DOMINGO Ť 26 Ť AGOSTO Ť 2001
Angeles González Gamio
Las tertulias de Palacio
En días pasados que estuvimos en Palacio Nacional, en la instalación del Consejo Consultivo del Centro Histórico, integrado en gran medida por distinguidos intelectuales, nos vinieron a la memoria las tertulias que tenían lugar ahí durante el virreinato, auspiciadas por virreyes cultos, que invitaban a los mejores pensadores y artistas a sus habitaciones privadas para deleitarse con sus charlas y aprovechar sus conocimientos.
En realidad la presencia de personas notables en este espacio data de la época en que se ubicaba ahí el palacio del emperador Moctezuma; él mismo hombre de pensamiento, se reunía en este lugar con los más egregios talentos del mundo náhuatl para discernir sobre los problemas de su imperio y analizar los terribles presagios que anunciaban el fin del universo mexica.
Cabe recordar que tras la Conquista, Hernán Cortés con muy buen ojo se adjudicó este soberbio inmueble y el de Axayácatl, padre del soberano azteca, ahora sede del Monte de Piedad, que fue el sitio donde en realidad vivió el conquistador y lo prestó para fungir como casa de las primeras audiencias de gobierno y de los dos primeros virreyes, en tanto la Corona adquiría el antiguo palacio de Moctezuma.
Fue el virrey Luis de Velasco quien primeramente ocupó el recién adquirido inmueble, en 1562, desde ese momento conocido como Palacio Virreinal y habitado por todos los gobernantes españoles, hasta Juan O'Donojú, quien llegó a la Nueva España cuando Iturbide acababa de consolidar la Independencia, por lo que no le quedó más que firmar los tratados de Córdoba e irse a vivir al palacio de Iturbide, en tanto podía regresar a España.
A partir de entonces la mayoría de los presidentes del México independiente se fueron a vivir al soberbio edificio, que entonces se llamó Palacio Nacional. El primero en ocuparlo fue Miguel Fernández Félix, quien consideró su nombre vulgar y se lo cambió por el de Guadalupe Victoria. Ahí se llevó a vivir al célebre Fray Servando Teresa de Mier, quien lo divertía e ilustraba contándole sus innumerables aventuras, hasta que lo sorprendió la muerte en un mullido lecho de la mansión presidencial. Por cierto, se cuenta que años más tarde su cuerpo momificado era paseado en un circo, hasta que alguien lo descubrió y lo rescató para darle cristiana sepultura.
También se recuerda a Anastasio Bustamante, Melchor Múzquiz y Valentín Gómez Farías, de quien se dice que fue tan honrado que al salir no llevaba mas que una jaula con canarios. Y por supuesto Santa Anna, quien lo sentía como su casa, por las innumerables veces que lo habitó. Del paso de Benito Juárez tenemos testimonio en la reproducción fiel de sus habitaciones que se puede visitar en el ala norte del Palacio. De Juan Alvarez se platica que al sentarse en el sillón presidencial, que tenía asiento de resortes, lo hizo tan efusivamente que botó hacia arriba con fuerza tal que estuvo a punto de caer al suelo. De sencillo origen pueblerino, desconocía ese tipo de muebles, por lo que comenzó a gritar: "šTraición, traición!", sospechando algo inaudito contra su preciosa vida elevada a la cumbre del poder.
A partir de que el presidente Lázaro Cárdenas construyó la casa presidencial conocida como Los Pinos, los mandatarios dejaron de habitar Palacio Nacional, y desde hace varios años incluso dejaron de trabajar allí. Ahora que el presidente Vicente Fox ha externado su interés y preocupación por el Centro Histórico, una acción magnífica sería que regresara a despachar allí, aunque lo ideal sería que regresara a vivir. ƑApostarían que en ese caso la histórica zona se arregla en un año?
Seguramente me dirán, evocando a Calderón: "Los sueños sueños son", pero no siempre es así; recordemos con don Artemio del Valle Arizpe el sueño del presidente José Joaquín Herrera: una mañana despertó dando instrucciones de que abrieran de inmediato una puertecilla por la parte posterior de Palacio, pues soñó que la guardia se pronunciaba en su contra, que lo aprehendía y le quitaba el poder. A media mañana se escuchó un clamor que repercutía con la acústica de los patios y el tronido de balazos; la guardia se había levantado en armas... Apenas dio tiempo al crédulo soñador de salir escurriéndose por el boquete, que se encontraba a medio abrir.
Así es que seguiremos soñando, ahora en un lugar que Juana Inés Abreu califica como entrar al túnel del tiempo: el bar Sobia, en la calle de Palma 40, con su decoración, servicio y comida de hace 50 años. Con decirles que lo fundó Florentino Hevia, el dueño de los famosos restaurantes El Correo Español y el Charleston, especializados en cabrito, que continúa siendo muy sabroso.