DOMINGO Ť 26 Ť AGOSTO Ť 2001
Ť Carlos Bonfil
Semana de Cine Israelí
El cine israelí es tan desconocido en México como lo fue hasta hace poco la cinematografía iraní, y como siguen siéndolo tantas otras producciones orientales o africanas sin filiación directa con Hollywood. A juzgar por la calidad y fuerza de las seis cintas que actualmente exhiben la Cineteca Nacional y Cinemex Masaryk, existen posibilidades de que algunos realizadores israelís de primer orden lleguen a gozar entre la cinefilia nacional de un prestigio similar al de autores como Abbas Kiarostami, Wong Kar Wai o Tsai Ming Liang. Un director, Amos Gitai, favorito de festivales, ha sido sistemáticamente ignorado en México, como ya lo era antes el notable realizador de Amazing grace, Amos Gutman, hoy desaparecido. En lugar del punto de vista de estos directores -visión de la guerra civil, relaciones entre árabes y judíos, evolución de las costumbres locales-, hemos tenido un catálogo de clichés sobre el carácter, humor, fobias, fijaciones edípicas, y demás obsesiones del judío nacido en Nueva York. Esta visión esquemática, a menudo prejuiciada, ha resumido desde Hollywood la identidad de todo un pueblo. Lo que siempre ha hecho falta es un panorama más complejo, una actitud más provocadora, de la realidad judía, y es esto lo que hoy ofrecen algunos cineastas nacidos en Israel, u otros, como Jonathan Sagall, nacido en Toronto, instalado hoy en Tel Aviv, quien sorprende con una buena opera prima, Sensación urbana. Este ciclo, el tercero que ha presentado la Cineteca en los últimos años, ofrece un panorama interesante del orden social, la imaginación religiosa y la creciente diversidad cultural y política que vive hoy el pueblo judío.
Kadosh, de Amos Gitai, se desarrolla en Mea Shearim, barrio judío ultraortodoxo en Jerusalén, y su tema remite directamente al título, que en español significa "sagrado". Desde las primeras escenas se detallan los rituales domésticos que ordena la Torá, y poco después se presentan dos situaciones conyugales; una pareja incapaz de procrear, orillada por ello a una separación forzosa, y otra, mal avenida, donde el esposo, un rabino autoritario, somete a su esposa a un trato humillante. La cinta explora la oposición entre el fanatismo religioso y el mundo laico, pero sobre todo la situación de las mujeres, negadas a la vida pública, encerradas en el hogar, confinadas al rol de máquinas reproductoras. Lo perturbador de la cinta es la ambigüedad de la respuesta femenina, desde una sorda rebeldía hasta una resignación que puede culminar en el sacrificio. Kadosh es probablemente la mejor película del ciclo. El mismo barrio ortodoxo lo describe la cinta El dibuk, de Yossi Somer, pero en un registro alejado del realismo y por momentos abiertamente fantástico. De nuevo una historia de amor contrariado por la voluntad abusiva de un patriarca. La observancia estricta de las reglas religiosas es otra vez fuente de desventuras. La libertad sólo es concebible en el mundo exterior, en el territorio laico inaccesible. Los personajes de estas cintas aluden siempre al "otro mundo", no al prometido por la Torá, sino aquél más inmediato y más idealizado, donde no tienen ya vigencia las reglas talmúdicas inamovibles desde hace más de mil años.
Este mundo, con el que sueñan las protagonistas de Kadosh, vive sin embargo al borde del colapso. Afuera, en una pequeña ciudad de Israel, los jóvenes nacidos después de la guerra de Yom Kippur se abandonan al escepticismo más radical y rechazan con violencia la tradición impuesta. Este es el universo de Santa Clara, de Ari Folman y Ori Sivan, donde una joven dotada de poderes sobrenaturales sacudirá las certidumbres locales hasta sucumbir ella misma al efecto perturbador de la pasión amorosa. Una atmósfera similar se insinúa en Con ojos occidentales, de Joseph Picadze, basada en un relato de Conrad (Under western eyes). De Berlín a Tel Aviv, el itinerario de un hijo en busca de su padre desaparecido es pretexto para armar un curioso thriller de espionaje que rápidamente deriva en una inquietante introspección del personaje central en busca de su propia identidad.
Enfermo de amor, una comedia muy triste, de Savi Gabizon, y Sensación urbana, de Sagall, son películas notables. La primera, una historia de amor loco; fábula del apasionamiento como ficción literalmente desquiciadora. Un manicomio es el punto de llegada de Víctor (estupendo Moshe Ivgi) en su obsesión por conquistar a una mujer casada. Sátira sobre el poder de los medios y la prensa sensacionalista, y a la vez, análisis minucioso de la vanidad en todo impulso de posesión amorosa. Sensación urbana describe, con un rigor parecido, una relación conyugal que soporta el lastre de la mediocridad afectiva, y el conflicto que supone la llegada del ex amante de la mujer, un aventurero bisexual, de enorme vitalidad, portador sin embargo de nuevas frustraciones sentimentales.
El cine israelí contemporáneo depara sorpresas en su manejo de temas y obsesiones, y particularmente en su modo de abordar la ortodoxia religiosa. Este ciclo es muestra de una diversidad artística nueva, insospechada en el contexto político actual. Ni los árabes ni los homosexuales ni las mujeres en vías de emancipación son ya temas tabúes en la cinematografía israelí actual. En este impulso de modernización se juega naturalmente su porvenir.