VIERNES Ť 24 Ť AGOSTO Ť 2001
ZIG-ZAG
Del cuaderno de bitácora
Ť Mauricio Ortiz
Una parada
AL BORDE DE la carretera que va a Miahuatlán, preciosa por los valles que atraviesa, infame a golpes de bache: un prado sembrado de florecitas amarillas, Ƒbledos tal vez?; una preciosa mariposa carmesí con cuatro balazos azul marino en las alas; una lagartija de jade. Atrás de todo, entre los árboles, un sendero de antiguos salteadores.
CUANTAS MARAVILLAS EN el paisaje nuevo. Comienza por los ojos el encanto y termina en desbordada fantasía. Las luces del mundo son dos: la de afuera, la que refleja del sol las cosas, los animales, las nubes, las personas, y la luz de la imaginación, que ilumina las paredes interiores del universo.
Aurora tropical
DE NATURALEZA DIVERSA a la boreal, y sin haber nunca presenciado ésta, tengo para mí que el crepúsculo del día 4 de agosto en el cielo de Mazunte fue equiparable en majestuosidad a una aurora.
EL SOL DESAPARECE relativamente temprano detrás de un cerro alto e inmediato. Más tarde se desplomará en el horizonte lejano, no se sabe exactamente si sobre el mar o sobre la franja de playa, y mientras tanto unas nubes delgadas manchan hacia el poniente el intenso azul zafiro, haciéndolo perfecto.
PRIMERO ES SOLO un cambio sutilísimo en la textura algodonosa del vapor de agua. Entonces, en algún borde, un filo rosa y verde, un destello de nácar. Empieza a haber arco iris por todos lados, pero sin arco, nada más iris. Conforme avanza el crepúsculo los colores se encienden y la nubes se vuelven líquidas. Después sólo me resigno a guardar silencio.
Fauna
LA LISTA DE fauna en la cabaña es somera. Una noche se oyen ruidos entre la hojarasca, a un lado de la hamaca que mira de sesgo al mar. La luz de la vela no muestra nada. Nada ha de ser y seguimos conversando. A los pocos minutos el mismo ruido, intensificado por la atención con que se esperó oírlo de nuevo. Acercar la vela no es cosa fácil, con tanto matorral y tantas hojas secas, pero al tercer ruido, lento y muy espaciado, y tras largo acecho, al final de una vara de bambú los ojotes negros. Imperturbable, como sin saber que la luz también a él lo hacía visible, un inmenso sapo gris estaba ahí sentado. Presencia amiga, animal de sosiego extremo.
OTRA ESPECIE ALIADA, la cuija, vivía en la cabaña; una de ellas, la más grande y tal vez la jefa, ocupaba todas las noches el mismo lugar, en el nicho del foco. Ahí esperaba, absolutamente inmóvil en arco perfecto, a que se posara un mosquito; con agilidad infalible lo engullía, y al cabo de unas horas alcanzaba a verse una opacidad en el centro de ese cuerpo transparente y lechoso.
LA PRESENCIA ENEMIGA, además de en los odiosos mosquitos encarnó en dos alacranes de proporciones míticas. Las avispas construían un avispero en el techo de palma. Una mañana el cangrejo naranja amaneció devorado por una madeja de gusanos. Los cangrejos ermitaños, eficaces carroñeros, pasaban todo el tiempo.
LOS PAJAROS MARINOS no abundaban. No había gaviotas, ni cuando llegaba a la playa la lancha cargada de pescados, y habrán pasado en el crepúsculo cuando mucho dos parvadas de pelícanos en toda la semana. Fragatas solitarias al mediodía.
TODAS LAS MAÑANAS, sin embargo, el vestíbulo exterior de la cabaña era una jaula de pájaros exóticos que cantaban al frescor matutino. Los había anaranjados, rojos, amarillo limón, azules, negros con blanco. Los pájaros pardos, los menos vistosos, eran los cantantes más exquisitos.
UN COLIBRI ACUDIA todas las tardes al papayo floreado; lo sorprendente eran las proporciones de insecto, su diminuto tamaño.
Luna llena
ESE MISMO SABADO entró la luna llena. Desde la cima de la pequeña colina se ve toda la playa, moteada de pequeñas fogatas. Al frente, el mar es un abismo de plata. Llega el sonido de tambores; a la izquierda alegres tumbadoras, a la derecha el terco teponaxtli. Es medianoche y algunos nadan en el recodo. El agua cristalina permite ver en el fondo, con inigualable nitidez, la sombra de los cuerpos desnudos.
MAS TARDE EN la cabaña, sin más sonido que el canto monocorde de las olas, cruzada la sola habitación por cien espadas de luna, al cobijo del amplio mosquitero alcanza un clímax deslumbrante el amor que se tienen.