jueves Ť 23 Ť agosto Ť 2001

Sami David

Dudas y temores

De manera paulatina las contradicciones sociales empiezan a emerger. De cara al primer Informe de Gobierno, la realidad se ha empeñado en demostrar que aún no se logra alcanzar el mínimo de desarrollo y bienestar prometido durante la campaña presidencial. De esta forma el sueño democrático empieza a tambalearse. El tan esperado cambio todavía no llega, aunque es sabido que todo es parte de un proceso. A la vista de una óptica transparente, se advierte que un proyecto gubernamental, apoyado en un discurso llano, con una retórica popular, con adagios y expresiones desbarrancadas, carece de la fuerza necesaria como para transformar el entorno socioeconómico.

El empeño en trabajar con base en la prueba del acierto y el error a nada conduce. El campo ha empezado a desperezarse, con el riesgo de que haya manifestaciones más serias. El hambre es mala consejera. El desempleo prosigue su espiral aciaga, el crecimiento económico continúa nulo. No hay reforma tributaria simplemente porque toca algunos avances y derechos sociales, y porque además no ha sido consensuada y los partidos políticos pretenden ser inhibidos por la acción mediática e injerencista. Y encima de ello, petardazos que han desatado la cacería contra todo signo disidente, como síntoma claro de tentaciones autoritarias. La captura de algunos estudiantes y las declaraciones de las autoridades en el sentido de que la UNAM y las instituciones educativas de nivel superior son semilleros de grupos armados, complican el asunto.

El mensaje enviado es grave, porque si bien es cierto que el Estado debe actuar en apego a la ley e investigar este asunto de seguridad, sus métodos y actitudes deben ser claros para no provocar la duda o propiciar entre los gobernados la falta de credibilidad en las instituciones. Actos represivos son síntomas de desesperación. Es el retroceso de la acción política, que se sustenta en el diálogo, en el debate respetuoso, en la acción gubernamental para beneficio de todos. Si se llega a esta acción, el sueño de la democracia se trastoca y se metamorfosea en pesadilla. Y esto a nadie conviene. La democracia también significa percibir la realidad con otros ojos, es una manera de abordar el mundo, puesto que se edifica en la libertad.

Al emitir el sufragio, el votante genera una corriente social, una energía que debe ser canalizada por el gobernante electo y transformarla en programa de gobierno. Un voto significa apoyo, pero también responsabilidad. En ambos sentidos. Y esto, también, es parte del proceso, de la necesaria ética en la que se sustenta esta dimensión social. El gobierno del pueblo y para el pueblo. Aunque suene anticuado y acaso tautológico. Por eso ahora se insiste en el diálogo civilizado, en la expresión democrática. Pero los sueños y esperanzas de la gente no pueden ser echados por la borda. Y es que la condición del México actual no es de bonanza. Dudas y temores asoman en los ojos del mexicano. El cambio no se advierte todavía. Por el contrario: signos ignominiosos acechan.

Los partidos, y sus representantes en el Congreso de la Unión, deben lograr una dinámica de acuerdos y entendimientos para que los saldos obtenidos recaigan en la ciudadanía y en el sano manejo de la política. La fortaleza del Legislativo es importante, porque permite establecer el necesario equilibrio frente al Ejecutivo. Frenar las intenciones autoritarias y evitar los riesgos de caer en excesos y retrocesos. El primero de septiembre es una fecha propicia para realizar un prudente balance sobre lo alcanzado. En este sentido, es evidente que si se observa la ley y se aplica con sensibilidad, se logra el buen gobierno. Y todo lo demás vendrá por añadidura, incluso el reconocimiento y el respaldo tácito de la población, sin necesidad de discursos ni de encuestas. Y entonces el informe que se rinda al país a través del Congreso de la Unión será enaltecido por sus mismos resultados: gobernar con justicia para el pueblo.

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