jueves Ť 23 Ť agosto Ť 2001

Sergio Zermeño

La cuarta vía

En lo que se ha dado en llamar la tercera vía se propone que la fuerza desmedida de las grandes trasnacionales, y de algunos gobiernos que las respaldan, debe ser atemperada por las administraciones locales para evitar que en el corto plazo sean erosionados, corroídos y despoblados los agentes dinamizadores de la sociedad moderna, particularmente el empresariado no monopolista, y el resto de los agentes intermedios que, a lo largo de la historia de la industrialización, han sido capaces de dar densidad a la sociedad civil, de construir lo que entendemos por cultura cívica en las colectividades nacionales de occidente: empresarios medios, comerciantes, restauranteros, hoteleros y, naturalmente, todos los agentes en torno a los servicios educativos, recreativos, culturales, médicos, etcétera, que florecen cuando una masa creciente de ciudadanos produce, intercambia, ahorra, invierte y encuentra los espacios y los tiempos apropiados para imaginar y crear.

Países tan poderosos como Inglaterra, España o Francia han tenido que recurrir a esta "protección" para evitar que sus campesinos, sus pequeños y medianos comerciantes, sus empresarios turísticos (particularmente en los países mediterráneos), y tantos otros agentes de su historia burguesa, fueran desplazados por las grandes cadenas alimentarias, médicas, de transporte y de servicios (sería inimaginable que los restaurantes en los castillos del río Loira fueran atendidos por la cadena McDonald's). Pero en países como el nuestro no es posible preservar estos referentes, pues ya no hay agentes sociales en embarnecimiento, sino en desaparición. Pronto no habrá nada qué defender frente a la dinámica global en la medida en que nuestro empresariado ya no es capaz de organizar la explotación de lo que ni siquiera le costó trabajo construir, como son las playas, los vestigios arqueológicos, etcétera. Cuando se llega a este extremo, hablar de la tercera vía y citar al británico Blair, al francés Jospin o a los españoles Aznar o González no constituye más que la construcción cínica de una nueva ideología de la explotación: Ƒcuál tercera vía de desarrollo, si este sistema no hace más que derrotar a todos los mexicanos que se lanzan ilusamente a animar una empresa no asociada a las 500 trasnacionales o no fincada en los espacios amafiados de la fayuca, la venta de protección, la extorsión, la delincuencia y el narco?

Recientemente, el turismo sustituyó al petróleo como primera fuente de divisas; le seguía el degradante mundo de la maquila, con su millón y medio de jovencitas sin preparación ni futuro y los 12 mil millones de dólares que envían nuestros compatriotas trabajando en el extranjero. Pero, claro está, las grandes trasnacionales del turismo se llevan todo el dinero que producen el sol y la arena (porque, para decir la verdad, los que no son "destinos de playa" caen en la categoría de espacios mal vigilados, expuestos a la delincuencia). Nuestra consolación, entonces, es que se generen empleos, pero da la casualidad que para los puestos de administración y animación resulta más eficaz importar muchachos altamente entrenados. Entonces no queda más que gente de salario mínimo, sirvientas y taxistas (aunque en muchos lugares, por la inseguridad creciente, las propias cadenas hoteleras transportan a sus clientes).

En lo que parecía nuestro mero mole, el mercado informal, se nos hace saber que en diez años las tiendas de autoservicio, ya casi en manos de trasnacionales, pasaron de 35 por ciento a acaparar 65 por ciento del consumo en detrimento de tianguis, mercados municipales y pequeños negocios. En estas condiciones, Ƒqué sentido tiene para un gobierno declararse proempresarial y seguidor de la tercera vía, si en nuestra época la gran empresa actúa en contra del espíritu empresarial y de cualquier formación de agentes dinámicos en la sociedad civil, de cualquier formación de capital social?

Por otro camino, se trata de la misma destrucción de lo social, provocada por el socialismo real (la segunda vía). En este contexto la vía foxista nace prácticamente muerta. La desaceleración mundial y los compromisos adquiridos (deuda) empujan al gobierno a buscar desesperadamente inversionistas extranjeros. Entonces el círculo vicioso se refuerza, porque hay que enajenar los energéticos y modificar la legislación para vender los litorales y privatizar las playas, mientras la sociedad se debilita y se descompone ya sin remedio. De un lado la imposición globalizadora y la falta de sensibilidad del vecino del norte; del otro, la violencia social tocando a la puerta. En medio de esa pinza, antes de que esas fuerzas nos aplasten, tenemos que imaginar un futuro social y humano para el país; Ƒuna cuarta vía?