DOMINGO Ť 26 Ť AGOSTO Ť 2001

Antonio Gershenson

Electricidad y subsidios

La versión oficial sobre los subsidios a través de tarifas eléctricas bajas va en el sentido de que hay subsidio a las tarifas de riego agrícola y al pequeño consumidor doméstico, pero no a otros, en especial a los grandes consumidores que reciben la energía en alta y media tensiones.

En realidad, y si consideramos la Cuenta Pública, especialmente la de los años anteriores al ocultamiento de una parte de la inversión con los llamados programas de inversión diferida, hay dos hechos que contradicen esta versión: primero, que el costo de la Comisión Federal de Electricidad por generar la energía es del orden de las dos terceras partes de su costo total; segundo, que el costo real de la generación de energía ?por la CFE? ha sido del orden de 7 u 8 centavos de dólar por kilowatt hora (Kwh) (usamos moneda extranjera en la comparación porque se hizo para más de diez años y el poder adquisitivo del peso cambió mucho durante ese tiempo, como para poder sumar o promediar los pesos de un año con los del otro).

La tarifa promedio en tensiones media y alta es del orden de 5 centavos de dólar, es decir, sí está subsidiada. En los meses en que estuvieron muy caros los energéticos subió temporalmente el precio de la electricidad en tensiones media y alta, pero en una proporción mucho menor que los aumentos registrados, por ejemplo, del gas natural.

Además la relación entre la tarifa a empresas, generalmente pequeñas, que reciben la electricidad en bajo voltaje o baja tensión, y la de las mayores, de las que hemos hablado, es de casi tres a uno: pagan 14 centavos de dólar. Supuestamente eso se debe a lo carísimo de la distribución, pero los mencionados datos de la Cuenta Pública nos dicen que lo caro es la generación y que la distribución, incluida la transmisión que es usada también por las grandes empresas, cuesta alrededor de 20 por ciento del total.

Lo peor de este subsidio oculto es que se subsidia la ineficiencia. Al venderse barata la energía se estimula su derroche y su consumo irracional. No es necesario modernizar la planta productiva y sustituirla por otra más eficiente, porque la energía es barata. En todo caso debería subsidiarse la eficiencia con crédito barato, para renovar maquinaria y equipo, con estímulos fiscales para el uso de equipos eficientes, etc.

Como este subsidio oculto no lo paga Hacienda sino la Comisión Federal de Electricidad, contribuye a deteriorar la situación económica de este organismo, lo mismo el aprovechamiento que debe pagar a Hacienda. De modo que hay toda una serie de recursos para que esta paraestatal tenga recursos para la inversión en nuevas plantas.

Unos 2 centavos de dólar por kilowatt hora de aumento, sólo a las tarifas de tensión baja y media, serían suficientes para las inversiones necesarias para el adecuado desarrollo de la industria eléctrica.

En realidad no es necesario llegar a ese aumento, que puede y debe ser gradual y anunciado, para resolver el problema.

Por un lado, una mejor eficiencia bajaría los costos internos de la Comisión Federal de Electricidad y, por lo tanto, el costo real de la energía.

Por otro lado, que la electricidad se venda por lo que cuesta haría más rentable el autoabastecimiento por parte de grandes empresas, que ahora son muy pocas las que trabajan en esa dirección. Se trata de una forma de inversión privada que no choca con la Constitución, que no afecta la soberanía ni la capacidad de planeación de la industria eléctrica y que nunca fue suprimida de la legislación ni de la realidad mexicana.

Esto, a su vez, reduciría las necesidades de inversión de la comisión, que sólo tendría que aumentar capacidad por la diferencia entre el aumento de la demanda y la capacidad de autoabastecimiento de empresas, municipios o de otras entidades.

El aumento gradual y anunciado con anticipación permitirá estimar la rentabilidad de los proyectos de esta naturaleza y anticiparse a los aumentos mismos con la inversión respectiva.

De esta manera se puede resolver el problema sin endeudar más al país, sin entregar soberanía y sin sacrificar la capacidad de planeación, mientras que seguir el camino que propugna la tecnocracia llevaría al desastre que se ha vivido en otros lugares del mundo en los que se ha insistido en recorrer ese camino.