las Torres de Satélite, caso especial, en el que, con un alto grado de prepotencia y necedad, quienes se han hecho cargo de su supuesto mantenimiento no sólo han permitido que les encimen puentes peatonales y letreros, sino que han cambiado absurda y abusivamente sus colores. No sólo una vez hace ya tiempo, sino dos ocasiones; cuando años atrás de nuevo el arquitecto, con motivo de la más notoria exposición organizada en su honor por un museo en México,2 había vuelto a indicar la coloración correcta en una gama que en su composición involucra desde el ocre al bermellón, de la cual se tiene además registro fotográfico original, misma que se restauró entonces para que posteriormente se volviera a destruir la veracidad y una parte mayoritaria de la obra de arte, cambiando la gama original y su perfecta "paleta de colores limitados" por el consabido desacierto cromático, auténtico baluarte de la más absoluta falta de respeto y ética, acerca de la cual Barragán había llegado previamente a expresar: "Actualmente han cambiado los colores y con ello ha cambiado todo." Ataque infame a una manifestación surreal y excelsa, a unos colores terrestres enaltecidos, espiritualmente poseídos, que se unían por contraste máximo con el azul del cielo, a los que además se les ha llegado a trastocar su condición mate por un brillo totalmente improcedente.

Siendo portadora de una inocencia comparable a la de muchos trabajos de Miró, tolerar que a la obra de Barragán se le deforme sería equivalente a permitir que alguien comprara un cuadro de Van Gogh, de Matisse o de Kandinsky y cambiase sus colores. Tanto como consentir que muera uno de los más claros ecos que, en el quehacer humano, se han escuchado de la voz de los jazmines, las buganvillas, las jacarandas, las cascadas y las piedras.

Herencia y patrimonio, no solamente de la tierra que lo vio nacer sino de toda la humanidad, la obra de Luis Barragán, poseedora de cualidades que unen en total armonía sentimiento y pensamiento, emoción y razón, se ha fundamentado, como alguna vez él lo expresó, en "las palabras belleza, poesía, embrujo, magia, sortilegio, encantamiento. Las palabras serenidad, silencio, misterio, asombro, hechizo"; pero además, como se percibe claramente al contemplarla, también en los valores de bondad, honestidad, inocencia, pureza, intuición metafísica, meditación, recogimiento, conciencia, libertad, valentía, audacia, alegría y paz.

Ejemplificadora de los criterios de Le Corbusier en el sentido de que "la Arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes agrupados bajo la luz", y de que para "destacar la alegría del blanco, era necesario rodearlo del poderoso rumor de los colores", de la arquitectura de Barragán se puede decir lo que Picasso alguna vez expresó de la pintura al definirla como medio para luchar contra los enemigos de la humanidad.

Hoy más que nunca se necesitan esos medios. Se debe luchar para preservar las formas y los colores del maestro, o para recuperarlos en los casos correspondientes; para que ellos puedan combatir en defensa de los más elevados valores de la especie.

El mensaje universal de Barragán posee respuestas capitales ya que, como él dijo, "el hombre ha buscado siempre protegerse de la angustia y el temor. Ha procurado que los espacios que habita promuevan en su ánimo la serenidad", dado que, como también llegó a explicar de manera por demás generosa, "hemos trabajado [...] con la esperanza de que nuestra labor [...] coopere en la gran tarea de dignificar la vida humana por los senderos de la belleza y contribuya a levantar un dique contra el oleaje de deshumanización y vulgaridad". "Si al lograr reunir en nuestras obras algunos de estos conceptos no logramos resolver los problemas del hombre, al menos cooperamos a hacer su vida más plena, más hermosa y más llevadera y lo ayudaremos a no caer en la desesperanza."

La obra de Luis Barragán permanece no únicamente como producto resultante de la conjunción de lo mejor de las circunstancias que lo rodeaban, sino de la capacidad de ampliar éstas a través de la sensibilidad, la inteligencia y la voluntad; resumiendo el logro de la más elevada búsqueda de la esencialidad y la trascendencia.

No solamente como síntesis triunfante de lo que se ha sido y se es, sino como luz indicadora de todo lo que en un futuro podría llegarse verdaderamente a comprender y a ser.

1 Luis Barragán, en una conversación privada sostenida con el autor.

2 La exposición Luis Barragán, Arquitecto realizada por el Museo Rufino Tamayo, Ciudad de México, DF, México, Octubre de 1985 a enero de 1986.