JUEVES Ť 23 Ť AGOSTO Ť 2001
Orlando Delgado
Economía y política
Con las declaraciones de los funcionarios públicos federales no se sabe si reír o llorar. Se anuncia que en el segundo trimestre no hubo crecimiento, pero promediado con el dato del primer cuarto del año resulta que fue de 0.95 por ciento en seis meses, a lo que el Presidente dice que "no está nada mal". El subsecretario de Hacienda afirma que "el gobierno no debe entrarle al negocio de los pronósticos económicos", cuando se hace evidente que todas las previsiones gubernamentales, por ignorancia o demagogia, han resultado erradas; entre Hacienda y el secretario de Economía se disputan la caracterización de la situación que se enfrenta: unos dicen que el problema no es estructural, mientras los otros culpan al modelo económico aplicado en los años pasados, que, por cierto, mantiene el nuevo gobierno, aunque declara que hay que cambiarlo.
Se pierden en discutir si hay recesión, cuando las evidencias no dejan lugar a dudas; igual que los priístas inventaron la atonía económica, ahora nos hablan del atorón; frente a una opinión pública que va construyendo una visión cada vez más informada sobre lo que pasa, el discurso oficial trivializa permanentemente la situación, suponiendo que una porción amplia de la población sigue creyendo al Presidente. Ingenuamente piensan que basta repetir, una y otra vez -tal como hicieron los gobiernos del régimen que sustituyeron- que lo más importante es que la inflación esté creciendo menos de lo esperado, que las tasas de interés disminuyan, aunque resulten extraordinariamente altas para los usuarios del crédito; que se ha consolidado el sector financiero, pese a que el crédito se sigue reduciendo. Creen que con estos "logros" nos daremos por bien servidos y reconoceremos que el nuevo gobierno sí sabe hacer lo que es necesario.
Se enfrentan a los diferentes organismos empresariales que, a partir de la información oficial, sostienen que existe un importante subejercicio presupuestal, tratando de convencerlos de que el gasto público avanza mejor que en los primeros años de otros sexenios, como si eso fuera relevante cuando lo que verdaderamente interesa es que la economía no sólo ha dejado de generar los nuevos puestos de trabajo que son indispensables, sino que han desaparecido más de 250 mil empleos en lo que va de este año, lo que hace grave que el gasto no se ejerza. Se escudan en la idea de que todos los que plantean que el gasto debe ejercerse con rapidez, añoran las épocas del "populismo", cuando resulta evidente que la economía mexicana tiene una estructura distinta a la de los años setenta y ochenta, por lo que gastar no propone incrementar el déficit fiscal, sino solamente hacer lo que el Poder Legislativo acordó al aprobar el presupuesto.
Piensan que la crítica no puede ser objetiva, sino que los medios y los opositores se inventan problemas donde no los hay; dicen que "no se vale apanicarse" ya que nadie los va a detener: "ni los apáticos ni los timoratos"; lo cierto, sin embargo, es que de lo mucho que se pretendía hacer, de las "grandes" reformas que nos llevarían a la tierra prometida -la de la nueva hacienda redistributiva y la eléctrica- nueve meses después de la toma de posesión no se han resuelto, de modo que ahora se dice que "aunque la reforma fiscal es básica no tiene por qué afectar el panorama nacional". Lo único que han podido llevar a cabo es la ley indígena, generando más problemas de los que resuelve, fortaleciendo la posición de Fernández de Cevallos y de Bartlett, lo que no augura nada bueno para el país ni tampoco para el gobierno foxista.
En el fondo, a la impericia se agrega una visión provinciana de la política que se funda en simplismos, cotidianamente cuestionados desde todos los vértices partidarios y desde sectores sociales que han sido castigados por años y que ahora demandan respuestas inmediatas. Por supuesto, no se trata de plantear que los tiempos pasados fueron mejores; por el contrario, el viejo régimen impedía que afloraran las verdaderas opiniones, era el reino de la hipocresía y la simulación, que ahora podría ser superado. Sin embargo, para ello hace falta que el gobierno se plantee que resolver la situación económica exige poner a la política en el centro, no en los términos anteriores -negociar sotto voce con quienes supuestamente representan la posibilidad de lograr consensos efímeros-; se requiere una política verdaderamente democrática, cuyo punto de arranque establezca con claridad el marco que rige la propia contienda política, en la que lo electoral es básico, pero no lo único. Esa sería la base para que podamos recuperar el crecimiento y para combatir de inmediato la enorme desigualdad.