Ojarasca 52  agosto 2001

umbral
 

Los indios, sus cosmovisiones y demandas, inauguran el siglo XXI mexicano. Ellos, más que el cambio de cúpula y la redefinición de los negocios del poder. No podemos hablar de derrota, si los pueblos no han hecho otra cosa que ganar --espacio político, autoridad a respetar, legitimidad en su ser y sus reclamos.

La promulgación de las reformas constitiucionales en materia indígena dan la medida de lo que son el gobierno foxista y en particular el Congreso de la Unión, como siempre en manos de la autista clase política tradicional. El desenlace era previsible, pues en las semanas últimas nunca pareció realmente que los poderes de la Unión fueran, a actuar de otro modo. Cualquiera diría que no creen que la credibilidad se acaba rapidito si se abusa de la imposición y el engaño.

Con un nuevo paso en falso del poder, se cierra una etapa de la presente lucha del movimiento indígena, uno y mosaico, plural y por lo tanto muy singular. Por primera vez, un asunto relacionado con los pueblos ha ocupado primeras planas y el dorado tiempo de la casta egregia que gobierna. Hacerlo mal en la materia cubrió de vergüenza por primera vez a un gobierno, pues a éste le faltan elementos para vestir su engaño. El osado presidente Salinas pudo tasajear los derechos campesinos y laborales rodeado de aplausos y filas que se cerraban en torno al manager. No que no ocurrieran incorformidades, incluso trágicas, sino que a fuerza de invisibles podían ser borradas.

A partir de la insurrección indígena de 1994, se aglutinaron movimientos, organizaciones y demandas. La elaboración de propuestas de verdadero cambio para los pueblos entró en un acelerado progreso, estimulado además por el respaldo de sectores importantes de la sociedad nacional. Quién lo hubiera predicho: al fin del milenio, el nivel de conocimiento, comprensión y simpatía hacia los pueblos indios fue el más alto que ha conocido la Nación.

Con su vicaria ley, el gobierno panista mediatiza sus compromisos y los de sus antecesores, la idea de "soberanía" que domina sus esfínteres mercantiles diluye "el problema indígena" para quitarle lo indigesto a sus razones. El neogobierno neoliberal no conoce a los pueblos, por eso los subestima tan a lo bruto. Al pretender que "la Nación soy yo", el gobierno delata sus desfiguros. Sus personeros se hacen sordos a una evidencia más tremenda que sus dichosos votos: la sociedad mexicana ha cambiado, ya no se traga fácilmente las ruedas de molino de la imposición autoritaria.

El nuevo Estado se reserva el derecho de privatizar, usufructar y enajenar la Nación en beneficio de los mismos de siempre y sus nuevos y voraces socios de ese viejo conocido nuestro: el gran capital internacional. Pero se autodenomina "democrático".

La sociedad mayoritaria, india o no, se reserva un derecho ganado: el de sostener sus demandas, modernizarse en el mejor sentido, y resistir la lógica de los banqueros. Los pueblos indios están en la primavera de su lucha. Aspiran a llevarla adelante de manera enérgica y, si los dejan, pacífica. En las semanas recientes sus "problemas" han conmovido a un poder engreído, fatuo y desnudo, impotente para cambiar su rumbo, para entender la verdad del mundo de abajo, para ponerse al servicio de los ciudadanos. Democracia que no obedece a su pueblo hace ranchos, bísnes y maquiladoras, pero no hace patria.

La publicación en el Diario Oficial de la Federación de la reforma Bartlett-Cevallos, hoy también "ley Fox", marca el fin de una etapa que ya estaba liquidada de cualquier manera. Diez congresos estatales habían rechazado por primera vez en su historia un cambio "desde arriba" de nuestra ley fundamental. Salvo excepciones jibarizadas de indios leales al patrón, cientos de miles de personas se han movilizado en lo que va del año a favor de las demandas de los indígenas, las que, todo menos descabelladas, expresan los mínimos de justicia, igualdad, autonomía responsable, en fin, democracia real, a que aspiran ellos y la sociedad mexicana.

La ley nace mezquinamente mocha, impugnada, rebasada por la historia. La crisis de los partidos políticos y la veloz erosión de la nueva credibilidad electoral (o lo que va del 2 de julio de 2000 al 70 por ciento de abstencionismo en Oaxaca este agosto de 2001 y la previsible repetición del fenómeno en las próximas elecciones chiapanecas) ponen en riesgo la transición que dicen que hay.

El gobierno de Vicente Fox pudo avanzar en la solución del complejo desafío indígena y no lo hizo. Al mantenerse abierta la herida de la desigualdad, la lucha de los pueblos se sostiene en pie más que nunca: su madurez seguirá admirando a propios y extraños. Que se les siga subestimando y discriminando es un problema del poder y sus capataces. Un problema serio, clavado en el corazón de nuestro futuro.
 

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