DOMINGO Ť 26 Ť AGOSTO Ť 2001

SEMANA POLITICA EN ESTADOS UNIDOS

Ť Fin de una era, la decisión de Jesse Helms de no postularse

Ť Es uno de los pocos políticos que siempre dicen lo que piensan

JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES

Washington, 25 de agosto. "Gracias por fumar" reza el letrero que cuelga en las oficinas del senador, y esto como cualquier otra cosa resume la perspectiva política de Jesse Helms (recuérdese que casi ningún político se atreve a defender el tabaco a estas alturas).

El legislador ultraconservador, que esta semana anunció su retiro del Congreso a fines de 2002, nunca se preocupó de si sus posiciones eran "populares" o si provocaban ira u ofensa en otros. Pero hizo todo para apoyar a sus bases en su estado de Carolina del Norte, a los empresarios ricos blancos, incluyendo a los cultivadores de tabaco, que lealmente lo religieron durante casi 30 años.

JESSE_HELMSCasi todos los principales periódicos del país, incluyendo al The New York Times, Los Angeles Times y The Washington Post, dieron la bienvenida a la noticia del fin de la carrera política de Helms, pero tal vez nadie celebró más (aunque en privado) que el propio presidente George W. Bush. Reiteradamente Helms ha criticado a Bush por tener una "línea suave" ante Rusia y hasta obstaculizó la ratificación de algunas de las designaciones a altos puestos gubernamentales hechas por el presidente, porque el senador consideraba que no eran suficientemente conservadores.

Aunque Bush y muchos republicanos (y no pocos demócratas) podrían estar de acuerdo, con por lo menos parte, de lo que expresaba "Jesse" -como casi todos lo llaman-, entendían que decirlo públicamente no era políticamente efectivo. Quizá Bush no hará mucho más que Helms para ayudar a la condición de la comunidad negra o de los homosexuales en Estados Unidos, pero el jefe de la Casa Blanca y su gente jamás lo dirán directamente. Esa es la diferencia más notable: a fin de cuentas, Helms es tal vez uno de los políticos más honestos de esta capital. Lo que piensa, lo dice.

Comenzó su carrera política en los años 60 expresamente como opositor de la lucha de los negros por los derechos civiles y el tratamiento igualitario, y 20 años después todavía se oponía a una legislación para consagrar el natalicio del líder de ese movimiento, Martin Luther King, como día oficial festivo. Helms ha llamado al asesinado luchador un "marxista-leninista" y "un hombre de inmoralidad sin gusto".

Durante su carrera, el senador por Carolina del Norte también se ha opuesto tajantemente a cualquier reconocimiento de los derechos de la comunidad gay o a aprobar fondos públicos para combatir el sida. "Te-nemos que tener algún sentido común so-bre una enfermedad trasmitida por gente que deliberadamente realiza actos anormales", declaró al New York Times en 1995.

Esta misma falta de tacto diplomático caracterizó su actuación como el miembro más formidable del Comité de Relaciones Exteriores del Senado. Mientras casi toda la cúpula política de este país expresaba su admiración y apoyo al recién electo presidente Carlos Salinas de Gortari, Helms, en 1989, insertó en el Congressional Record -el diario oficial del Congreso- una lista de miembros del gabinete y del gobierno de Salinas que tenían vínculos con el narcotráfico, la corrupción, y otras actividades ilícitas. Fue un férreo crítico de la falta de de-mocracia en México durante el pasado ré-gimen del PRI.

Su afán por la democracia fue, sin embargo, superado por su anticomunismo. Helms apoyó el golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile, promovió una legislación pa-ra brindar financiamiento militar a la contra nicaragüense y respaldó a líderes militares de ultraderecha en El Salvador y Honduras vinculados con los escuadrones de la muerte (más tarde, una de sus asesoras políticas se casó con un general hondureño). Además, apoyó a dictadores, como por ejemplo a Anastasio Somoza.

Su anticomunismo fue tal que hasta expresó su oposición al viaje del presidente Richard Nixon, del Partido Republicano, a China en los 70. No ha escondido su falta de amor por los "moderados" de su propio partido, como lo demostró al prevenir la ratificación del ex gobernador republicano de Massachusetts William Weld como em-bajador en México. Y claro, no se puede olvidar uno de sus legados más importantes: su guerra contra Fidel Castro y Cuba, y la famosa ley Helms-Burton (con la cual logró arrancarle al Poder Ejecutivo el control sobre la implementación del bloqueo).

Pero no fueron sus posiciones de política exterior las que le permitieron ganar sus relecciones. Aunque el senador sureño fue un apasionado promotor del "libre comercio" y el "libre mercado", no lo detuvo para defender los intereses de sus bases electorales: apoyó leyes que otorgaron millones de dólares en fondos federales como subsidios a los cultivadores de tabaco en su estado y obstaculizó todo intento de reducir aranceles y otras barreras comerciales que podrían afectar a las fábricas textiles en Carolina del Norte.

Al mismo tiempo, Helms fue muy audaz en su estrategia electoral, diseñando mensajes políticos a sus electores basados en los temores de la clase trabajadora blanca. Frecuentemente su propaganda electoral utilizaba el factor racista, advirtiendo a los blancos que si no votaban por él, sus em-pleos, sus casas y sus vidas estarían amenazadas por las minorías raciales.

Un famoso spot de Helms presentaba las manos de un blanco destrozando una carta de rechazo y una voz en off que señalaba: "necesitas un empleo... pero se lo tuvieron que dar a una minoría por las cuotas raciales". Y otro, muy simple, fue una imagen de su contrincante con un hombre negro.

Las diferencias entre dos republicanos, Helms y Bush, son ilustrativas. En su campaña del año pasado, Bush habló en una universidad privada conservadora que prohíbe parejas interraciales; luego negó que existiera esa prohibición, y declaró que de haberlo sabido hubiera rechazado acudir.

Jesse Helms es miembro de la junta di-rectiva de esa universidad y jamás ha criticado sus políticas. Ahora que Helms se retira, tal vez habrá menos racismo abierto en la política en Washington, pero eso no indica que los políticos no continuarán usando el racismo en sus maniobras, y que habrá menos racismo.

Mientras que una mayoría de los políticos en esta capital -y muchos funcionarios- definen sus mensajes, miden sus palabras y evalúan sus posiciones, con la mira en las encuestas de opinión más que en lo que verdaderamente piensan, Helms (en general) dice lo que cree. Aunque los liberales, y no pocos dentro de su propio partido, así como sus numerosos críticos a lo largo y ancho del país (y del mundo) festejarán su partida, deberán reconocer que esto también marca la desaparición de uno de los pocos hombres públicos que no ocultan sus verdaderas posiciones; o sea, en su estilo, se va uno de los pocos políticos honestos en el escenario de Washington.