Ť Fripp, Below, Mastelotto y Gunn provocaron el alarido del público
La música vagabunda de King Crimson reprodujo un pasón de antología
Ť El menú de rock progresivo fue aderezado con acordes orientales, funks y hasta sonidos de robot
Ť La noche del viernes en el Metropólitan tuvo sabor a disco de vinilo y portadas de cartón
LUIS HERNANDEZ NAVARRO
Paola Herrera llegó al teatro Metropólitan pasadas las 8 de la noche del 17 de agosto. Fue a escuchar a King Crimson, el grupo que cuando ella nació, en 1974, tenía cinco años de haberse formado. Media hora después se sentó en el asiento seis de la fila cuatro.
Al igual que Paola, muchos de los asistentes al concierto de rock progresivo no habían aprendido a hablar aún cuando el grupo de Robert Fripp comenzó a hacer su música en 1969. Sin embargo, fueron la noche del viernes a ver a la banda de origen inglés como si hubiera sido la música de su adolescencia.
La mayoría de los espectadores de la tocada en el Metropólitan conocieron las canciones de King Crimson en discos y casetes, fuera de los circuitos cubiertos por la radio comercial, porque allí prácticamente no se tocan. Sin embargo, prácticamente llenaron el recinto, demostraron conocer la obra, escucharon con deleite y aplaudieron a rabiar la música que los cuatro artistas que forman la banda interpretaron durante más de una hora y media.
Música que no se dirige a los pies
Al fin y al cabo, viaje a la época dorada del rock (los festivales de Woodstock y la isla Wight se realizaron en el verano de 1969), el concierto de King Crimson del viernes por la noche tuvo sabor a disco de vinilo y portadas de cartón con ilustraciones gráficas memorables. Varios de los asistentes, los que estaban allí como parte de un pequeño homenaje a la nostalgia, o sea, los que pintaban canas o iban peinados con amplia raya a mitad de la frente, escucharon las primeras rolas del grupo en tocadiscos de 33 y 45 revoluciones. El mismo Robert Fripp, padre fundador de la banda, tomó partido en la disputa entre los discos compactos y los discos de acetato por los segundos. "Yo acepto que la gente con oídos de verdad probablemente preferiría el vinilo a los CD", dijo a una revista alemana en 1992.
King Crimson es un grupo que no toca tanto para los pies sino para el oído y la mente. Sus integrantes están lejos de comportarse como lo hace la mayoría de las estrellas del rock. No montan coreografías en el escenario ni bailan o hacen gestos dramáticos ni piden a los asistentes que coreen estrofas o acompañen melodías con aplausos. No usan maquillaje ni visten atuendos vistosos. No tiran largos rollos ni pretenden adoctrinar a nadie. No buscan crear una atmósfera teatral. Salen a tocar su música y pasarla bien mientras lo hacen.
El primer concierto de su actual gira mexicana no fue la excepción. La banda se dedicó a interpretar sus canciones y sólo hablaron con el público en un par de ocasiones. Adrian Belew lo hizo por primera vez, cerca de la primera mitad de la presentación, para recordar que hacia años que no estaban en México y advertir que la pieza que seguía en el programa "es una de las canciones en que estamos trabajando". El mismo músico fue el encargado de despedirse y agradecer la entusiasta respuesta de los asistentes. Sin embargo, no dejaron de sonreír durante toda la noche. El grupo que tocó en esta ocasión en el Metropólitan está integrado, a diferencia de su anterior incursión en estas tierras, por sólo cuatro músicos. Ya se sabe, el conjunto cambia frecuentemente de personal y su música sufre transformaciones continuas. Están, por supuesto, los pilares de la banda: Robert Fripp, el guitarrista inglés de 61 años de edad, y Adrian Belew, el también guitarrista y cantante del grupo, nacido en Estados Unidos en 1949. Pero ahora marchan acompañados por el baterista Patt Mastelotto y por el bajo Trey Gunn.
Y a pesar de lo que parece ser un anticlimax escénico, los espectadores disfrutaron de la función, a juzgar por los chiflidos, las exclamaciones estilo mariachi, los aplausos, las caladas a toques imaginarios, los pssss pronunciados con un dejo de melancolía, los alaridos y los brincos con que reaccionaron a la música. "Braman", describió Panchito con certeza, enfundado en su camiseta de Frank Zappa, desde su asiento en la planta baja. Parecían viejos conocidos de los artistas celebrando el reventón del rencuentro.
