JUEVES Ť 23 Ť AGOSTO Ť 2001
Angel Guerra Cabrera
Las peras del Grupo de Río
La reciente reunión del Grupo de Río transcurrió en una atmósfera de miedo ante el eventual contagio y extensión por América Latina de la crisis argentina. Sin embargo, más allá de formulaciones retóricas sobre la integración y unidad regionales y una abstracta solicitud a los países ricos para que ayuden a aliviar la deuda externa, la gran mayoría de los mandatarios latinoamericanos allí reunidos perdió una excelente oportunidad de apartarse un poco, al menos, del modelo neoliberal, justamente el causante principal de la debacle económica que arrasa a Argentina.
Podían haberse pronunciado por la regulación de los flujos de capital especulativo, por un pequeño impuesto a los mismos para engrosar el famélico gasto social, por una reducción del pago de los intereses de la deuda externa que permitiera dedicar esos fondos al desarrollo. Medidas modestas, pero que de adoptarse reducirían la enorme carga que hoy pesa sobre los esquilmados bolsillos de los trabajadores y ayudarían a crear puestos de trabajo para la creciente masa de desempleados de la región.
No obstante, prefirieron pedir de nuevo peras al olmo. Apelar al club de los ricos para que sus inversiones usureras y volátiles vengan otra vez -Ƒen auxilio de quienes se ha cansado de explotar?
El punto culminante del cónclave, a cargo del anfitrión Ricardo Lagos, es sintomático de la genuflexión ante Estados Unidos que impera en la mayoría de los gobiernos latinoamericanos. El mandatario chileno llamó por teléfono a George W. Bush para pedirle en nombre de sus colegas la liberación del "paquete" del FMI que esperaba Argentina. Es decir, para solicitar del emperador en turno otro "salvamento", probablemente esta vez con las más onerosas condiciones que se haya impuesto nunca a un país de la región. Condiciones que se traducirán en un crecimiento mayor de la abultada deuda externa, más desempleo, más desindustrialización, más pobreza y mayor subordinación a Washington de Buenos Aires. Por lo tanto: en una pérdida mayor de soberanía de América Latina.
No hubo ningún análisis sobre las causas que han llevado a Argentina a un callejón sin salida, del cual, por cierto, sólo podría escapar si se le diera a su economía una profunda orientación social y anticapitalista, que estimule la solidaridad entre los trabajadores del Mercosur, como la que propone Guillermo Almeyra en su artículo del domingo pasado ("Argentina: la protesta y la esperanza").
Tampoco se examinaron la crisis crónica en que se hunden precipitadamente las economías y las instituciones políticas latinoamericanas, ni las evidentes relaciones de causalidad entre la gravísima situación argentina y la que padecen los demás países de la región, casi todos en camino de sufrir un colapso como el rioplatense.
En su momento habrá que hacer un estudio de por qué las elites de América Latina, a diferencia de las de Asia y Africa, aceptaron de forma tan dócil y acrítica la introducción de los dogmas neoliberales en su versión más ortodoxa y despiadada.
Es cierto que con el fin del bloque soviético nuestras naciones quedaron más expuestas a los designios de Washington. También que desde mucho antes se llevó a cabo una verdadera guerra de exterminio bajo la batuta de Estados Unidos contra los revolucionarios y luchadores sociales de la región.
En Sudamérica se asesinó a decenas de miles de activistas políticos y sociales portadores de ideas alternativas, labor rematada con la Operación Cóndor. Por no hablar de Colombia, donde se ha asesinado a miles de militantes de izquierda y progresistas y donde la matanza indiscriminada continúa. O de Centroamérica, en que la criminal guerra sucia de la CIA en Guatemala, Nicaragua y El Salvador llevó al exterminio de cientos de miles de personas.
Esa escalada de terror impidió una más temprana y enérgica respuesta de los pueblos latinoamericanos contra la implantación de las políticas neoliberales y una acción más consciente y decidida de la ciudadanía, que diera un mayor acento popular a las llamadas transiciones a la democracia.
Pero no explicaría del todo la actitud enajenada, festiva e irresponsable conque los gobiernos de la región se plegaron a las políticas emanadas del Consenso de Washington. Mucho menos la estulticia y entreguismo con que se siguen aferrando hoy a ellas, a la vista de las soberanías despedazadas y las explosiones sociales en gestación.