JUEVES Ť 23 Ť AGOSTO Ť 2001
Emilio Pradilla Cobos
Informalidad en el Centro Histórico
Desde hace años el Centro Histórico es el escenario de un enfrentamiento, verbal o físico, entre los comerciantes formales, los vendedores callejeros y el gobierno local. Hasta ahora, los sucesivos programas de reubicación, ordenamiento y regularización del comercio en vía pública aplicados por distintos gobiernos locales han fracasado o arrojado resultados limitados y pasajeros; hace dos décadas que está ahí, en cantidad variable, según la época del año o los ciclos de la economía, porque sus causas siguen presentes y son estructurales.
Sabemos que el comercio callejero entorpece el tránsito vehicular y peatonal, deteriora el patrimonio material y el ambiente natural y social, evade al fisco, comercia con productos de contrabando, piratas o robados, facilita la acción de la delincuencia, explica en parte la transformación de inmuebles patrimoniales en bodegas, permite la formación de liderazgos corruptos y mafias organizadas, propicia la corrupción administrativa y policial, y es presa del clientelismo corporativo de los partidos políticos. Es un problema social y urbano que hay que resolver.
Pero los partidarios del enfrentamiento y la erradicación de los ambulantes, entre quienes se cuentan los comerciantes "organizados" y muchos políticos y funcionarios, olvidan u ocultan su causalidad socioeconómica: es una forma de subsistencia, menos asocial que otras como la delincuencia, para miles de familias capitalinas golpeadas en el pasado o el presente por el desempleo masivo, la caída del salario real, la pobreza generalizada y el deterioro de los servicios públicos, sobre todo en las recurrentes recesiones económicas. Por eso usan la calle, no pagan renta ni servicios públicos, no contribuyen al fisco y evaden las normas que los afectan; se localizan en los lugares más transitados, porque allí es donde funciona su actividad, y aceptan los rigores del clima, el cansancio y la falta de servicios. Luego de 20 años de crisis permanente, muchos ambulantes se han vuelto permanentes; otros son ocasionales. Sus clientes son también parte de las capas sociales empobrecidas, que no pueden pagar los sobrecostos del comercio formal y por eso corren el riesgo de la compra informal.
Sobre el ambulantaje se construyó un poderoso sector empresarial informal, que no se menciona ni ataca, constituido por bodegueros, distribuidores de productos importados, de contrabando, piratas o robados, intermediarios de productos nacionales y explotadores de los ambulantes, que son quienes más ganan y usan la violencia con frecuencia. Son éstos los mayores depredadores del Centro Histórico y los que más se opondrán a su recuperación.
En esta nueva fase de recesión, sin que se haya superado la onda larga recesiva de la economía, el comercio callejero y el negocio de esos empresarios tenderán a crecer de acuerdo con la magnitud de la crisis; igual ocurrirá con quienes toman el camino de la delincuencia incidental u organizada para sobrevivir. Por ello la solución del problema en el Centro Histórico no es sencilla ni puede ser puesta como condición para su participación por los comerciantes formales y otros empresarios, que tienen una responsabilidad fundamental en las deformaciones de la economía que causan el ambulantaje. No serán suficientes las acciones policiales ni las normas restrictivas o prohibitivas ni las regulaciones fiscales simplistas ni los programas de reubicación en plazas cerradas, que contradicen su lógica de localización y por ello mismo han tenido poco éxito.
Será necesario un complejo diseño social que vaya por el camino de la solución de las causas socioeconómicas del desempleo, la pobreza y la exclusión; respete la necesidad y el derecho al trabajo de los ambulantes; tenga en cuenta las condiciones de la actividad y de su localización; ofrezca alternativas adecuadas al ingreso de sus compradores; rompa las redes de liderazgos corruptos, mafias organizadas y funcionarios beneficiarios; controle a los empresarios que viven de la sobrexplotación de los vendedores, y que al tiempo garantice la permanencia de aquellos giros, formas y actores callejeros que son parte de la identidad del Centro Histórico y que pueden seguir siendo uno de sus atractivos para los usuarios. Los tianguis itinerantes, los mercados de viejo y artesanías, los vendedores de comida local, flores, periódicos y lotería, merolicos, titiriteros, danzantes y fotógrafos, Reyes Magos y Santa Closes navideños, y otros oficios tradicionales deben sobrevivir. Actividades similares existen en muchas partes del mundo, incluidas las viejas ciudades europeas.
El Centro Histórico no debería, y difícilmente podría volverse un árido centro mercantil, empresarial, elitista, que sólo explote un escenario patrimonial monumental de donde se expulse la realidad contrastante de su historia, su gente, sus costumbres, sus mitos y comedias, sus formas de subsistencia. Seguramente los capitalinos, la sociedad civil real, no lo aceptarían.