MAR DE HISTORIAS
Utiles escolares
CRISTINA PACHECO
Desde lejos Mauricio ve la fila de compradores a las puertas de la papelería. La perspectiva de verse atrapado allí lo impulsa a buscar otro establecimiento. Quizás al menos en eso tenga suerte y encuentre alguno menos repleto. Lo imagina sombrío: mostradores de madera y paredes recubiertas con mapas, órganos del cuerpo humano, papeles con las caras de Hidalgo, Morelos y Juárez.
Una sonrisa ilumina el rostro de Mauricio. Le alegra recordar el tono solemne con que la directora de su escuela, la Héroes de la Independencia, hablaba de los que "nos dieron Patria y Libertad" ante alumnos ansiosos de darle la bienvenida al mes de septiembre.
La memoria de sus días de escuela lo domina y le hace olvidar la humillación sufrida esta mañana, cuando fue a pedir un préstamo a su cuñado. Antes de hablar con Germán hizo un alto en la juguería de su hermana Dolores. "Qué milagro que te acuerdas de venir a visitarme." El mintió: "Vine a buscar al Tomás, ya sabes que le vendí mi vocho. Me debe cuatro mil varos. Me urge que me los pague o al menos que me dé algo."
La mirada de Dolores se abrillanta igual que cuando eran niños y lo amenazaba con decirle a su padre que, en vez de asistir a la escuela, su hermano se iba a la terminal. La posibilidad lo hacía temblar. Evitaba la delación llevándole a Dolores adornos para el pelo, cuentos, barnices de uñas. La última vez le regaló una diadema roja hurtada en un puesto callejero.
Si no lo hubieran descubierto y amenazado con enviarlo a la correccional, Mauricio habría cometido otros robos para evitar que su padre se enterara de sus escapatorias a la terminal. Hasta la fecha conserva el secreto de su atracción por aquel sitio: cuando su madre se fue de la casa, su papá les dijo que ella se había ido a Celaya para atender a un pariente enfermo. Dolores, de nueve años, dejó la escuela y se hizo cargo del hogar. A Mauricio su padre le exigió seguir asistiendo a clases: "Para que llegues a ser alguien y no venga un licenciadito a pisarte la sombra."
Mauricio entendió el sentido de aquellas palabras el día en que, por accidente, escuchó el comentario de una vecina: "Estas criaturas me parten el alma. Todo el tiempo solos, zaparrastrosos, mientras la madre anda paseándose con uno que se las da de muy importante, nomás porque es licenciado." Mauricio se resistió a creer lo que había oído y siguió escapándose a la terminal con la esperanza de ver a su madre.
II
Fascinado por la habilidad con que su hermana clava el cuchillo en una naranja, Mauricio intenta hacerle plática: "Y mis sobrinos, Ƒcómo están?" "Creciendo", responde ella, mientras baja con energía la palanca del exprimidor. El enciende un cigarro y desvía la mirada: "ƑGermán sigue trabajando en la llantera?" Dolores entrega el vaso de jugo a un cliente y se vuelve hacia él: "šYa apareció el peine!" Mauricio balbucea una explicación que Dolores no escucha: "Sí, no te hagas. De seguro quieres ver a mi marido para que te preste dinero." "Nomás mil."
Dolores toma un lienzo húmedo y limpia el mostrador: "ƑNomás? ƑSe te hace poco?" "No es tanto", responde Mauricio fingiendo indiferencia. "Para ti y tu mujer no lo será; para nosotros, que nos fregamos trabajando todo el día, es un dineral."
Mauricio no resiste el insulto: "No la jodas, no te pongas en ese plan. ƑCrees que si tuviera trabajo vendría a pedirles babas? Además, no quiero que tu marido me regale el dinero, sólo es un préstamo." "Acabas de decirme que no tienes trabajo: Ƒcon qué o cuándo se lo vas a devolver?" Mauricio reprime el deseo de alejarse: "En cuanto me pague el Tomás." "Primero tienes que hallarlo, y para eso le cuelga."
En la expresión de Dolores se adivina la satisfacción.
