LUNES Ť 20 Ť AGOSTO Ť 2001
Ť "Luego de una sinfonía del compositor alemán es imposible hacer más música", dijo
Zubin Mehta puso a Mahler en carne y sangre
PABLO ESPINOSA
La noche del sábado 18 de agosto, una tempestad se desgajó sobre el palacio de Bellas Artes de la ciudad de México. El interior del vetusto edificio quedó reducido a su máxima expresión: una esfera luminosa que envolvió a los mortales que tuvieron la dicha de entender, asimilar, recibir el prodigio del pensamiento mahleriano, puesto en carne y sangre por una de las grandes batutas de nuestro tiempo, el indio Zubin Mehta, al frente de una de las diez mejores orquestas del planeta, la Filarmónica de Israel. Fue una suerte de versión sonora de La tempestad, de William Shakespeare, por la profundidad del material involucrado: una carga emotiva de potencia extrema manejada, consecutivamente, con destreza, brillantez, genialidad.
Inició de tal manera la serie de tres conciertos que la Filarmónica de Israel ofrece en el palacio de marmomerengue durante tres jornadas cuyo carácter histórico lo marcó el mero principio, pues ya en sí mismo el hecho de programar una de las grandes sinfonías de Mahler es un acontecimiento notable, y si se trata de una versión con una orquesta de a de veras (es decir, no un conjunto mediocre o cotidiano) y con un director que alcanza la genialidad, la ocasión se antojaba imprescindible desde la antevíspera.
...Y cayó la luz con las notas de Gustav
Como preludio a esa muerte metafórica por amor, que constituye la parte exactamente central de la obra sinfónica de Mahler, el director Mehta eligió para el juego amoroso, para el escarceo, el flirtring, la primera de las sinfonías de Ludwig van Beethoven. Desde el mismísimo adagio molto, el tono elegido por Mehta se escanció sobre las epidermis de los escuchas y tal trayectoria siguió, merced al ímpetu sonante del allegro con brio, hasta la parte más sensible del último rincón de las neuronas activadas y puestas en baile con encanto en un segundo movimiento de gracia rococó pero sin lunar artificial ni peluca platinada ni rulitos ni casacas escarlata, sino una precisión elegantérrima muy a la manera del viejo Furt, es decir, el maestrísimo Wilhelm Memito Furtwaengler, patriarca beethoveniano.
Entrado en calor el menuetto, el estilo Mehta discurría completo por entre las filas de los músicos, en su muy personalísima disposición, estrategia de marino, ubicando la sección de contrabajos de plano a la izquierda, junto a los violonchelos, cargados del mismo flanco, por supuesto. La alegría era mucha llegado el allegro molto y todo estaba listo para algo que hizo esplender las almas vivas: la frase final de Goethe puesta en vida: Licht, mehr Licht! Porque hubo, entonces, un ligero aumento de luz en cuanto la partitura de Mahler apareció sobre los atriles.
La acotación es pertinente: en noviembre de 1901, Gustav Mahler conoció a la bellísima Alma Schindler y se casaron el 9 de marzo de 1902. Mahler inició la escritura de su Quinta Sinfonía el verano de 1901 y la concluyó el otoño de 1902. Es decir, es un hombre enamorado el autor de ese prodigio de sinfonía. Muchos estudiosos se empolvan las manos buscando en archivos constataciones documentales, indicaciones programáticas, evidencias epistolares de coincidencia tal, entre el amor y la poesía vuelta música. Al escuchar con atención y compromiso esta sinfonía, en especial la escalofriantemente fidedigna, hipersensible, mercurial e inteligente versión de Pierre Boulez, a nadie queda duda de que es la carga emocional el gran secreto del éxito de la música de Mahler, difícil en sí misma como objeto de ciencia, arte, artesanado, pero humana, profundamente humana en el sentido más nietzscheano.
ƑCuál es la clave del método de Mahler? Pongámoslo así: se trata de la fijación del pensamiento en frases relativas. Una sumatoria de significados puestos en sonidos que se acumulan, se acumulan, se acumulan hasta estallar desde una inspiración dulcísima, mozartiana, hasta una eclosión de tempestades.
Todo esto puso en escena, es decir, en la vida real, Zubin Mehta con la Filarmónica de Israel.
Durante setenta minutos, la eternidad sonó en su ciclo entero: Trauermarsch. In Gemessenem schritt. Streng. Wie ein Kondukt (Marcha fúnebre. Con paso medido. Severo. Como un cortejo fúnebre). Encabalgado el discurso tomando el toque de trompeta como centro, Mehta puso toda la energía a bullir desde el principio, en un súbito ascenso, zenital, de la temperatura emotiva, desde cero hasta cien grados sin escalas intermedias con un fraseo de dioses y un prodigio de control de las dinámicas mostrando transparencia entera entre las transiciones, enseñando las costuras del tejido en filigrana, estableciendo un vasto y regio sistema de vasos comunicantes. Atronador, el alma en vilo.
Entre el primer y segundo movimiento, previendo que una parte mayoritaria de los asistentes iba a otra cosa y no a escuchar a Mahler, Zubin Mehta estableció el sistema de attaca, es decir el encadenado súbito para subirnos otra vez en vilo en una ola tempestuosamente agitada (Sturmisch bewegt, es decir: tormentosamente agitado, escribió Mahler como indicación en la partitura) y entonces el discurrir del discurso era ya completo. De la estrategia tanático-erótica (es decir, la trompeta fúnebre, la marcha pesarosa, que conduce enseguida y en contraste a un estado de serena luz) del primer movimiento, acudimos a nuevas y conmovedoras situaciones anímicas agigantadas por el prodigio interpretativo de la Filarmónica de Israel.
Era al mismo tiempo espectacular y maravilloso: Mehta dibujaba la anacrusa, el inicio de los compases estratégicos, invitaba, incitaba, y todo daba entonces la sensación de que la orquesta estaba en realidad tocando sola. Describir eso sería suficiente para ilustrar la maestría de orquesta y músicos.
Lo que resulta indescriptible es el estado de gracia en que nos sumerge el vaivén de un vals campesino, el sistema floral de laendlers mahleriano en sus scherzi y, por supuesto, esa disquisición filosófica, ese discurso magistral acerca de la naturaleza del amor que es el famoso cuarto movimiento de la Quinta Sinfonía de Mahler, el adagietto. Una confirmación rotunda de que al igual que en Mozart, los adagios son los centros afectivos de su música.
Para los que aplauden para hacer sonar sus joyas en busca de una de esas monerías que existen como bis, encore o ñapa, es decir, el preludio del coctelito, del asistir a un concierto sin pensar y sin sentir, Zubin Mehta tuvo unas palabras finales luego de su discurso amoroso de dos horas: "luego de una sinfonía de Mahler es imposible hacer más música".
Quedó una tempestad flotando en forma de nube quieta en el ambiente: el influjo del discurso del amor, la sensatez y sentimientos, la teoría del conocimiento según Mahler, con Zubin Mehta.