Los caminos de la percepción
Fiel a sí mismo, King Crimson desplegó durante la noche un variopinto menú musical de rock progresivo a base de guitarras, en el que se mezclaron ritmos sonoros diversos: sobre una trama preponderantemente metal se colaron lo mismo funk que acordes orientales o punk. Su vocación experimental, su talento, su virtuosismo, se hicieron presentes a lo largo de toda la tocada sin regateo alguno.
Durante poco más de hora y media fueron un gran aparato digestivo que, después de haber devorado e integrado experiencias musicales diferentes, produjo un amplísimo repertorio de obras distintas, una síntesis de todo tipo de sonoridades expresadas en un mismo idioma. John McLaughlin, Frank Zappa, Talking Heads, Brian Eno han dejado su huella en la banda y se nota. King Crimson entonó el viernes en la noche rolas emparentadas lo mismo con una película de ciencia ficción que con la representación de viajes interiores, emitiendo sonidos de robot o reproduciendo atmósferas siderales junto a textos de sorda belleza poética. Prescindiendo con frecuencia de la métrica rígida, de la melodía y del marcado del compás, generaron algo que a ratos podría ser descrito como música vagabunda. Interpretaron canciones "vagabundas" que parecían no dirigirse a lugar preciso, en las que no se sentía control del tiempo.
Con el Metropolitan lleno frente a él, Adrian Belew rasgó las cuerdas de su guitarra eléctrica y aplicó el distorsionador con una agilidad y rapidez asombrosas. Ese hombre quería hacer que su guitarra sonara como si no importara la duración de las cosas, reproducir un pasón de antología, expander la percepción temporal. La electrónica proporcionó los instrumentos para hacerlo. Su concepto, su técnica y su disciplina hicieron el resto. Al concluir la pieza el público respondió con un alarido. Y como para refrendar de qué se trataba el asunto alguien gritó: "Saca, saca, saca", solicitando a nadie un imaginario toque. Operador curioso de todos los instrumentos y explorador de los campos, King Crimson ha tratado de traducir nuevas percepciones llevando la experimentación sonora a sus límites. Su obra es potente, pero su fuerza no viene del oropel del tamborazo ni del gemir estridente del sonido del requinto distorsionado, sino de su capacidad para seguir huellas de los viajes de una generación. Si la música es un lenguaje, el sello de la banda es el lenguaje de la búsqueda.
Quienes asistieron a la tocada del Metropólitan fueron una curiosa mezcla de varias generaciones, en su mayoría, conocedores previos de la banda, otros, curiosos a la caza auditiva de celebridades. Probablemente algunos de los mayores escucharon esporádicamente una que otra pieza del grupo en el programa Vi- bra-ciones de Radio Capital, en el que el presentador anunciaba rolas y bandas ubicado en algún lugar de la estratósfera. Las canciones de King Crimson nunca llegaron a ocupar la banda Seis-Veinte: la música que llegó para quedarse ni la programación regular de la mayoría de las estaciones comerciales.
La banda ha resucitado
El conjunto que tocó el viernes en la noche sigue siendo, a pesar de todo, King Crimson resucitado y no una baraja de solistas reunidos para la ocasión. Es cierto que su padre fundador, Robert Fripp, declaró en 1974: "King Crimson está completamente terminado para siempre" y luego decidió revivirlo en 1981 para volverlo a disolver y hacerlo renacer nuevamente en 1994. Pero esa declaración de muerte y tantos resurgimientos no le han quitado sus señas de identidad ni disminuido su tamaño. No en balde el mismo Fripp confesó a la revista Rolling Stone recientemente: "King Crimson para mí tiene un sentido de presencia muy definido, y a pesar de que he intentando escapar durante muchos años no he tenido éxito. La última resurrección que hice de Crimson fue en el 94 y lo he visto como una plataforma, puente, trampolín, buscando hacia delante y hacia atrás al mismo tiempo desde la parte media de mi carrera". Como lo demostró en el Metropólitan, la superioridad de King Crimson radica en que ellos son referente central de su estilo musical. Se compara a otros con ellos. Son la medida de sí mismos. Sus innovaciones han sido precursoras. Lo que cuenta no es su presencia escénica sino su arte. El objeto de la canción es ella misma.
Ni cabeza de ratón marginal, ni cola de león comercial, King Crimson es, ni más ni menos, el Rey Crimson. Quizá por eso al terminar el concierto y obligar al grupo a salir dos veces más al escenario y regalar más rolas muchas gargantas se unieron para corear: "King, King, King..."