Mauricio arroja el cigarro y lo tritura con el zapato. "Necesito el dinero para comprar los útiles de Claudio. No quiero que vaya a perder días de escuela por no llevarlos a tiempo." Dolores suspende su actividad y se acoda en el mostrador: "lo que son las cosas. De chiquillo no querías ir a la escuela, te la pasabas de vago en la terminal. ƑIbas a ver a quién le robabas o qué? Dímelo, al fin que mi papá ya está muerto." Mauricio se muerde los labios y Dolores sigue adelante: "Hice muy mal en servirte de tapadera." "Te convenía." Al oír la acusación, Dolores abandona su sitio tras el mostrador y se pone a su lado: "ƑCrees que me callé por recibir tus mugrosos regalos? Fíjate que no. Lo hice para que mi papá no se diera cuenta de la clase de infeliz que fuiste. De nada sirvieron sus sacrificios para mandarte a la escuela. A mí, en cambio, que tantas ganas tenía de estudiar, no me lo permitió. Y mira dónde estoy: sirviendo de gata en una juguería."
Mauricio ve temblar a su hermana e intenta tranquilizarla, pero sólo le pide informes acerca de su cuñado: "ƑCrees que encuentre a Germán en la llantera?" Dolores se enjuga una lágrima: "Pues claro. A estas horas nomás los millonarios andan paseándose." Mauricio siente la tentación de revelarle a su hermana el motivo de sus escapatorias a la terminal, pero el afecto que aún siente hacia ella y el miedo de causarle un nuevo daño lo obliga a callar.
En la llantera aguarda quince minutos para ver a Germán. Aparece enfundado en su overol grasiento limpiándose las manos con una estopa. Mauricio siente nostalgia por los tiempos en que hacía talachas y le pregunta a Germán si hay alguna oportunidad de que lo empleen allí. "Uh, no. Ni siquiera estoy seguro de conservar la chamba. Este año todo va de mal en peor." Mauricio comprende que su cuñado está a la defensiva y le sale al paso: "ƑNo tendrás mil pesos? Los necesito para los útiles de Claudio."
Germán se frota el cuello y da media vuelta. Mauricio lo alcanza: "ƑQué?" Su cuñado le marca el alto: "Espérame. Voy a ver si pueden adelantármelos, porque no tengo." Cuando Germán reaparece, le entrega el dinero y le advierte: "Es lo último que te presto." Mauricio intenta salvar su dignidad: "No te preocupes, te los pago en cuanto..." "Sí, ya sé: cuando encuentres a Tomás." Mauricio maldice a su hermana y se odia por no haberle confesado el motivo de sus escapatorias a la terminal.
III
La actitud apática de la empleada hace desconfiar a Mauricio de que haya surtido correctamente la lista de útiles escolares y repite las últimas líneas: "Dos cuadernos profesionales, seis pliegos de papel lustrina, tijeras del Arbolito, una goma de migajón, cuatro bicolores, dos cajas de crayolas." Con los lentes calzados en la punta de la nariz, la mujer va apartando los artículos al ritmo en que Mauricio lee; cuando lo oye decir "es todo", comprueba los precios en la sumadora: "Son mil pesos cerrados. Permítame, le voy a envolver sus cosas."
Mauricio se mete la mano al bolsillo, el roce de los billetes le recuerda la advertencia de Germán y la desagradable conversación con Dolores. Para olvidarla se acerca al botadero de ofertas. Entre los sacapuntas descubre uno en forma de autobús. Le gustaría llevárselo a Claudio pero ya no tiene dinero y piensa en lo fácil que sería robárselo sin que la empleada se diera cuenta. Desiste cuando oye su voz: "Le hico dos paquetes. Ojalá que su hijo no sea como esos niños que sólo van a la escuela a jugar. Hay otros peores: engañan a sus padres con que estudian cuando en realidad se la pasan en la calle. Los veo y pienso: Ƒqué andarán buscando?"
Mauricio parece no haberla oído y le pide una nota. Aprovecha el momento en que ella vuelve a la caja para tomar el sacapuntas y ocultarlo entre sus ropas. Sale de la papelería sin responder al adiós de la empleada, pensando sólo en la sonrisa de su hijo.